—¡¿Qué diantres está haciendo, Anabella?! —carraspeó mi nana escandalizada cuando advirtió mis frívolas pretensiones, sus ojos contraídos y su expresión azorada.
—¡Una hazaña improvisada para escapar de aquí y anticiparme a madre! —respondí mientras arrancaba las sábanas de mi cama y después procedía a hacer lo propio con la tela perlada que adornaba el dosel—. Debo de prevenir a don Cristóbal antes de que las desgracias se ciernan sobre él. ¡Al fin y al cabo he sido yo la responsable de esto! ¿Qué hora marca el reloj? ¿Pasan ya de las seis de la mañana? ¡Jesucristo del tiempo diligente, tengo que apurarme!
—¿Y pretende anticiparse a doña Catalina quitando todas las sabanas, las telas de su dosel y las cortinas de su habitación? ¿Va a decirme que hará una cuerda con ellas y saldrá por la ventana, señorita impertinente? —quiso saber ella, ofuscada por la incertidumbre de no saber completamente el proceder de mis acciones.
—¡Nana! —me horroricé al imaginar escena tan temible—. ¿Me crees tan loca para colgarme desde la ventana cuando sabes lo mucho que temo a las alturas?
—¡Ya una vez se lanzó del púlpito, así que no me cuestione sobre lo que pienso de su juicio y sus demás disparates!
—Pero esta vez es diferente. En esta ocasión haré algo mucho más discreto.
—¿Algo más discreto que salir colgada por su ventana?¿Qué cosa hará, entonces?
—Incendiaré la puerta.
—¡¿Qué?!
Nana cayó sentada sobre mi cama y comenzó a temblar seguramente por la impotencia que le suponía saber que no podría persuadirme con respecto a mi plan.
—Vamos, nana, quita esa cara de vaca ordeñada y ayúdame a poner las sabanas en la puerta: por suerte tenemos velas y cerillos.
—¡Anabella, por amor de Dios, no haga tarugadas!
—Ay, nana incomprensiva, ¿crees que esperaré a que un príncipe venga y me rescate trepado en un corcel? Mi don Piedra no es ningún príncipe, y del corcel ni hablamos, puesto que a duras penas si tiene el burro que tiraba de la carreta el día que llegó.
—¡Niña, no haga temeridades, se lo imploro! ¡No solo se quemará la puerta si lleva a cabo lo que se propone, sino que también se incendiará el resto de la habitación, y si no morimos incineradas, doña Catalina se encargará de asesinarnos de todos modos cuando advierta lo que ha hecho: a usted por enajenada y a mí por consentir sus fechorías!
—¡Prefiero morir luchando por amor que morir de rodillas por cobarde! —me defendí confiando en mi repentina invulnerabilidad—. Podría echarme a llorar ahora mismo y no hacer nada dado lo que me espera, pero considero que mis lágrimas pueden esperar un poco más: por una vez en mi vida debo de ser útil y reparar mis propios errores.
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LETANÍAS DE AMOR Y MUERTE ©
Romance"Yo era Tormenta y él un Ángel que amaba las tempestades..." A sus 17 años de edad, Anabella solo espera una cosa; que durante la fiesta de máscaras llegue el diablo y se la lleve, a fin de evitar que la codiciosa de su madrastra la entregue en co...