XI

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Le veías cada día,

con su maldita sonrisa.

Con su nueva zorrita.

Con su porro en mano derecha,

y con su litro en mano izquierda.

Seguías enamorada de él.

Seguías enamorada de su risa,

de sus chistes malos,

de su olor,

de su pelo,

de sus ojos,

de su cuerpo,

de sus músculos;

de él.

¿A quién intentabas engañar, pequeña?

Tu amigo,

tu mejor amigo,

aquel chico del chino,

hace días que no le ves,

que no sabes de él.

Preguntas a los demás,

pero ninguno sabe dónde está.

Te asustas,

te angustias,

fumas,

te calmas,

vuelves a asustarte,

y vuelves a fumar.

¿Por qué todo es un bucle?

Los minutos corrían,

y cada segundo que pasaba

estabas más desesperada.

Te enteraste,

que estaba ingresado en el hospital.

Fuiste a verle,

sin mamá.

No como aquella vez,

que fuiste a ver al abuelo.

Su último de vida,

en su último aliento.

Le viste en la camilla,

roto y sin fuerzas.

Y al verle así,

te rompiste tú.

Pero, ¿qué le había ocurrido?

No parabas de preguntártelo.

Hincaste la rodilla en el suelo,

le agarraste de la mano.

Y llorabas desconsolada.

¿Qué había ocurrido?

Droga lo llaman.

Todo parecía divertido,

fumar un porro,

esnifar algo de coca,

pero,

¿meterse en vena?

¿Por qué llegó a esos extremos tu amigo?

Preguntaste al doctor.

Sobredosis, te dijo.

Pero doctor, no puede pasar esto.

Le dijiste triste.

El doctor se fue,

que persona tan fría,

tan insensible...

Que persona tan... ¿Tú?

Si cariño, te volviste así.

Dolor crónicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora