El puesto de mi padre

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Sentí cómo el viento rozaba mi cara. Me preparaba para lo peor: el golpe. Sin embargo, no noté dolor. Es más, no noté nada que se le  pareciera. Ni siquiera me mojé el culo con la hierba fresca de la mañana. Abrí los ojos rápidamente, temiendo que hubiera muerto del impacto. Lo que vi jamás lo creeréis. Estaba flotando en el aire. Como si el viento me transportara a otro lugar. Como si la brisa me abrazara con sus fríos brazos. Notaba cómo se alborotaba mi cabello mientras veía cómo iba de aquí para allá. No sabía a dónde me llevaban, pero no parecía ser nada malo. Sin embargo, un pinchazo en el corazón me hizo recordar todo lo que había pasado aquella noche, y sin pensarlo, quise volver a mi casa. Inmediatamente, el viento cogió otro rumbo y me llevó de nuevo hacia ella. Pero al acercarme de nuevo, veía cómo esta ardía. Por ello, me quedé en mi cabaña, en Yodine, el único refugio seguro que mi padre había construido para mí.

"Este sitio te protegerá de todo lo que suceda" decía. No podía negar que me dolía recordar. No sabía dónde estaban y eso me inquietaba bastante. Puede que hubieran vuelto al pueblo al ver el fuego, pero no me creo que se hubieran olvidado de mí. Puede que regresaran pronto para apagar el fuego y venir a rescatarme. Mi cabeza quería creer en esa posibilidad, pero yo sabía que no iban a regresar. Lo único en lo que podía confiar era en que estaban bien y a salvo. Me aferraba a esa esperanza como si fuera mi único salvavidas. Tenían que estar bien. Cuando llegué al último escalón de la escalera y llegué a Yodine, lo único que hice fue sentarme en el colchón y observar las letras azules que estaban en la pared de enfrente a través de los rayos de la luna que se filtraban por la ventana. Aún era de noche. Después de un buen rato, me tumbé. Sabía que tenía que descansar, pero mi cabeza no podía parar de pensar. Estaba en marcha y no tenía un botón de apagado. Como no tenía otra cosa que hacer, por primera vez en mucho tiempo, lloré. Lloré hasta que me doliera la cabeza, hasta no poder más. Y así fue como me dormí.

Me desperté a la mañana siguiente con los búhos. Estaba acostumbrada a hacerlo. Me levanté y miré al sol. Debían de ser las cinco de la mañana. Aunque sabía que no había dormido mucho, había descansado lo suficiente como para pensar con claridad. ¿Debía quedarme y hacer como si no hubiera pasado nada? ¿Debía huir para que los demás pensaran que yo había desaparecido también? Y en ese caso, ¿a dónde iría? Decidí quedarme unos días más. Pensé que sería buena idea ir al comercio de mi padre a continuar con su labor. Aunque sólo tenía trece años, había visto a mi padre mil veces trabajar y le había imitado. Creo que se me daba bastante bien. Por ello, cogí mis cosas y me dirigí hacia allí. Cuando llegué, divisé el puesto de mi padre apartado del de los demás. Él siempre decía que así no le robaban la clientela. Lo abrí, pero me di cuenta de que para que un puesto funcionara debía haber cosas que vender. Y allí no había nada. Debió de haberse quemado todas las sobras anoche, ya que mi padre siempre las traía de vuelta a casa para nosotros. Sin embargo, conseguí encontrar en la trastienda unas bolsas que contenían frutas y verduras frescas. Hallé una nota cuando vacié las bolsas que decía:

"Toma Rob, lo de siempre. Sé que crees que deberías pagarme, pero estoy en deuda contigo y creo que así me siento en paz. Mañana te traeré lo de los jueves. Main".

Rob era mi padre. ¡¿Estábamos ya a miércoles?! ¿En qué mundo vivía? Me puse a colocar todo en el puesto, cada cosa en su cajón correspondiente. Había de todo. Era precioso ver lo lleno que estaba. Lo que no sabía era que mi padre había hecho un favor a alguien y que se lo hubiera devuelto así... Lo guardé en la caja de los pensamientos que debía analizar más tarde, y me concentré en atender el puesto. Mucha gente me preguntaba dónde estaba mi padre. Como no podía decirles la verdad, mentía diciendo que estaba enfermo y todos se habían quedado a cuidarlo. Al ser yo la más pequeña, no podía hacer nada (en realidad sí, porque mi madre me había enseñado) y venía a cuidar del puesto, que eso sí sabía hacerlo. Todos caían como moscas en la mentira. Incluso se compadecían de mí y me pagaban más de lo necesario.

La verdad era que aquello sí que me hacía sentir mal, porque sabía que mi padre estaba bien. O eso quería creer. Pero esa sensación se me pasaba pronto al acordarme de que yo necesitaba ese dinero para subsistir de alguna manera. No tenía casa a la que volver, tan sólo una pequeña cabaña de madera. Y ni siquiera alguien con el que hablar. Tampoco tenía donde cocinar la comida. Lo único que me quedaba eran algunas cosas de mi familia que había conseguido salvar y los búhos. Al parecer, el fuego no había llegado hasta su árbol, y seguían viviendo en paz. Eso me alegró bastante, la verdad. Si les hubiera perdido a ellos también, definitivamente estaría sola.

A la hora de comer, como no tenía nada que llevarme a la boca, cogí un tomate de los que había en las bandejas y una manzana. Los lavé cuidadosamente y me los comí.

Por la tarde hubo mucha menos gente a la que atender, por lo que tenía tiempo para entretenerme con mis estudios. Esa era otra cosa en la que tenía que pensar. Si me quedaba para ocuparme del puesto de mi padre, no podría ir al colegio, por lo que no merecía la pena seguir pagando. Además, si elegía ir y dejar el puesto, pronto se me acabaría el dinero. Y no quería dejar el puesto de mi padre. Era lo único que me mantenía ocupada y me permitía no sufrir.

Comenzó a anochecer y aún no había tenido ningún cliente. Todos se paraban a observar lo que tenía pero nadie compraba. Estaba claro que la gente prefería comprar por la mañana, aunque no comprendía por qué. Los demás puestos empezaron a recoger sus productos y a cerrar. Como yo no me quedaba por la tarde, no sabía a qué hora cerraba mi padre. Sin embargo, tenía que regresar a Yodine antes de que se hiciera de noche. Por eso, empecé a recoger. Pero antes de que pudiera cerrar, otra persona llegó. Era una señora muy mayor. Llevaba un sombrero aunque ya casi no hacía sol y un enorme bolso colgado del brazo. En sus ojos negros se reflejaba el cansancio. Parecía que había intentado llegar a mi puesto lo antes posible y por el camino hubiera ido perdiendo la esperanza. Cuando terminé de atenderla, seguí recogiendo. Debía darme prisa o no llegaría a mi casa a tiempo. Pero miré a la señora y la pobre no podía con las bolsas que yo le había entregado. No pude evitar sentirme conmovida y le pedí que me esperara. Acabé de recoger el puesto. Después le acompañé hasta su casa. Nunca había paseado por las calles del pueblo vecino hasta esa tarde.

La señora me llevó por distintas calles, como si no se acordara muy bien de dónde vivía. Eso me puso un poco nerviosa. Temía que si en realidad ella no recordara dónde estaba, me estuviera haciendo perder el tiempo. Sin embargo, pronto llegamos a una pequeña puerta roja, muy vieja pero bonita para mi gusto. La casa estaba pegada a las demás, como si todas fueran iguales por fuera pero distintas por dentro, según su dueño. Cuando entré, lo primero que vi fue un recibidor muy acogedor. A continuación se encontraba lo que creo que era el comedor, con una enorme mesa en medio y una lámpara hecha completamente de cristal, enorme y rodeada de velas iluminadas.

Seguí a las señora por una puerta que se encontraba a la derecha del recibidor y que llevaba a la cocina. Deposité las bolsas en una pequeña mesa y rápidamente me di la vuelta con la intención de salir. Sé que es de mala educación, pero tenía demasiada prisa. Si se hacía de noche, sería demasiado peligroso. Los ladrones y fugitivos abundaban en esa parte de Rise. La zona sur era un poco más agradable. Yo estuve una vez cuando era muy pequeña y casi no me acuerdo, pero sé que la zona norte es mucho más peligrosa y violenta. Se notaba hasta en el entorno. Por eso, Roberlow presentaba a más pobres en las calles que Torsean, que estaba en la zona sur. En cualquier caso, yo sabía que era peligroso. Pero la señora me retuvo y me dio las gracias.

-¿Te gustaría quedarte a cenar? Tengo mucha comida y siempre viene bien un poco de compañía. Hace que no tengo invitados una eternidad. Casi ni me acuerdo-dijo con su voz amable.

Hasta ese momento no me había dado cuenta en el anillo que la mujer llevaba con bastante orgullo. Debió de estar casada, pero tenía pinta de que su marido se había muerto hacía ya años. Aunque su propuesta me pareció bastante acogedora, la rechacé. Tenéis que tener en cuenta que yo todavía estaba dentro del trauma por haber perdido a mi familia, y lo último que necesitaba era alejarme también de mi cabaña, que era lo único que me quedaba.

Casi de noche, salí corriendo de la casa de esa señora. Las personas  que aún quedaban en la plaza donde yo vendía me observaron correr a toda velocidad hacia el pequeño pueblo vecino: Roberlow. Seguramente no entenderían por qué, pero yo necesitaba volver con más ímpetu del que hubiera tenido hace dos días. Y eso era lo que me hacía seguir hacia adelante. Debieron de ver a una niña muy enérgica que no miraba atrás, tan solo seguía sin saber lo que le esperaba en el camino. Y esa imagen de mí desde fuera me gustaba, aunque no sabía por qué.

Mi última historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora