Laberinto

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El bote al fin se detuvo, el barquero no dijo ni una palabra más en el transcurso del recorrido ni cuando al fin bajaron.

Frente a ellos se extendía una lúgubre parodia de laberinto. Un laberinto de ramas secas, piedra y estatuas en posiciones extrañas, todas parecían torturadas.

Medusa tomo la delantera y entraron al laberinto. Detrás de ellos escucharon al barquero reírse.

-¿Qué tengas suerte Medusa? La necesitaras.

Gerald se volvió pero la barca ya había vuelto de nuevo al rio.

Justo en la entrada, el laberinto se dividía.

-¿Por dónde? – pregunto Jefferson.

-No lo sé...

-Ustedes vallan por la derecha, yo iré por la izquierda. – soltó Medusa.

-¿Separarnos? No. – dijo Gerald rotundo.

-No hay otra opción, hay dos caminos diferentes.

-Tú has estado aquí antes, ¿no recuerdas el camino?

-Este laberinto posee la capacidad de moverse a su antojo para que nadie jamás tenga por seguro su camino.

Gerald resoplo molesto, la idea de separarse no le agradaba.

-¿Y si alguno encuentra el camino?

Ella tomo su mano sin voltear a verlo y la subió hasta su frente. Gerald vio como una de las serpientes de Medusa se deslizaba hasta su muñeca. Era roja con franjas negras, brillante y hermosa.

-Ella te avisara.

-¿Qué cosa? ¿Qué avisara?

La mujer se fue hacia la izquierda dejándolos sin respuestas.

-Cuidado con el guardián – fue lo último que escucharon de ella.

-¿Guardián? – pregunto Jefferson.

-Yo que se... - soltó Gerald molesto – mejor vamos.

Los hombres comenzaron su camino por el sombrío laberinto dando vueltas en donde el camino se los exigía y retornando cuando no había más opción.

-¡Maldición! No debimos separarnos. – Soltaba Gerald cada tanto.

-Bien, entiendo que estas molesto – dijo Jefferson ya harto. – Pero descuida, ella estará bien, ella convierte en piedra a quienquiera que ve. ¿Recuerdas?

-Solo es una chica.

-Peligrosa chica.

-No debí dejarla ir sola.

-Entiendo que sientes una extraña conexión con ella.

-No.

-¿No?

-No, solo... es una chica que necesita ayuda.

-Aja – soltó Jefferson con una sonrisa divertida.

-Solo... sigue caminando.

Después de lo que él percibió como horas caminando sin llegar a ningún lado la serpiente comenzó a sisear.

-¿Qué le pasa? – pregunto Jefferson.

-No lo se – respondió Gerald mirándola.

Cada vez la serpiente siseaba con más fuerza, comenzó a abrir su boca como si quisiera gritar, mostraba sus colmillos con ferocidad.

-¿Qué sucede chica?

El animal azotaba su cola contra su muñeca y causo que enrojeciera.

Gerald se dio la vuelta al escuchar pasos, fuertes pasos que venían hacia ellos.

-¿Qué es eso? – pregunto Jefferson.

-No lo sé, pero es lo que Redy trataba de avisarnos. Corre.

Los dos hombres corrieron en contra de los fuertes pasos que venían hacia ellos. Cada vez más cerca, ninguno de los dos se atrevía a volverse por temor a lo que podían encontrar a sus espaldas. ¿Qué podría ser? ¿Una hidra, un grifo, una manticora? Había tantas posibilidades, terroríficas posibilidades. Monstruos que con solo un vistazo podrían matarlos.

Lamentablemente los caballeros se toparon demasiado pronto con un callejón sin salida y la única escapatoria era regresar. No lo hicieron antes de que la criatura los acorralara.

Gerald levanto la mirada desde los pies del extraño ser, sus piernas podían ser del tamaño de un hombre cada una, su abdomen y pecho parecían esculpidos en piedra y sobre sus hombros, una enorme y aterradora cabeza de toro.

-Un minotauro – soltó Jefferson con un hilo de voz.

Los miro con sus ojos totalmente negros, ladeo la cabeza un poco y... ataco. Se lanzo a ellos blandiendo una enorme hacha que cargaba en su mano derecha. Ellos se dividieron, Jefferson a la izquierda, Gerald a la derecha. El monstruo se desconcertó por un momento pero no paso mucho antes de que se decidiese por el rubio.

Jefferson se lanzo hacia un lado justo a tiempo para evitar ser partido en dos por el arma del monstruo.

Gerald al ver que muy pronto su compañero seria vuelto picadillo ataco por la espalda al minotauro, con ramas, rocas y cualquier cosa que encontró en su camino. Logro su cometido, llamo la atención del monstruo.

-Por aquí, aquí, ven aquí – le grito mientras se echo a correr.

Corrió, corrió y corrió hasta que choco contra otra criatura logrando que cayera al suelo. Aterrado la miro pero ella no le devolvió la mirada.

Era Medusa, que miraba al minotauro acercarse a ellos a toda prisa.

-¡Corre! – dijo el guerrero jalándola de la mano.

-No. – se soltó de su agarre y levanto la mano contra el monstruoso hombre toro.

Para sorpresa de Gerald el monstruo se detuvo ante ella.

Soltando el aire por la nariz de una manera terriblemente ruidosa el minotauro la miro, la miro y no se convirtió en piedra.

-¿Cómo es que...? – comenzó Gerald tras ella.

Medusa se acerco al minotauro y acaricio su frente.

-Esperaba encontrarlo antes que ustedes.

-Tu... ¿Cómo es que no está convertido en piedra?

-Es un minotauro, y estamos en el inframundo.

-Eso no me dice mucho. ¿Por qué no te ataca?

-Tengo la marca de Ades.

-¿Marca? ¿Cuál marca?

Marca, detesto eso, la marca de Ades, como si Medusa fuese de su propiedad. No lo era.

-Hace mucho tiempo... solía venir aquí a hacerle compañía... los extraños no le agradan, menos los ruidosos.

-Dices que es bueno.

Ella solo continúo acariciándolo. El minotauro pronto se tranquilizo, incluso, Gerald pensó que trataba de darle cariño a Medusa de alguna manera.

-Ve por tu amigo.

Gerald asintió y fue en busca de Jefferson quien seguía tirado en el suelo tan pálido como una estatua.

-Medusa nos salvo.

-¿De nuevo? – pregunto Jefferson algo decepcionado.

-Así es, de no ser por ella hubiésemos muerto ya dos veces.

-Sí, creo que si...

El príncipe se levanto y sonrió.

-Siempre es bueno llevar a tu mujer a tus viajes.


Medusa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora