Cavilaciones y preguntas sin respuestas.

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El horroroso monstruo no volvió a atacar, iba detrás de Medusa como si fuese un perro fiel. A Gerald no le agradaba nada aquel ser. Lo veía como si esperase que atacara en cualquier momento aunque Medusa y Jefferson parecían no temerle y no tener ninguna objeción por que les acompañara.

Cuando la salida del laberinto apareció ante ellos la bestia resoplo. Gerald se apresuro a poner a la mujer tras él pero ella lo apartó.

-No... no, no, no, chico. Volveré – le prometió al minotauro.

Gerald al fin respiró tranquilo cuando abandonaron al monstruo en su laberinto y continuaron su camino.

-Oh, pobre chico. No imagino cuán triste es su vida, todo el tiempo custodiando ese seco, árido laberinto. Solo. – comenzó Jefferson. – ¿Podríamos... llevarlo?

-No es un cachorro – soltó Gerald molesto – casi nos mata por si te has olvidado.

-Bueno... éramos desconocidos, pero ahora...

-Ahora – soltó Medusa con lúgubre voz. – Hay uno peor.

-¿Peor? ¿Qué es peor? – preguntó Gerald.

Llegaron hasta una enorme sala, tenía enormes postes sosteniendo el techo y huesos por doquier. El olor era terrible, a carne podrida y azufre.

-¿Qué es esto? – pregunto Jefferson.

-La segunda prueba. Cerbero.

Ambos hombres palidecieron.

-¿El enorme can de tres cabezas? ¿Ese Cerbero? – preguntó Gerald.

-Por favor dime que hay otro Cerbero – soltó Jefferson.

Medusa suspiro y continúo su camino.

-¿Y este también es tu amigo? – Soltó Jefferson esperanzado.

-En todos los siglos que Cerbero ha estado en el inframundo, solo ha respondido a la amistad de una persona.

-¿Hades? – preguntó el guerrero.

-No. Una mujer. Una musa.

-¿Y dónde está? Tal vez pueda ayudarnos. Yo realmente no quisiera tener que enfrentar a la bestia más feroz del inframundo – continuo Jefferson.

-Llegar a ella es más difícil aún que llegar al río de la vida. Hades la cela como a su mayor tesoro. Nadie puede verla a menos...

-¿A menos? - continuo el rubio.

-Espera... pensé que Perséfone era una ninfa. – soltó Gerald que había estado callado escuchando la conversación de Medusa y Jefferson.

-Y lo es.

-Pero acabas de decir que es una musa.

-No son la misma mujer, no sé por qué has pensado que lo eran.

Gerald frunció el ceño. Entonces Hades tenía a una musa que guardaba que los demás no vieran, celosamente. Como una amante. Pero tenía a Perséfone ¿no? entonces la engañaba, o ella lo sabría, no importaba, eso quería decir que...

-¿Hades suele tener amantes, como Zeus?

-No.

-Pero esta...

-No hablaré más sobre el tema. – soltó Medusa terminando la conversación.

-Bien, entonces... ¿Cómo haremos para pasar por Cerbero? – pregunto el rubio.

-Un bocadillo.

-¿Bocadillo? ¿De dónde lo sacaremos?

La mujer observó alrededor.

-No hay mucho de donde escoger. Tendrán que actuar de cebo.

Ambos hombres palidecieron de nuevo. Se miraron el uno al otro y continuaron su camino. No tardaron mucho en encontrar al enorme can.

Cerbero es famoso. Hay muchas historias sobre el monstruoso perro de tres cabezas que custodia el inframundo. Gerald recordó la época en la que era un niño pequeño junto al fuego, su madre le contaba historias extraordinarias que él pensaba solo vivían los hijos de los dioses, los héroes, los elegidos. No él, un simple hijo de pastor, un simple chico que tuvo que enlistarse en el ejército por orden del rey, que había aceptado esta misión con la esperanza de un amor que desde un principio sabía perdido.

Suspiro, ahí, justo frente a él, el enorme can. Dormía, sus tres enormes cabezas tenían los ojos cerrados y gruñían entre sueños.

Escucho la voz de su madre en su cabeza.

Cuídate mi pequeño valiente. Regresaras, pediré siempre por ti.

Que sentiría su madre ahora, de saberlo ahí, corriendo un riesgo tan grande por... ¿Por qué?

Medusa.

La miró, estaba de espaldas a él, su enorme cola de serpiente reposaba sobre el asqueroso suelo enlodado. Las serpientes de su cabeza se encontraban en silencio absoluto, le pareció extraño, ya se había acostumbrado al siseo continuo de las serpientes de colores en su cabeza.

Por esa mujer se encontraba ahí. La salvaría, ella merecía ser salvada.

Gerald sonrió y pensó que su madre estaría orgullosa.

-Bien, duerme, pasemos ahora que no nos ve – susurro Jefferson.

Medusa sonrió de lado.

-No lograremos siquiera acercarnos a la puerta antes de que despierte y nos destroce.

-¿Y cuál es el plan? ¿Uno lo distrae mientras los otros dos pasan?

-Exacto.

-No creo que sea un gran plan.

-No hay otro.

Jefferson soltó una maldición aceptando el hecho de que uno debería sacrificarse. Bien, nadie le había dicho que este viaje sería fácil. ¿Ahora qué haría? ¿Se sacrificaría él para que sus amigos pasaran o dejaría que uno de ellos se sacrificara para que así, él pudiese lograr su tarea?

Miro a Gerald, ambos pensaban lo mismo.

-Descuiden caballeros. Nadie morirá. – soltó Medusa aun dándoles la espalda.

Se volvió hacia ellos y ambos por impulso cubrieron sus ojos.

-Descuiden, estamos en el inframundo, no puedo convertirlos en piedra aquí.

Gerald fue el primero en descubrir sus ojos y mirarla. Sus hermosos ojos le transmitieron tanto que por un largo tiempo lo único que pudieron hacer fue mirarse.

-Ammm, no quisiera interrumpir pero... - soltó Jefferson algo incómodo. – el plan.

-Uno de ustedes lo distrae mientras el otro me ayuda a traer el bocadillo.

-Espera... ¿cómo es que... como puedo verte a los ojos?

-Hades.

-¿Hades? ¿Solo eso?

Medusa pareció algo nerviosa. Gerald quiso insistir aún más al ver su reacción pero Cerbero abrió un par de ojos de una de sus cabezas.

Apenas tuvieron tiempo de apartarse de su zarpa pero el can ya había saltado hacia ellos.


Medusa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora