.Nunca olvidaré el momento en el que mis padres dijeron algo que me cambiaría la vida por completo.
No, jamás podría olvidarlo.
Entré corriendo en casa, con las notas en la mano, muy contenta porque al no haberme quedado ninguna, tenía un largo verano solo para mí. Para mí y para mis amigas, claro.
Sonreí al recordar la cara de mi madre al ver las notas.
-Siempre supimos que eras muy inteligente, hija-recuerdo que me dijo.
-Es aquí, hija.-dijo mi padre, señalándome una fila de asientos y sacándome de mis recuerdos-Si quieres, puedes sentarte tú al lado de la ventanilla.
Por toda respuesta, le gruñí. No obstante, ocupé dicho asiento y miré por ella. Miré todo aquello que dejaba atrás y que nunca recuperaría. Bueno, quizá estuviera exagerando un poco.
Mientras la rechoncha y con cara de amargada azafata nos daba la típica clase de cómo sobrevivir a los accidentes aéreos yo continué mirando por la ventanilla y, sin querer, volví a recordar lo que había pasado hace apenas dos días y que jamás podría olvidar.
-Mamá-recuerdo que dije-Eso es mentira. Tú siempre dices “Más tonta y me naces botijo”, ¿recuerdas?
Mi madre estalló en risas. Risas que yo no compartí.
-Bueno hija, no debes tomártelo todo tan a pecho.
-Pero si no lo hago…
-¡Calla, calla! Espera que venga tu padre y, como recompensa por tus buenas notas, tenemos una sorpresa que hacerte.
A mí me brillaron los ojos de la emoción. ¡Una sorpresa! ¡No me la esperaba! Aunque, espera, por eso se llaman sorpresas, porque no las esperas. Vale…
-¡Ah! No teníais por qué molestaros.
-¡Bah! Ya verás cómo te gusta.
Sonreí con amargura al recordar lo emocionaba que estaba, imaginando mil y una cosas que podría ser mi sorpresa, para luego resultar que no era ninguna de las que yo me había imaginado.
-¡Hija, ven, que te demos la sorpresa!-gritó mi madre desde la cocina.
-¡Mamá, pareces tonta gritando si estoy detrás de ti!
-¡Ah!-exclamó mi madre, girándose-No te había visto.
Puse los ojos en blanco.
No es que mi madre fuera cegata, es que a veces se le olvidaba que tenía una hija.
-Vamos, siéntate-dijo mi madre, señalando un taburete que había bajo la mesa.
-¡Voy!-dije, dando palmitas de la emoción.
Mi padre estaba leyendo el periódico y no se había dado cuenta de que yo estaba dando palmas, cada vez más fuertes, para llamarle la atención.
-¡Papá! ¿Quieres dejar eso ya y darme mi sorpresa?
-¿Qué? ¡Ah!-dijo este, levantando la cabeza del periódico y mirándome-¡Pero si eres tú! ¡Hola, Cris!
Puse los ojos en blanco.
-La sorpresa, papá. Llevo todo el día esperando.
-¡Pero si has venido del instituto hace quince minutos!
-¡Todo el día esperando, papá!-dije, comenzando a impacientarme.-Por favor-dije, intentando recuperar unos perdidos hace mucho tiempo modales.
-Bueno, vale. Está bien.