—¿De dónde se robó ese anillo, don Cristóbal? —dije involuntariamente en el éxtasis de mi conmoción.
Por unos instantes, los ojos de don Piedra se crisparon, su pecho se agitó con respiraciones tumultuosas, y los níveos dedos de su mano derecha, que sostenía el anillo precioso, vacilaron.
—¿Cómo dice? —Parecía que alguien le hubiese extraído todo el aliento de un puntapié en la barriga—. ¿Le estoy pidiendo matrimonio y lo primero que atina a decirme es «de dónde se robó ese anillo, don Cristóbal»? —Su voz ahora había sido adusta y avinagrada.
Sentí palidecer, más por mi imprevisión en mis palabras que por el repentino desdén que reemplazó el gesto ilusionado que Cristóbal me dedicaba. Su posterior ademán de decepción en su semblante fue el artífice de mi arrebatamiento, el cual me llevó a echarme a sus brazos, cuando él aún permanecía arrodillado, provocando que ambos cayésemos al suelo, yo arriba de él.
—Dispénseme, Cristóbal, por decir semejante insulto, pero me ha tomado desprevenida —quise justificarme con razón—. ¡No he podido ser más atarantada porque no me ha dado tiempo! ¿Cómo decirle que no le entrego mi corazón, aceptando su proposición de casamiento, si de todos modos usted ya lo tiene consigo de forma espiritual? ¡Póngame ese anillo, amado mío, y olvide la sandez que le he dicho al endenantes!
Me tranquilizó sentir que él me oprimía contra su pecho y que la repercusión de su cándida risa se hundía más allá de mis tímpanos. Era seña de que me había perdonado, y que su propuesta de matrimonio seguía vigente. Al incorporarse, me levantó consigo con uno solo de sus brazos, hasta posarme con cuidado en el borde de mi cama junto al dosel que rozó mi frente. Ahí, con sus dientes y ojos resplandecientes, alargó mi brazo izquierdo con delicado anhelo, y colocó el anillo sobre mi dedo anular, el cual se aposentó allí como si las medidas hubiesen sido diseñadas para él.
Tuve que sorberme la nariz y mis mejillas para evitar arruinar el momento con mis mocos y mis lágrimas. Contuve el aliento y cuando al fin tuve el anillo puesto lo acerqué a mis ojos para que estos fueran testigos, por medio de este símbolo, del compromiso que acababa de adquirir al dejármelo poner.
—¡Cómo no amarlo, don Piedra! —gimoteé mientras él me contemplaba con arrobamiento.
Él se abandonó a sus impulsos y comenzó a besarme la mano. Sus labios parecían adorarme cual si yo fuese una imagen religiosa. Cuando terminó, volvió a mirarme y sonrió.
—Poseo unas pequeñas tierras en Córdoba de Veracruz, más allá de la ciudad de México, no son muy grandes, pero son fértiles y dan cosechas abundantes —me dijo, sentándose sobre sus pantorrillas frente a mí: su altura hacía que no hubiese una gran distancia en nuestros rostros—. Si usted pudiese conformarse con lo poco que yo pudiere darle a través de ellas...
—Yo podría conformarme solo su amor, Cristóbal —manifesté sin mentir.
—En la práctica no es así de sencillo, mi dulce pequeña —meneó la cabeza—. No solo de amor vive el hombre, sino también de comida —rio, acariciándome la porción de cabello enrulado que se precipitaba desde el lado derecho de mi rostro—. Pero... me angustia admitir que conmigo no podría tener los lujos que aquí le ofrecen. —Agachó la mirada atribulado, sin dejar de retener mi mano y mi pelo, y añadió—: Quiero decir que no al principio, mas no desoiga mi promesa de que trabajaré con desmesurado afán hasta lograr satisfacerla en todo lo posible, y así evitar que no resienta tanto su cambio de vida. —Al elevar de nuevo su rostro, volví a ver el mismo semblante optimista y animado de antes —.Es mi deseo que se sienta orgullosa de mí, Anabella, y que se sienta protegida siempre. Yo seré su hombre y usted será mi mujer, y por ello querré complacerla en todo. Como le digo, lo poco que pueda darle tenga la seguridad de que se lo daré con todo mi amor.
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LETANÍAS DE AMOR Y MUERTE ©
Romance"Yo era Tormenta y él un Ángel que amaba las tempestades..." A sus 17 años de edad, Anabella solo espera una cosa; que durante la fiesta de máscaras llegue el diablo y se la lleve, a fin de evitar que la codiciosa de su madrastra la entregue en co...