El comienzo

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Como ya he dicho, empezaré por mi infancia. Yo me crié en Roberlow, un pequeño pueblo a las afueras de Rise. Si no has oído hablar de él, no me sorprende. Hay ciudades mucho más interesantes a las que ir como para pararte a ver un pueblucho de pacotilla. Pero para mí, Roberlow era el mejor pueblo del mundo. Más que nada porque nunca había salido de allí, y era donde había crecido.

Cuando yo nací, mis padres me llamaron Senna, que significa "rebelde" en kolken, el idioma de mi tierra. Y la verdad es que no se equivocaban. Supongo que ellos me lo pusieron porque al parecer, era la única chica de cinco hijos, pero por alguna razón, el nombre se ajustaba a la perfección con mi manera de ser. Cuando cumplí los tres años, ya había hecho las mayores trastadas que se pueden esperar de un niño de siete años.

He de admitir que mi familia no era adinerada, pero mis padres se las ingeniaban para que de una manera u otra, pudiera ir a la escuela. Yo no era consciente de todo el esfuerzo que hacían por mí, pero siempre trataba de dar lo máximo para que ellos se sintieran orgullosos. 

Mis hermanos siempre me estaban gastando bromas. Al ser la pequeña, me trataban fatal. Pero me las ingeniaba siempre para salirme con la mía. Cuando ellos trataban de hacer alguna trastada, yo conseguía hacérsela a ellos antes. Esa era la norma que me imponía: protege tu territorio. Pero esto sólo ocurría con los mayores, Tod y Rosh, que siempre estaban de un lado para otro. Ya habían dejado el colegio hacía mucho. Es más, estaban trabajando en la tienda de mi padre desde antes de que yo naciera. Pero no habían conseguido madurar los suficiente.

Los otros dos, Pat y Tacki, tan solo se limitaban a no meterse en líos. Eran gemelos, por lo que era fácil confundirlos. Compartía habitación con ellos, y siempre salíamos al jardín para jugar al "Loss". Por si no sabes lo que es, te lo explicaré. Es un juego que consiste en trepar por los árboles. El que más rápido llegue a la copa, gana. Es bastante más divertido de lo que parece. Como yo tan solo tenía cuatro años, no conseguía llegar ni al metro de altura, por lo que no podía agarrar el grueso tronco del árbol con mis bracitos. En ese sentido, Pat y Tacki siempre conseguían ganarme. Lo irónico era que siempre quedaban empate entre ellos.  Aunque yo creo que lo hacían aposta.

Como ves, mi vida no era triste. Al contrario. Era la mejor infancia que una niña como yo podía tener. Lo único que me importaba era mi familia. Puede incluso que me importaran mis amigas del colegio, pero como casi no quedaba con ellas, no podía decirse que me importaran demasiado. Además, ellas siempre se burlaban de mi por mi manera de vestir y de cortarme el pelo. Ellas decían que parecía un chico, y que no debería comportarme como tal. Aunque jamás las escuché demasiado. Los chicos de mi colegio también se burlaban de mí, pero porque decían que yo no tenía derecho a ir al colegio. Al parecer, todos sabían que mis padres iban algo mal de dinero. 

La verdad era que el colegio al que iba era para nobles, y eso me hacía ser un bicho raro. Sin embargo, mis padre insistían en que fuera a ese porque querían que tuviera la mejor educación. Por eso, todos decían que no debería de estar allí y que era una pobre. Siempre iba con la misma ropa y con el pelo revuelto. Pero era mi forma de ser, aunque nadie la aceptara. Un día, cuando tenía nueve años, un chico se me acercó y me retó a jugar al "Loss" porque creía que no podría ganarle. El niño era algo delgado, pero bien alimentado. Llevaba una ropa elegante e iba repeinado con el pelo hacia atrás. El hijo de un noble, al fin y al cabo. Cuando comenzó el juego, logré llegar a la cima mucho antes que él. Eso era gracias a que mis hermanos me habían enseñado bien tiempo atrás. Pero el chico no se lo tomó como tal. Me llamó bicho raro, me escupió y después me pegó un puñetazo en la cara y una patada en el estómago. Desde ese día, decidí que no volvería a relacionarme con nadie de mi colegio. Incluso si me obligaban, seguiría sin hacerlo. Pero eso no fue suficiente para que me dejaran en paz. Siguieron con la tontería hasta que un día les hice la trastada como hacía con Tod y Rosh. Y por culpa de aquello, acabé en la calle con la cara ensangrentada mientras llovía, tirada en el suelo agarrándome las rodillas. Mi hermano Tacki fue quien me encontró, e hizo todo lo que pudo para cogerme en brazos y llevarme a casa. Por ello, mis padres me sacaron del colegio y me llevaron al de los gemelos. Allí pasé mejor el tiempo, pudiendo estar con mis hermanos de vez en cuando. Pero seguía estando sola y perdida. La verdad era que no me importaba. Era lo suficientemente independiente y estaba mejor sola. Aprendí a jugar conmigo misma y eso me daba algo de poder sobre los demás, que no se atrevían a acercarse a mí. La verdad era que me divertía ver cómo la gente iba difundiendo rumores sobre mí. Tenía una enorme reputación allí, y nadie se atrevía a mantenerme la mirada. Nadie salvo mi familia. Y aunque pienses  que lo pasé mal en estas etapas de mi vida, no es así. Fueron de las mejores. Lo que he llegado a sufrir en mi vida no se puede comparar con esto. Como ya he dicho, los demás no me importaban demasiado. Tan solo mi familia. Es más, me atrevería a decir que no sufrí ni un poco. Era una niña "rebelde", inteligente e independiente. Aunque eso a mis padres les asombraba, a mí me parecía lo más normal del mundo. No me daba cuenta de que en realidad ningún niño era como yo y que jamás lograría tener ni la mitad de la inteligencia que mostraba tener para muchas cosas. Pero cuando cumplí doce años, todo este período de felicidad se vino a bajo.

Una noche, cuando me encontraba durmiendo en mi cama a ras del suelo, escuché una voz. Ésa voz me llamaba a gritos y no podía evitar el ir caminando hacia ella. Bajé las escaleras de mi casa y salí al jardín. Allí, me encontré a un extraño muchacho de unos catorce años con el cabello revuelto y oscuro, y con unos ojos azules intensos. Cuando llegué frente a él, me senté porque sabía que él tenía algo que contarme. Él, sin tan siquiera hablarme, me advirtió de una de las cosas más terribles que han podido pasar en mi vida hasta ahora. Me dijo que debía huir de allí con mi familia antes de que fuera demasiado tarde. Sin pensarlo, corrí hacia mi casa y desperté a mis padres. Se lo dije a mi madre, pero ella pensó que sería un sueño. Sin embargo, mi padre pareció creerme. O al menos eso quiero creer. En cualquier caso, para tranquilizarme, al día siguiente comenzó a construir una casa de madera pequeña en el árbol del jardín.

-Es para que cuando sientas que algo va mal, te refugies aquí y puedas ver desde arriba lo que ocurre. Así, nos puedes avisar y acudiremos en tu ayuda-me dijo.

Yo le sonreí y le abracé torpemente. Jamás he logrado quitarme de la cabeza la manera en la que él me miraba. Como si fuera su princesa. Eso me gustaba y nunca dejaré de creer que quizá mi padre tan solo trataba de ponerme a salvo. Porque sabía que él me creía. Lo notaba en su mirada. Pero ni mi padre ni yo ni nadie podía imaginarse lo que se avecinaba.

Mi última historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora