Capítulo 12

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Emilia se encontraba apreciando la belleza de un Cowell original; un lienzo perfectamente realizado que mostraba la belleza de la mujer en su mejor esplendor.

—Fascinante...—susurró ella.

—Lo sé. —le dijo Graham, haciendo que ella sonriese.

—Me gusta la forma en la que resaltas el ambiente y silueta de la mujer. —le indicó ella.

Graham, se acercó más a ella, cosa que Emilia notó, pero no decidió protestar.

—Lo aprecio, muchos dijeron lo mismo.

—Eres Graham Cowell, todos reconocerían tu talento en cuanto lo vieran.

Él le sonrió.

—No he visto a tu esposo, me pregunto por qué...—dijo él cambiando de tema.

—Malcom no es un hombre arte. Él de aquellos que prefiere analizar poco las cosas y hacerlas, por eso es un hombre de negocios.

— ¿Y cómo es que una mujer tan expresiva y apasionada como tú terminó con un hombre tan... frío como él? Sin ánimo de ofender, claro —preguntó.

Emilia bajó la cabeza algo avergonzada de querer mencionar la verdadera razón de la unión de su matrimonio.

—Es diferente una vez que lo conoces. —habló Emilia.

—Honestamente, no sé cómo funcionan. —comentó Graham, haciendo que Emilia alzara la mirada y sin poder evitarlo, defendió su matrimonio:

—Nos complementamos de una manera un poco difícil de explicar, pero notoria.

Graham retorció un milímetro al ver que el tema de su matrimonio no estaba a discusión.

—Y... ¿Qué tan fiel eres a tu matrimonio como para poder aceptar una invitación mía a cenar?

Emilia no habló. Ella ya venía llegar aquella invitación, era obvio que un hombre como Graham no se conformaría con simples encuentros, pero Emilia, no estaba disponible.

—Lo suficiente como para tener que declinar, lo siento Graham, estoy casada.

Decir aquellas palabras, le dolieron, porque sin poder evitarlo, recordó la infidelidad de su esposo y se sintió mal consigo misma por ser la única que aun deseaba que su matrimonio siguiera intacto, siquiera por parte de ella.

—Diablos, tenía que intentarlo.

Ambos rieron un poco incómodos.

—Al menos déjame llevarte a casa. —pidió él.

Emilia accedió sabiendo que era lo más que podía darle.

Cuando entró a su hogar, vio a Malcom, sentado en el sofá bebiendo un escocés. Vestía unos vaqueros y una camiseta algo desgastada; su aspecto indicaba que estaba relajado, pero las facciones de su rostro se mostraban tensas...

— ¿Qué tal tú cita con el señor bufandas? —gruñó él bebiendo un poco más de escocés.

—No fue una cita. —le corrió ella, acercándose a él para tomar el vaso de licor y apartarlo.

—Él lo habrá tomado de esa manera.

—Pero no yo.

Dicho eso, Emilia se dirigió a la cocina. Malcom la siguió.

— ¿Y... que hicieron? —preguntó él

—Hablar de arte. —se limitó a decir.

—¿Eso fue todo? —preguntó una vez más él.

—Sí. —respondió ella abriendo la nevera en busca de leche y algo de comer, se sentía repentinamente hambrienta.

—Él... ¿Él te tocó? —preguntó sin mirarla.

Emilia detuvo sus movimientos y lo observó. Parecía como si decir aquello lo estaba torturando. Ella, no pudo evitar sentirse algo satisfecha y culpable a la vez.

—Malcom...—empezó ella.

—Sólo dime si lo hizo. ¿Te tocó? —volvió a inquirir él, esta vez mirándola.

Ambos se quedaron observando.

—No. —negó ella. Él cerró los ojos aliviado al escucharlo— pero pudo.

Los abrió y la miró con frustración; se veía que él estaba llevando una pequeña guerra consigo mismo para no tener que explotar.

—No se lo permití —volvió a decir ella acercándose un paso— Porque soy tan estúpida como para aun serte fiel, aunque no lo merezcas...

Él, se encogió un poco ante sus palabras, como si fuera un niño al que acabaran de herir. Sus facciones mostraban dolor y cansancio, demasiado de ambos para tener sólo veinticinco años.

—No eres estúpida —le dijo casi molesto por aquel comentario—y sé que no lo merezco— reconoció él— pero, aun así, gracias.

Ella cerró los ojos evitando llorar.

No quería llorar.

Ya había llorado suficiente.

Los días siguientes habían sido algo difíciles, las fiestas se acercaban; por lo que sus padres vendrían, como todos los años y ellos, por supuesto, desconocían la situación en la que estaba su matrimonio.

—Podemos decirles que pescaste un resfriado. —le dijo Malcom a Emilia quien se encontraba sacando una caja llena de adornos navideños.

—No haremos eso. —se negó— sospecharán. Mi madre es demasiado astuta como para creerse algo como eso.

Malcom suspiró.

—Quería fiestas para los dos, eso es todo. Necesitamos este tiempo juntos y las fiestas podrían ser una excelente excusa para hacer que las cosas sean diferentes...

Emilia continuó sacando los arreglos, sin mirarle.

—No será necesario. Podremos estar juntos de todas maneras.

—Sabes que no. Tú madre hará todo lo posible para estar a tu lado que, ni siquiera tendremos tiempo el uno con el otro.

Emilia lo observó.

—Le diré que...

—No les dirás nada. Les diré que queremos estas fiestas, para los dos, fin.

—Malcom... es mi madre.

— ¡La mujer se volvió a casar ni que estuviera sola en Navidad! Que no se diga más, no vendrá ni ella ni padre. Te quiero sólo para mí, fin.

Dicho eso, él salió de la sala. Emilia repitió las palabras en su cabeza "Te quiero sólo para mí" aquella había sido su vaga e egoísta manera de demostrar que la quería. Tal vez no la amara, pero si la quería. La pregunta era, ¿Esta vez sería suficiente?

Aquella misma noche, se entregaron el uno al otro. Sin embargo, Malcom rompió una legra: él habló. "Perdóname, Emilia" había suplicado, y ella, sin ánimo de escucharlo, le pidió que se callara, el volvió a insistir, pero ella amenazó con irse. En cambio, él la penetró con más ansias, lo hicieron con pasión y en la culminación él dijo:

—Tendrás que perdóname alguna vez...

—Lo sé. —respondió ella. Después. se volteó y durmió.

Perfecta para tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora