Infancia rota

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Mientras seguía corriendo, sentía cómo la luz que flotaba en el cielo se apagaba por momentos. Empezaba a sentir miedo. Si me encontraba con alguien muy poco amigable en el camino no sabría qué hacer. Llevaba todo el dinero que había recaudado en el bolsillo y una serie de frutas y verduras que habían sobrado. Decidí guardarme el dinero en un zapato por si me atracaban. Desde fuera parecía una niña pobre que había robado la comida que llevaba. Yo me había ocupado de que fuera así, manchándome más la ropa. La verdad era que no me había parado a pensar en las pintas que debía llevar. No me había cambiado de ropa desde hacía dos días, y la piel la tenía sucia del fuego. Y prefería que se llevaran la comida que tenía antes que el dinero. Podía sobrevivir sin comer una noche. Ya lo había hecho otras veces cuando la temporada de invierno llegaba y casi nadie se podía permitir comprar nada. Los precios subían, y la cosecha era tan pobre que mi padre no conseguía traer nada a casa. Es más, esta temporada llegaba y debía prepararme.

Aunque sentía que estaba a punto de caer del cansancio, no dejé de correr. Sabía que podría descansar cuando llegara a casa. Pero cuando por fin divisé mi casa (lo que quedaba de ella), vi unas cuantas persona acumuladas alrededor. Imaginé que serían curiosos que se preguntarían qué había pasado. No me apetecía dar explicaciones en ese momento. Más que nada porque no iba a decir la verdad, y no me había preparado una mentira lo suficientemente buena para contarla y que todos me creyeran. No había tenido tiempo de pensarla.

Entre la gente, estaban mis vecinos y algún que otro niño buscando algo con lo que asustar a los demás. Suspiré y me acerqué sin dar explicaciones. Todos se quedaron atónitos al verme viva subiendo a mi árbol. Sin embargo, nadie me detuvo ni me preguntó. Lo agradecí bastante, aunque probablemente al día siguiente no tendría la misma suerte. Cuando al fin oí que se marchaban, abrí mi mente y comencé a organizar mis ideas. Tenía muchas cosas en las que pensar: el colegio, la señora, la nota, mi familia, las personas y la mentira, el dinero... Decidí que lo mejor era pensar primero en lo que le iba a contar a la gente. Supuse que lo mejor era decir que había sido un accidente, que me desperté y que los demás me dijeron que iban a buscar material para reponer todo de nuevo y me habían ordenado quedarme para que me ocupara del negocio mientras. Todos eran lo suficientemente listos para saber que yo era capaz de hacer todo eso sola, ya que no era una niña corriente. Por eso, todos los muchachos me tenían miedo, respeto y envidia al mismo tiempo.

Luego comencé a pensar en la nota que le había dejado a mi padre ese tal Main. La verdad era que jamás en la vida había oído hablar de él de la boca de mi padre, ni tampoco de ningún favor que hubiera hecho a alguien. Y eso que mi padre nunca se guardaba los secretos para él solito. Supuse que mi madre sí que lo sabría, y probablemente Tod y Rosh también. Pero ellos tampoco estaban allí para responderme. Como esa investigación no iba a llevar a ningún lado, la aparté de mi mente. Un tipo al que mi padre le había hecho un favor no era importante, y mientras no supiera que mi padre había desaparecido y no sabía si seguía... No. Estaba vivo. Pero mientras no supiera lo que había pasado, todo iría bien.

Por último y antes de cenar, pensé en el colegio. Nunca me había llegado a gustar del todo por lo que había tenido que sufrir en él, pero me encantaba aprender. Y esa era la única manera que tenía de hacerlo desde que no tenía a nadie que me enseñara. Por eso, me dolía dejar de ir... Quizá, si reunía el dinero suficiente, podría seguir yendo... ¿Pero quién me decía que eso llegara a ocurrir? No, tenía que dejarlo e ir yo personalmente a informar de ello. De una cosa sí que estaba segura: no iba a abandonar por nada del mundo el trabajo de mi padre. Iba a mantenerlo vivo hasta que él volviera, para que se sintiera orgulloso de mí.

Saqué lo que pude encontrar que no necesitara cocinarse y me lo comí. Echaba de menos la comida que hacía mi madre. Sabía que ella podía hacer milagros con aquello que tenía delante, pero no estaba. Reprimí las lágrimas que querían salir de mis ojos. No podía permitirme el mostrarme vulnerable. Eso haría que no pudiera sacar las fuerzas necesarias. Después de cenar, saqué un poco de pan que me quedaba y llamé a los búhos. Se habían acostumbrado a mi voz, y se acercaban cuando les llamaba. Los pequeñajos ya podían volar, y se acercaban sin miedo a que les diera de comer. Me hacían sentirme bien. Me prometí que cuidaría de ellos hasta que su madre volviera. No quería que pasaran por lo mismo que yo.

Estaba tan cansada que me dormí con la mano en la ventana mientras ellos comían el pan que sostenía. Soñé lo mismo de siempre. Soñé con la noche del incendio, con aquel chico tan extraño, con los búhos... Hablé con mis hermanos en sueños, pensando que de verdad habían regresado a por mí mientras mamá y papá construían una casa en otro lugar más acogedor, alejado de aquella parte tan sombría de la comunidad.

Esta fue la primera noche que verdaderamente me sentí sola. La primera de miles, teniendo en cuenta que estuve dos años viviendo en un profundo castigo de mentiras y soledad, atrapada por la desaparición de mi mundo, tratando de reavivar el fuego a través de Yodine y las palabras que encerraba en las paredes.

Mi última historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora