Capítulo 5

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MANUEL PIÑERO

11 de Marzo de 2016


Tras establecer la alarma decido cambiarme de ropa para dar una buena impresión a quienquiera que vaya a ver a las ocho y media. Rebusco en todas partes de la habitación pero solo encuentro camisetas sucias o muy informales. Como última opción miro dentro del armario, el cual no pinta mucho ya que cualquier rincón de mi habitación cumple su función de guardarropa por él. No encuentro nada más que un par de calcetines limpios los cuales me pongo con emoción (porque hacía tiempo que no estrenaba nada). Abro un cajón largo del armario en el cual parece no haber nada a simple vista. Meto la mano y palpo la superficie hasta encontrar lo que al tacto parece ser una prenda de ropa. La saco y la examino. Es una camiseta blanca, de una longitud normal y parece limpia. Al girarla veo que tiene dos agujeros en la parte superior de la espalda, pero me la pongo igualmente. Decido ponerme una chaqueta para tapar los agujeros, pero todo lo que encuentro por la habitación son chaquetas de chándal, lo cual me parece demasiado informal. En un perchero que hay al lado de la puerta de acceso a la habitación encuentro una cazadora de cuero falso marrón debajo de más chaquetas deportivas. Entro al baño, me la pongo y poso como si fuera un hombre elegante de las altas esferas. Por último me pongo los vaqueros más decentes que tengo y mis deportivas negras. Son las siete y cuarto y tengo que ir hasta el Club Destellos, hasta el cual tengo unos 50 minutos andando. Decido salir ya para fumarme un cigarro por el camino e ir con calma.

Son las ocho y media. Ya casi he llegado a mi destino. De lejos veo a un señor de mediana edad fumándose un puro apoyado en la pared de la esquina del club. Por las pintas que lleva no parece ser muy importante. Cuanto más me acerco mejor veo su cara de disgusto. El hombre no deja de mirar al reloj una y otra vez de forma impaciente mientras zapatea con el pie que no tiene apoyado en la pared. Se nota que estar ahí es un suplicio para él y o bien está deseando irse, o tiene prisa. Quemo el papel con los datos que me ha dado Damon y me acerco a él. Al verme hace un ademán de alivio, pero su cara sigue mostrando su enfado e indiferencia por mi persona.

-¿Eres Manuel? –dice tirando al suelo el puro casi consumido que se estaba fumando para pisotearlo después.

Yo asiento serio. No sé muy bien si debo estrecharle la mano para ser educado, pero al no parecer receptivo a saludos cordiales, por lo menos de mi parte, no muevo la mano del bolsillo.

-Llegas tarde, ¿a qué se debe esta informalidad? –dice señalando su reloj dorado con el dedo índice.

-¿Qué hora es? –pregunto confuso.

-Las ocho y 33.

-Pero si habíamos quedado a y media –replico con incredulidad.

-¿Algo que objetar? –dice probándome con una sonrisa maliciosa.

Me quedo en silencio pensando en si contestarle o no, ya que enfadarse por llegar 3 minutos tarde me parece una soberana estupidez. Decido callarme y portarme como el chico serio y respetuoso que se supone que soy.

-Eso pensaba –contesta con chulería –.Démonos prisa, tengo cosas mucho más importantes que hacer que cargar con un crío.

Respiro hondo porque su actitud de superioridad está comenzando a enfadarme, pero otra vez me callo.

-Entrega esto en la casa 16 de la Calle Cedral. Un hombre de negro con cara de pocos amigos saldrá a recibirte. Dile que necesitas llamar a tu amigo Miguel y él te dejará pasar tras chequearte. Te acompañará al salón y ahí verás a Raúl. Trátale con respeto porque está como una cabra. No establezcas conversación con él, sólo dile que vienes de parte de Roberto y contesta sí o no si te pregunta algo. Tampoco le mires mucho a los ojos porque se lo tomará como un desafío. No me voy a hacer cargo de ti ni de lo que te haga. Debes entregárselo antes de que lleguen las once para que esté tranquilo y contento. Él te dará una caja roja que debes darle a la camarera del club. Si me entero de que Raúl está contento y me dice que has sido rápido y que lo has hecho bien y sin muchos miramientos el trabajo será tuyo. Lo sabrás porque mañana en este mismo lugar y a esta misma hora habrá alguien con una gorra roja esperándote. Si pones nervioso a Raúl y te hace algo, e incluso si te mata, a nadie le importará y nadie se hará cargo de ello. Si consigues el trabajo ten mucho cuidado. No te atrevas a robar ni a probar nada que debas entregar porque si nos enteramos de que un pedido no ha llegado, iremos a por ti. Y no solo iremos a por ti, sino que también iremos a por tu amigo Damon y de paso encontraremos a tu familia. Eso es todo. No volveremos a hablar nunca, no trates de hacerlo tampoco, no somos amigos ni lo seremos nunca. Adiós y no juegues con tu suerte.

El hombre me pasa una caja mediana con el logo de una empresa de mensajería y se va. Me quedo observándole un rato hasta que desaparece.

Emprendo mi marcha hacia la casa a la que debo ir. No tengo muy buena memoria y el hombre no me ha dado ningún papel con la dirección, por lo que es mejor que vaya pronto para no olvidarme. Mientras ando comienzo a notar como me aumenta el mono. Por la mente se me pasa la idea de abrir el paquete y tomar un poco de lo que haya dentro, pero se notaría demasiado. Decido no arriesgarme.

A las nueve y media llego a la casa del tal Raúl. Me quedo observando la fachada. Estoy bastante nervioso. Me planteo el escaparme con el paquete, cambiar de identidad y mudarme a otra ciudad. Cuando las ideas de bombero que me están viniendo a la mente desvanecen, me armo del valor suficiente para avanzar hasta la puerta de la casa y llamar al timbre. El hombre de negro del que me había hablado hace unas horas "mi jefe" sale a recibirme.

-¿Qué quieres? –dice con indiferencia.

-Ehm... Necesito llamar a mi amigo Miguel –bajo la mirada al paquete (el de la entrega) y le vuelvo a mirar a él.

El hombre se queda mirándome con la misma indiferencia un rato y después de cachearme me abre paso. Cuando estoy dentro de la casa éste me guía hasta el salón y se queda apoyado en el marco de la puerta observándome.

-¡Hola amigo! –exclama el que por las pintas que lleva debe ser Raúl –Siéntate, hombre.

Miro al hombre de negro y éste me señala con la vista un sillón que hay enfrente del sofá en el que descansan Raúl y dos chicas más.

-¿Qué deseas? –pregunta sonriéndome.

-Yo... te traigo algo de parte de Roberto –dejo el paquete encima de la mesa de café que hay entre el sillón y el sofá.

-¡Oh maravilloso! Trae "eso", Juan –dice mirando al hombre de negro, el cual asiente y se marcha de la habitación.

Raúl abre el paquete. Dentro hay unos 500 gr de cocaína. Yo la miro nervioso. Tengo muchas ganas de tomar un poco. Le suplico con los ojos que me invite a una dosis, pero no capta la señal. Una de las chicas abre la bolsa en la que se encuentra la cocaína, pone un poco sobre una bandeja que hay encima de la mesa, la corta y la divide en 6 rallas de las cuales ella esnifa dos y la otra chica otras dos. El hombre de negro vuelve con una caja roja que deja encima de la misma mesa de café.

Raúl se dispone a esnifar y me indica que me vaya con la mano. Yo cojo la caja roja y me voy acompañado del hombre de negro. La escena que acabo de ver ha hecho que las ganas de consumir me aumenten aún más. Pienso en robarle a alguien para poder comprar un poco de heroína hasta que me doy cuenta de que la caja está abierta. Se me hace la boca agua al pensar que quizás haya algo de droga ahí dentro y pueda coger un poco. La abro pero lo único que veo es dinero. Cuento unos 16 mil pesos. Ya no puedo controlar más mis ganas, por lo que cojo 60 pesos y me los guardo para mí. Después hablo con un buchón al que conozco y le compro una dosis de heroína con el dinero que había robado, la cual me inyecto al llegar a un lugar donde nadie me vea.

Una vez más aliviado y relajado, vuelvo al Club Destellos y le doy la caja a la camarera como me dijeron que hiciera.

Oro blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora