Jefferson

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Gerald emprendió camino decepcionado. Iba cortando las ramas que se le atravesaban con su espada distraído. ¿Cómo podría volver a casa? ¿Qué pasaría con su pueblo? ¿Con su madre y hermana Iriana?

Lo peor era que no podía dejar de pensar en ella, la mujer serpiente a la que no se atrevió a matar. Su triste expresión a pesar de no haber visto su mirada, su mera presencia denotaba tristeza, desesperación. Pobre, pobre mujer.

Escuchó los cascos de un caballo acercarse, levantó la mirada hacia el frente y ahí venía, un elegante noble en su caballo blanco como la nieve. Con una capa roja de terciopelo traje azul y su cabello rubio resplandeciendo bajo el sol.

El joven se detuvo cerca de él.

-Hey, ¿Quién eres? – su pregunta tenía el extraño tono aristócrata de la realeza, el tono que implantaba la orden en él.

-Gerald – soltó el soldado a regañadientes.

-Gerald, ¿has visto un sauce enredado con un abedul por aquí?

-No.

El rubio frunció el ceño exasperado. Gerald miró los árboles incómodo cuando el joven bajó de su caballo. Al parecer no se libraría de él pronto.

-¿Qué te trae al bosque? – le pregunto el rubio estirando sus piernas.

-Amm, una misión.

-¿Ah sí? Yo igual ¿es por tu amada?

-Sí – respondió Gerald secamente, no le apetecía hablar con extraños acerca de sus fallidas misiones.

-Sí, también yo, por eso necesito encontrar a esas brujas.

-¿Brujas? – preguntó Gerald algo interesado.

-Sí, se dice que viven bajo un enorme sauce que se entrecruza con un abedul.

-¿Y para que las quieres ver? También se dice que no es buena idea tratar con brujas.

-No todas son malas – la sonrisa que se dibujó en los labios del rubio era curiosa, como si sonriera de un chiste que solo él entendiera. – Dicen que pueden responder preguntas, yo necesito encontrar una preciada joya, el problema es que no sé donde está, es por eso que necesito encontrarlas, para que me digan en donde se encuentra.

Gerald lo pensó, si las brujas contestaban preguntas tal vez podrían decirle cómo solucionar su terrible dilema, cómo contentar al rey Midas sin necesidad de la cabeza de Medusa.

-¿Podría acompañarte? Necesito respuestas también.

-Claro - El rubio lo pensó un momento y luego negó con la cabeza – No, no, mejor no.

-¿Por qué?

-Yo... tengo problemas por las noches.

-¿Problemas?

-Será mejor que me valla, ya queda poco sol.

-Espera... - el rubio subió a su caballo.

-Sería peligroso – le dijo viéndolo, sus ojos eran tan azules como el mar.

-No me asusta el peligro – respondió Gerald.

-Bien, pero deberás dormir en un árbol.

Gerald frunció el ceño ¿un árbol?

-De acuerdo.

-Bien, sube.

Gerald había perdido su caballo debido a que había tenido que pasar la noche fuera de la cueva de Medusa, este había sentido terror y había salido corriendo y relinchando. Por lo que ahora se dirigía a casa caminando.

Lo pensó un momento, no quería ir en el caballo de un rubio noble, abrazándose a él por la espalda.

-Caminaré, gracias.

-Como quieras, iré despacio entonces.

Tardaron todo el día en encontrar los árboles entrecruzados pero al fin los vieron, torcidos como solo la entrada a un lugar terrorífico podía ser.

Gerald sintió escalofríos.

-Acamparemos aquí esta noche, no puedo hacer nada después de que el sol se pone.

Amarro al caballo y comenzó a sacar provisiones de una bolsa que llevaba a un lado el animal.

Gerald devoro lo que el rubio le ofreció, no había comido nada desde el día anterior y de verdad lo agradeció.

Estaban sentados frente a un pequeño fuego improvisado.

-A todo esto ¿cuál es tu nombre? – pregunto.

-Lo lamento, pero que grosero he sido, soy Jefferson.

-Jefferson – Gerald asintió – Eres el hijo de algún conde supongo.

El rubio sonrió.

-No puedo ocultar mi nobleza me temo.

-No, lo lamento – respondió Gerald.

-Está anocheciendo, debo irme. – Jefferson se levantó y comenzó a caminar lejos de él.

-Ey espera, ¿A dónde vas?

-¿Recuerdas lo que dije sobre subir al árbol?

-Sí.

-No era una broma.

Gerald lo vio desaparecer entre los árboles, estaba algo preocupado ¿y si las brujas salían de su cueva subterránea?

Las preguntas y temores sobre las brujas se esfumaron en cuanto escuchó un rugido feroz justo por donde Jefferson había desapareció.

Se puso de pie de inmediato dispuesto a ir en su ayuda pero recordó: Jefferson, un noble, ¿un príncipe?

Dormir sobre un árbol.

"no puedo hacer nada después de que el sol se pone"

Gerald recordó entonces, lejos de ahí, en un reino vecino había un príncipe hechizado. El príncipe bestia.


Medusa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora