"El pasado duele"

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  -Es un buen hombre, pronto lo conocerás- dijo la señora Marjourie, mientras daba señales con su mano de que entrarara a la espaciosa casa.

Mis pasos lentos y cuidadosos estaban apoyados sobre Daniel, quién inexpresivamente me ayudó a subir los escalones de la entrada. El piso de madera obscuro y brillante emitía un olor rústico que se impregnaba desde el inicio; los objetos antiguos combinaban perfectamente con las cortinas color vino, los marcos de las puertas y ventanas eran similares entre sí. El ondeante mantel púlcramente blanco de la mesa era lo único luminoso que podía encontrar; sin contar, claro, los hermosos candelabros que se colgaban elegantemente.

Observé con cuidado un estante que estaba a unos pasos de mí. Tenía dentro de sus transparentes puertas numerosos trofeos junto con algunas fotografías. -Ese es Mathew cuando tenía quince- escuché la voz ronca de Joseph al lado mío. -Le gustaba competir, ser el mejor- mencionaba él con una sonrisa nostálgica en sus labios.

-¿Y qué pasó...?- le pregunté de nuevo, con impertinencia. Sus brillantes ojos empezaron a apagarse, como si volviese a revivir el momento. Eso me puso algo nerviosa, sin embargo él detuvo mi incomodidad al sostenerme con fuerza. -Está bien... pregunta lo que quieras, tienes el derecho de saber todo lo que pasa aquí, eres parte de nosotros-. Sus consoladoras palabras me hicieron sentir más en confianza, sonreí sutilmente y esperé a que me contara

-Estaba en una competencia de baloncesto, quizá era la más importante para él, ya que eso era lo que cambiaría su futuro en la Universidad. Pero un desafortunado accidente ocurrió, uno de los músculos de su hombro derecho empezó a tensarse justo antes del partido; no obstante por una extraña razón él decidió no decirle a nadie y continuó hasta su límite, fue la peor decisión de su vida. Lo soportó por tanto tiempo que cayó inconsciente sobre la cancha de básquetball; se había desgarrado el músculo a tal grado que no pudo soportar el dolor, ya era una herida incurable. No sólo arruinó su carrera como deportista, si no que las consecuencias lo han perseguido todos estos años-. Terminó diciendo cabizbajo, cuando me dio la fotografía antes de marcharse, apoyando su tambaleante cuerpo del bastón.

No dije nada, no habían palabras para ésta clase de situaciones, así que me limité a mirar a aquel chico sonriente que lo rodeaba un marco. Su cabello castaño y ojos azulados me recordaban a Amie; sin embargo esa sonrisa brillante, aquella hipnotizante y encantadora, era definitivamente idéntica a la de su madre.

Coloqué el portaretrato en el estante de vidrio y seguí observando los curiosos adornos antes de llegar a las escaleras. Me detuve, observando las agotadoras e interminables gradas que me esperaban. Solté un largo suspiro y me giré hacia Daniel, dándole a entender que lo necesitaba más que nunca; levantó ligeramente su mirada y se abalanzó hacia mí para sostenerme. Cada paso que daba era un eterno martirio para mis costillas; mis quejidos y muecas alentaban el proceso, pero su paciencia lo facilitaba. Pisamos la parte más alta, pudimos caminar con más fluidez cuando al fin llegamos a aquel largo pasillo que solo lo iluminaba la ventana del fondo; Daniel me dejó frente a la puerta de mi supuesta habitación. Le agradecí con un gesto, y él entendió que yo quería estar sola, así que se alejó lentamente. 

Abrí con extremo cuidado la ruidosa manilla, por si me inundaban los recuerdos al entrar; pero para mi sorpresa había algo mucho más grande que eso. Su cabello obscuro y ojos fríos me dejaron sin palabras, nuestras miradas chocaban; no obstante en lugar de alivio, sentía una cierta indiferencia en el ambiente. -No me disculparé de lo sucedido, he venido a recoger mis cosas- me dijo con furia mientras metía algunas prendas en un maletín. No sabía que estaba haciendo, ni mucho menos de lo que hablaba, solo me quedé de pie observando su molesto estado. -¿No dirás nada? ¡la que debe disculparse eres tú!- me gritó sin saber yo acaso como reaccionar o responder, dí un pasó hacia atrás y me congelé por unos segundos. Escuché varios pasos atrás mío que se acercaban rápidamente, -¿Qué está pasando?- preguntó su madre con autoridad y perplejo mientras se quedaba detrás; Joseph se adelantó a tomarlo de su brazo con furia -Tú no eres así, compórtate- le dijo al oído el abuelo; eso pareció calmarlo unos cuantos segundos, pero luego se apartó de él para tomar sus cosas e irse, sin antes fulminarme con la mirada.

Escuché sus pasos alejarse, junto con unos cuantos que se escucharon en comunión para persuadirlo; él dejó un ambiente seco a la habitación, no esperé sorprenderme tanto en una visita, y menos de mi nuevo "esposo".
Esa fue la primera vez que me alegró tener amnesia; no me molesté, no me ofusqué, simplemente escuché a ese loco hablándole a alguien que no estaba en la habitación.

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