El rió de la vida

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Cuando al fin el sol salió Gerald bajó del árbol, busco a Jefferson por el bosque pero no lo encontró, cuando estaba por darse por vencido al fin lo vio.

El príncipe yacía en el suelo musgoso, con sus ropas desgarradas y su cabello despeinado. Parecía haber sido atacado por una bestia.

-Jefferson, Jefferson ¿estás bien?

El príncipe abrió los ojos y lo miró desconcertado.

-Ah... si... estoy bien, una larga noche.

-Y que lo digas, las ramas son incómodas.

-¿Si? Aún así, apuesto a que yo tuve una peor noche – bromeó Jefferson.

Gerald no le dio más importancia al hecho de que su nuevo compañero de viaje se transformara en un monstruo cada noche y Jefferson lo agradeció. Así juntos entraron en la cueva oscura debajo de los árboles entrelazados que los llevaría hasta la guarida de las brujas.

Era un túnel que los adentraba hasta las entrañas de la tierra, era oscuro, húmedo y lúgubre, la antorcha de Jefferson crepitaba y el miedo que sentía Gerald era palpable. Gerald jamás se había destacado por ser muy valiente, era resistente y simpático, era amable y bien educado y sobre todo trabajador, pero jamás se había interesado por vivir grandes aventuras, de hecho, si había entrado en el ejército del rey años atrás había sido porque no tenía otra opción y el destino lo había traído hasta aquí, por caminos inexplorados y tortuosos.

En cambio el príncipe Jefferson parecía emocionado, casi como un niño que desenvuelve regalos en su cumpleaños. Él parecía ser esa clase de hombre, el que ama la aventura, el que no teme tomar riesgos, el que necesita los caminos tortuosos e inexplorados para sentirse libre y pleno.

-¿Haces esto seguido? – le preguntó mientras caminaban por el oscuro túnel.

-¿Qué cosa?

-Vivir grandes aventuras.

-Ah – Jefferson sonrió – tal vez te sorprenda saber que hasta hace algún tiempo yo era un introvertido chico a quien le aterraba salir de su humilde castillo.

-¿A si?

-Sí.

Jefferson tenía esa mirada, esa mirada de suficiencia, de un hombre que sabe que es el mejor, que tiene las posibilidades del mundo en sus manos. Todo lo que decía sonaba autoritario, sonaba seguro.

-¿Y que lo cambio?

-Una chica.

-¿Una mujer?

-Así es... ella me ayudó a... darme cuenta de que no necesito ser "normal" para vivir aventuras y de que puedo hacer todo lo que yo me proponga, ahora mismo voy tras dos cosas que cambiaran mi vida para siempre.

-¿Qué cosas?

-Una: el amor de mi vida. Dos: algo que cambiara mi vida, y no estoy seguro de hacerlo.

Gerald no continúo preguntando porque no le agradaba meterse en los asuntos de los demás y porque la luz inundó sus ojos.

Traspasaron otro umbral, este los llevó hasta una cámara iluminada con velas.

-¿Quién llegó? – escucharon una voz seca.

-Somos dos caballeros, hemos venido aquí por respuestas amables damas – respondió Jefferson con su actitud pulida tras toda una vida como príncipe.

-¿Y qué les hace pensar que las recibirán? – pregunto otra mujer desde el fondo de la cámara.

-Mis adorables señoras, yo lo espero. Hemos venido desde muy lejos y...

De pronto Gerald sintió que su sangre se helo, una de esas brujas estaba tras ellos, él jamás la escuchó venir.

Una mano fría se situó en su hombro, Gerald la miró con el rabillo del ojo y sintió náuseas. La mano de la bruja era pútrida y carcomida, como la de una momia, pero... viscosa. Las enormes uñas eran de un horrible color marrón. Asquerosa.

-Mis queridos caballeros – soltó la bruja detrás de ellos - ¿Que nos darán a cambio de sus respuestas?

-¿Qué es lo que desean? ¿Oro? ¿Joyas...?

-No, no, no, no, lo material no tienen valor aquí chicos – soltó la bruja.

-Sus almas, pídeles sus almas – gritó otra de las brujas desde el interior.

-¡No! – grito Gerald.

-Mi querido chico, estas muy alterado – la bruja lo apretó más fuerte del hombro.

-No les daremos nuestras almas, amables damas, si lo hiciéramos ¿qué sentido tendría nuestra cruzada entonces? – dijo Jefferson sin dejar que el pánico lo invadiera.

-Entonces... - siseo la bruja - ¿Que podrían darnos?

-Podrían traer el agua... - dijo otra de las brujas.

-Sí, el agua – soltó la tercera casi emocionada.

-¿Agua? – pregunto Jefferson.

-El agua del río de la vida, no cualquiera la puede tomar, debe mostrar su valía. Debe mostrar que es puro. – dijo la bruja de detrás de ellos siseando.

-Y presiento que ustedes no pueden – soltó Gerald en voz baja.

Las tres brujas sisearon pero no como serpientes, sino como un horrible perro que tuviera la garganta desgarrada.

-De acuerdo, pero... ¿Dónde está este río? Lo haremos – aseguró Jefferson.

-Oh, tendrán que bajar hasta el inframundo por ella... - dijo la bruja tras ellos.

-Pero es muy valiosa, es muy, muy valiosa... - dijo la segunda bruja, cada una terminaba la oración de la otra como si fueran una sola.

-Puede curar cualquier cosa.

-¿Cualquier cosa? – preguntó Gerald.

-Así es, cualquier maldición, cualquier enfermedad, cualquier hechizo.

-¿Podría... podría curar a Medusa?

Las tres brujas sisearon aún más fuerte.

-¡Medusa! – gritaron al unísono - ¡El monstruo!

-¡No es un monstruo! – refutó él.

-Esperen... - dijo Jefferson - ¿podría curar... una maldición, cambiante?

-Podría curar la maldición que pasa sobre ti príncipe, si. – respondió la bruja detrás de ellos.

-¿Qué hay de Medusa? –preguntó Gerald desesperado, aunque no sabía de dónde provenía la desesperación.

-Sí – dijo a regañadientes la segunda bruja.

Gerald sintió la esperanza en su pecho, Medusa, esa pobre chica, esa doncella atrapada podría dejar de sufrir al fin. Sin saber por qué se encontró a sí mismo embriagado con la idea de rescatarla.

Jefferson por su parte sentía la emoción también, al fin, podría liberarse de la maldición y sin represalias, sin tener que pagar el precio a Rumpelstiltskin.

-¿Qué dices Gerald? ¿Vendrás en esta cruzada con migo? – le preguntó el príncipe con ojos vidriosos.

-Sí – respondió Gerald decidido.

Medusa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora