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Debo confesar que nunca fui buena en algebra. Y mi talón de Aquiles definitivamente eran las leyes de los signos, siempre de los siempre la ecuación me salía mal por un signo.

La noche anterior Zorel me había preparado para el examen arduamente, incluso dormimos hasta las 3:00 a.m. Por lo que en ese momento me encontraba totalmente cansada. El examen había comenzado hacia ya 35 minutos y yo solo había podido contestar 25 ejercicios de 100. Nos había acomodado de manera diferente a la que siempre estábamos en clase y para mi quizá mala fortuna Nova estaba junto a Mí.

Revisé nuevamente la ecuación. Si, parecía estar bien. Estaba segurísima. Pero justo cuando estaba por avanzar a la siguiente escuché la voz de Nova.

—El signo —miré el ejercicio fijamente de principio a fin —. Está mal

Tenía razón, signos iguales se suman. Pero que estúpida. Realice cada ejercicio teniendo en cuenta cada signo, y para algún momento estaba en el ejercicio 99 quien debajo tenía un mensaje escrito.

Felicidades, si llegaste aquí y aun faltan 15 minutos para terminar.

Festejé en silencio y miré a Zorel quien se encontraba guardando sus lápices en su respectiva lapicera, por lo que me alarmé. Si algo era común en mi era el hecho de no tardarme más de 30 minutos haciendo un examen. Jamás. Así que me apuré demasiado y seguramente fallé en algún estúpido signo. Cuando por fin acabé pude darme cuenta de algo, no había casi nadie en la sala, pero aun así faltaba 1 minuto.

—Los signos están mal, Velia —volvió a decir Nova. Lo miré sorprendida. ¿Por qué seguía ahí? Luego me señaló con la cabeza el reloj y cantó— Tic, toc, tic, toc.

Gracias al cielo y a Nova, aunque me cueste decirlo, pasé. ¡Pasé el mío examen de algebra! Más tarde me enteré de una cosa: Nova había tardado más de lo normal en terminar el examen. Según Sterlin, Nova siempre es el primero, pero esta vez lo fue Zorel. Y tenía que hacer algo además de agradecer, puesto que sus actitudes me desconcertaban mucho.

Para el medio día los carros que se encargarían de llevarnos al pueblo nos esperaban a la entrada del colegio. James había sido designado a mí y a Zorel. Él seria quien se encargaría de cuidarnos allá abajo, así como también nos daría recomendaciones dentro del pueblo. Que hacer y qué no hacer.

—¿Cómo es el pueblo? —Le pregunté.

—Es bonito y pintoresco, ya lo veras. —Replicó sonriente— por cierto.

James buscó dentro del saco que llevaba puesto. Para ir al pueblo llevaba un pantalón de mezclilla con un saco y el escudo del colegio grabado.

—El príncipe Jean me pidió darte esto —me entregó un sobre beige de un papel similar a la opalina. Al frente llevaba el sello del reino de Jean. Un par de espadas cruzadas y unas rosas frente a ellas, y por debajo un listón ondeante.

— ¿Qué es? —Preguntó Zorel animosa acercándose a ver el sobre, lo tomó entre sus manos y se lo llevó a la nariz aspirándolo fuertemente— Huele a rosas.

—Sí. Es porque el reino de Rizza es principal productor de Rosas, las mejores rosas entre los reinos. Incluso la reina Isabel es fan de sus rosas —explicó James.

—Vaya —dije y luego silbé. Zorel me miró burlona.

—Ahinoa detesta las rosas —se rió mi amiga. James se sorprendió.

—No hay chica que las deteste. Incluso ninguna princesa. —añadió James. Yo me señalé de manera sonriente. —En fin. Algo que tienen que saber es que lo mejor que pueden hacer en el pueblo es no decir quiénes son. En su mayoría es seguro pero... queremos evitar problemas.

Entre príncipes y princesasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora