La petición de Gerald.

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Los días en la granja eran dichosos. Todos estaban alegres. Gerald no había ido a presentarse ante sus superiores, lo posponía cada día argumentando que tenía muchas cosas que hacer. En realidad no quería arriesgarse a dejar a Medusa, o a su madre y hermana de nuevo.

Pasaban el día cortando los frutos maduros, ordeñando a las vacas, llevando las ovejas a pastar, cabalgando. Todo esto se lo enseño Gerald a Medusa con paciencia, con una sonrisa en el rostro. Aprovechaba cualquier momento para tocarla o poner sus brazos alrededor de ella fingiendo instruirla. Cualquiera que los viera pensaría que son una pareja, comprometidos incluso. Gerald besaba su frente mejillas en cada ocasión que tenia y Medusa le sonreía cada que sus miradas se cruzaban.

Medusa se llevaba de maravillas con su madre y hermana, algo más que importante para Gerald. No había nada que él quisiera mas en una mujer que verla unida a su familia.

Gerald estaba decidido. Y su madre le dio el anillo de su abuela.

Una tarde la llevo hasta el enorme árbol de granadas, pero cuando estaba a punto de decirlo, a punto de pedírselo... un estruendo de trompetas los interrumpió.

Las florituras resonaban desde la entrada del pueblo hasta los confines de este.

Gerald y Medusa se acercaron hasta la valla para ver quien venía por el camino, igual que su madre y su hermana.

Un carromato rodeado de un pequeño ejército con los escudos de Aborká venia entrando al reino.

Medusa sintió escapar el aire de su pecho cuando escucho al vocero anunciar:

-¡La princesa Zoe ha regresado! ¡Nuestra princesa ha regresado!

Medusa la miro. Ella iba dentro de la carrosa junto a un par de hombres, uno era enorme, de cabello negros y espesa barba, parecía bastante rudo. El otro era más menudo, con rostro pacifico y encantador. La princesa iba en medio de los dos al parecer discutiendo algo importante. Medusa se quedo sin aliento, era la mujer mas hermosa que ella hubiese visto incluso más hermosa que como la había imaginado cuando Gerald le hablo de ella y eso había sido demasiado.

Zoe era blanca como la leche, de cabellos castaños que lucían dorados ante el sol. De gestos gráciles y amables, aun con el ceño fruncido lucia más hermosa que ninguna otra mujer que Medusa hubiese visto. No le impresiono que Gerald la hubiera amado con solo verla. Llevaba un vestido de lino que dejaba ver su curvilíneo cuerpo y adornos que dejaban en claro que era de la realeza. En su largo y lacio cabello llevaba una tiara con diamantes.

Cuando paso frente a ellos les sonrío con sus labios rojos y saludo con la mano. Como si los conociera de toda la vida.

Cuando la caravana termino de pasar frente a la granja Medusa miro a Gerald y trato de sonreír a pesar del dolor en su corazón.

-Bueno... tal vez no sea el rey. Pero seguro que ella cuenta. Iremos y hablare con ella... le hare saber que eres el mejor guerrero que existe y... y...

Gerald la miro con el ceño fruncido, parecía no entender, estaba hundido en sus propios pensamientos.

Después de unos minutos de silencio en el que incluso se sentó en una enorme roca, al fin hablo de nuevo.

-Bueno, está hecho. – Soltó levantándose – la princesa Zoe ha llegado. Está a salvo. No me necesitan para encontrarla. Ni a su padre. Ya han visto que llego con un ejército de Aborká, seguro ellos encontraran a Midas.

-¿Estas... dimitiendo? – Pregunto Iriana.

-No me necesitan.

-¿Y qué harás?

Gerald se volvió hacia Medusa y tomo sus manos.

-Se que, has estado tanto tiempo en aquella cueva que... ahora... lo que más quieres es conocer el mundo, viajar por todo Kiev, mares, montañas, pueblo tras pueblo de historia. Sé que no puedo obligarte a permanecer aquí, porque sería egoísta. Sería como... tenerte encerrada en otra cueva, pero esta con luz del sol colándose por el techo. Por eso... no te pediré que te quedes para siempre Medusa. Pero te pediré que me lleves contigo a donde vayas.

Medusa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora