Capítulo 8

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ÁNGEL ESPINOSA

12 de Marzo de 2016


Parece ser que el fabricante espera que vaya hoy a su fábrica. O por lo menos, eso deja caer en una nota que uno de mis hombres me dio ayer por la noche de su parte. La vuelvo a leer.

"Espinosa, fue un placer reunirme contigo. Dijiste que querías ver mi laboratorio, así que te digo la dirección y te espero mañana a medio día."

Debajo del mensaje hay una dirección. Será imprudente. La dirección de un laboratorio clandestino de heroína no debe darse tan a la ligera. Si a alguien se le hubiera caído la maldita nota. Podría haber mandado todo al carajo. Bueno, creo que estoy exagerando. Decido ir a ver al fabricante, aunque solo sea para dejarle claro que si se sigue comportando como un cabrón tendré que tomar medidas. Memorizo la dirección de la nota y la quemo.

Tengo una hora de camino en coche hasta el laboratorio, pero no tengo prisa. Ahora que lo pienso, parecía bastante impaciente, insistiendo en vernos lo antes posible. Quizás necesita dinero, o quizás es demasiado ambicioso. He considerado que pueda ser una trampa, pero creo que ese hombrecillo tiene la inteligencia suficiente como para que no lo sea. De todas formas, por si acaso llevaré conmigo a Sánchez.

Lo busco, a estas horas suele estar en mi casa para trabajar. Ahora que lo pienso, no sé nada de él desde que lo mandé a cuidar del nuevo anoche. No hay ni rastro de él, así que lo llamo al móvil que tiene para contactar conmigo. Tampoco contesta. Ah, cierto, nunca lleva el teléfono cuando sale de casa. Lo dejo estar, seguramente estará borracho en algún motel, y llevo en su lugar a Rodrigo, no le vendrá mal coger experiencia en estos temas.

Lo encuentro hablando con unas cuantas mujeres con pinta de prostitutas a las que está organizando para distribuir pequeñas cantidades de droga por los bares.

-Rodrigo –le llamo.

-¿Ocurre algo, jefe? –viene hacia mí.

-Deja a las mulas, me vas a acompañar a un laboratorio.

Les dice que se vayan y salimos con el coche. De repente, de camino oigo disparos.

-Jefe –me dice Rodrigo, que por un momento se ha quedado blanco -, ¿lo has oído?

Paro el coche cerca del ruido, por suerte siempre llevo armas conmigo, y más si voy a tratar con gente en la que no confío. Solo Dios sabe cuándo se necesitan.

-Puede que sean los Zetas. En ese caso, los eliminamos.

El color se vuelve a ir de la cara del joven. Me dirijo al maletero y saco una pistola y una ametralladora. Doy la pistola a Rodrigo, que la coge dudando.

-Nunca antes has estado en un tiroteo, ¿no?

-En realidad sí, mis hermanos murieron en uno, pero nunca he participado.

Espero que aún así me sea de ayuda, no quiero tener que cuidar de él ni cargar con un cadáver. Si me resulta una carga, lo dejaré atrás. Pero esto es importante, no podemos dejar que los Zetas ganen importancia. No podemos dejarles coger todo aquello por lo que hemos trabajado.

Nos acercamos y nos escondemos tras un muro. Veo a las dos personas que estaban disparando, y puedo distinguir en sus cuellos el tatuaje de los Zetas. Veo los cuerpos de dos críos de unos 16 años tirados en el suelo, muertos. Hago una seña a Rodrigo y nos ponemos detrás de los hombres, y cuando se giran sobresaltados al oír el ruido, disparo la ametralladora. En seguida caen, ha sido fácil, pero cuando miro a Rodrigo veo que tiene una herida ensangrentada en el hombro. Suspiro y le digo que vuelva al coche. Echo un vistazo a los dos Zetas muertos, sonrío y sigo al chico.

-Volvemos a casa –le digo. Veo cómo aprieta los dientes para contestar y no quejarse del dolor.

-Pero... ¿Y el laboratorio?

-Necesitas que te curen eso. Tienes una bala incrustada en el hombro. Ya iremos mañana o cuando sea, no tengo prisa.

La verdad es que no voy a sufrir por perder de vista al fabricante por un día, teniendo en cuenta que seguramente insistirá.

Llegamos a casa, y ya es casi medio día. Llamo a un médico que trabaja con nosotros, ha visto muchas heridas de bala, así que no tendrá problema en curar a Rodrigo. Me encuentro a otro de mis hombres por la casa.

-¿Has sabido algo de Sánchez?

No responde, sino que se queda frente a mí, cabizbajo.

-Mira, estoy cansado, y no me apetece que me toquen las narices. ¿Qué carajo pasa?

-Un policía... Nos ha pillado. Estábamos en medio del intercambio...

-¡¿Cómo?! Espera, sígueme.

Me dirijo hacia mi oficina, y noto que estoy perdiendo los nervios poco a poco.

-Vale, cuéntame todo. ¿Qué ha pasado? –debe notar la exasperación en mi voz, porque veo que se encoge.

-Estábamos en el bar Las Gambas para hacer un intercambio de cocaína, de repente ha aparecido un policía. Han arrestado a nuestro cliente. Yo he conseguido escapar.

-Mierda, los clientes cantan siempre. ¿Conozco al policía?

-N-no... No es de los nuestros.

-¿Y cuál es el problema? Los clientes tampoco saben demasiado, y mientras te haya dado el dinero... No es la primera vez que nos confiscan mercancía.

Me estoy preocupando. Esto ha pasado más veces, y tenemos el dinero, así que no entiendo qué carajo está pasando.

-Vi a Sánchez en su coche. Parecía inquieto. Seguramente nos habrá delatado, puede que bajo coacción.

En ese momento pierdo los nervios por completo. No puede ser. Es mi hermano, mi mano derecha, pero aún así tengo la sensación de que es verdad. Ordeno al chico que salga, y cuando me quedo solo doy una patada a una silla, que sale despedida hasta la otra punta de la habitación.

¿Es todo esto porque le amenacé y le dije que estaba en la cuerda floja? Si es por eso, ese cabrón es más rastrero de lo que pensaba. Tengo que deshacerme de él. Decidido. Además, si ahora trabaja con los policías, es probable que les diga dónde vivo. Si vienen aquí, se derrumba todo. Empiezo a reírme. Planeo mi venganza, ir a su casa y matarle a él y a todo el que se me ponga por delante, luego coger todo el dinero que pueda y quizás irme del país si me veo en peligro.

Salgo del despacho, más tranquilo, y se me acerca otro de mis hombres.

-¿Ahora qué? No te andes con rodeos.

-El chico nuevo que contrataste. Nos ha dado el dinero del pedido de Raúl, y según nuestros cálculos no está todo. Hemos confirmado que faltan 60 pesos. Una camarera del club Destellos nos dijo que cuando hablaron tenía muy mal aspecto, con marcas de agujas en los brazos y las pupilas dilatadas. También dijo que le había pedido un vaso de agua porque tenía la boca seca. Así que es probable que haya robado el dinero para comprar droga.

-¿Es que hoy no me vais a dar más que problemas? –Me quedo pensando durante un momento y decido mandar a los perros, dos de los hombres más fuertes que conozco que, por supuesto, trabajan para mí. Serán capaces de encontrar a un niñato sin problemas. - Parece que, después de todo, ese chico no me sirve. Que se encarguen de él. Envía a los perros y que devuelva mi dinero. Si lo da, que le dejen vivir, pero que aprenda la lección. Si no, que no tengan piedad. No se debe traicionar a Ángel Espinosa.

-¿Los envío ahora?

-Puedes esperar un poco. Que disfrute de su último subidón.

Oro blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora