1. Punto sin retorno.

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"El destino tiene formas curiosas de hacernos saber que tiene el control de todo. No necesita dar explicaciones, pues todos saben que las cosas pasan por su capricho."

-Elliot-

Un golpe repentino contra el vidrio de la ventana lo despertó. Estiró los brazos y se acomodó en el asiento para dejar que su cuerpo se estabilizara. Un bostezo pleno anunciaba el inicio de un nuevo día.

Había pasado toda la noche a bordo de un autobús pensando en todas las cosas que habría podido hacer en lugar de tener que ir a visitar a sus tíos en un pueblo que nadie conocía. No era del tipo de adolescentes que hacía una fiesta el primer día de tener la casa libre, además no tenía tantos amigos. Más bien pensaba en toda la paz y libertad que el hecho de vivir solo proporcionaba. Disfrutaba de la compañía de las personas pero más que nada, amaba los momentos en que podía estar a solas y olvidarse del resto del mundo.

Su padre estaría de viaje y se había negado rotundamente a dejarlo solo. Luego de considerar las opciones, pensó que lo mejor sería enviarlo a casa de sus tíos en un pueblo remoto donde el joven nunca había estado antes. Con personas a quienes podía llamar familia únicamente por título, ya que tenía más de diez años sin cruzar una sola palabra con ellos. Solo los recordaba por viejas fotografías y fugaces apariciones en los videos familiares.

-Vamos Elliot, no puede ser tan malo. Además, te hace falta apartarte de la ciudad y todo su caos. El lugar donde vive mi hermana es un sitio hermoso, seguro que encuentras algo divertido que hacer. No puedes depender tanto del internet para entretenerte – Dijo el señor Bell un día antes de enviarlo de vacaciones en contra de su voluntad.

-¿Osea que ni siquiera hay internet?, No puede ser – Elliot respondió con pocos ánimos. Se le habían terminado los argumentos con los cuales tratar de convencer a su padre. Intentó diciendo que ya tenía quince años y que no era un niño, incluso inventó que su amiga Melanie estaba en el hospital porque había sido atropellada por un autobús y quería quedarse para ayudar en lo que pudiera. Por supuesto que su padre era como un detector de mentiras humano y nada funcionó.

Y ahí estaba ahora, a bordo del autobús feliz hacía pateticolandia. Sentado junto a un hombre de apariencia seria que no se quitaba el abrigo ni siquiera por que estaba haciendo tanto calor que podrías cocinar un huevo en el pavimento.

Su extraño compañero de viaje metió una mano en su bolsillo y extrajo un paquete de galletas de limón. Lo abrió y de la nada extendió una invitación al chico para que tomara una.

-¿Galleta?, No es el mejor desayuno pero puede ayudar a calmar el hambre –Dijo mirándolo fijamente.

Elliot tenía reglas en cuanto a hablar con extraños. La primera era no hablar con ellos, la segunda, no aceptar nada de ellos. Sin embargo estaba muriendo de hambre, aquel sujeto no lucía como la persona más confiable del mundo pero tampoco era como que pudiese asegurar que se trataba de un asesino serial o algo por el estilo. Al final se vio traicionado por sus necesidades humanas y acabó por tomar una galleta del paquete.

-Gracias. Aun queda mucho camino por delante – El joven volvió a pegar la cabeza contra el vidrio de la ventana. No podía hacer nada al respecto para cambiar el hecho de que estaba atrapado en un recorrido aburrido por las siguientes horas.

-No luces muy feliz de viajar. Eso podría hacer que el trayecto se vuelva más aburrido – El hombre lo miró con sus profundos ojos oscuros. Llevaba un sombrero negro en la cabeza que hacía perfecto juego con su abrigo de piel de quien sabe que fuera. Probablemente tendría una edad cercana a la de su padre. Cuarenta y tantos -, Soy Jonathan – Se presentó al fin.

Riptide: Noches de sueño tardío.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora