Comía chocolates para que se me quitara un poquito el sabor a tabaco que tenía de tus besos y del cigarrillo amargo.
Llegaba a mi casa, con flores, poemas y esas canciones que me hacías, tarareándola, volando entre las nubes de mi habitación y oliendo esa camisa tuya favorita que habías roto, la que ahora se habia convertido en mi camisa favorita.
Escuchaba tus canciones y resonaban más en mi corazón que en mi oidos y me decía "mierda, me he enamorado de él".
Al estar contigo, me perdía en el limbo de tu mirada y en el de seguir viva, porque estaba asujetada a la pequeña cuerda de tus dedos. Eras tú quien me permanecia de pie, y mierda que bien lo hacías.
Tus drogas, tus cervezas y aquellos cigarrillos de tarde, se volvieron tu vicio, a pesar de que me volviste adicta a ellos, no te diste cuenta que mi único más grande vicio eras tú.