+40: Final

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La casa se alzaba en una colina, no muy distante de la mansión. Era una zona apartada de la ciudad, pero no tomaría mucho tiempo llegar a la pequeña estación de tren para regresar.

Ésta estaba bastante maltratada por los bruscos cambios de clima. Algunas ventanas estaban rotas, otras se encontraban protegidas con tablas de madera mal colocadas. La pintura de las paredes se había descascarado, revelando los rojizos ladrillos. También hubo artistas callejeros que se encargaron de plasmar todos sus garabatos en cada una de las paredes. Asombrosamente, lograron colgarse del segundo piso para continuar con sus travesuras.

—¿Qué tiene de especial esta casa, Taemin? —Pregunté desde la entrada, tomando la reja que rechinaba por el viento. Traté de pararla y mantenerla en su lugar, pero al sujetarla, terminó desplomándose sobre el césped—. Menuda basura —bufé.

—Es mi casa.

—Sé que es tú casa porque tú la compraste. Insististe en que no sacar nada de mis ahorros porque según tu ingeniosidad, no me alcanzaría ni para un chicle —recalqué ofuscada—. No tienes que recordármelo.

Él se volvió hacia mí.

—No —me dijo—. De verdad es mi casa. Crecí aquí —agregó, avanzando en dirección al camino de piedras que lo llevarían a la puerta principal—. Cuando era humano, yo viví aquí.

—¿Alguna vez fuiste humano? —Inquirí con picardía.

Taemin regresó a mí a zancadas. Él se agachó y pegó su nariz a la mía con un tremendo aire de arrogancia.

—Puede que seas mi esposa, la madre de mi futuro hijo, pero no quiere decir que no te salvarás de mis castigos, amor —me advirtió con inocencia fingida—. Sigues embarazada, por ello no te puedo hacer nada.

—¿Q-qué quieres decir?

Una gota gruesa de sudor hizo su aparición. Taemin me tomó del mentón, permitiendo que sus ojos se tornen fucsia.

—Tal vez estrenaremos cada rincón de esta casa con sus melódicos gemidos, mi corazón —prosiguió sensualmente. Él me soltó—. Así que, si quieres que sea gentil, más te vale comportarte.

Resoplé. Taemin tratando de hacerse el seductor. Y odiaba admitirlo, pero era bueno en ello.

—Estúpido mutante.

Tu estúpido mutante —corrigió guiñándome.

Repararla fue uno de los gastos más fuertes que tuvimos. Hasta el punto en que deseé darle todos mis ahorros. Taemin no accedió. Él me repetía cientos de veces que una mujer embarazada no podía estresarse y que él se encargaría de todo. Él me pidió que viviese con Heka durante ese periodo, lo cual resultó ser una de las ideas que me condenaron a estar varios días sin él como la vez anterior. No tenía una pierna rota, pero estar con una panza del tamaño de un balón tampoco me ayudaba.

En los días que él venía a visitarme, él me juraba que no había doblado cuellos ni hundido cabezas en el fango. ¿Le creía? Sí ¿Quería que lo hiciese? No. He recordado a la perfección la manera en que Taemin conseguía las cosas y su manera de hacerlas no era trabajando honradamente. Para pagar la casa, él se apareció con un saco de dinero y la pagó al contado. Las otras veces también hizo lo mismo.

—Espero que no estés matando a nadie, Taemin —gruñí al verlo en el techo, ayudando a los obreros a reparar los agujeros—. Me lo prometiste.

Aquel día, había ido a visitarlo pues no podía seguir encerrada ni un minuto más. Heka pondrá un grito en el cielo cuando se entere que lo había vuelto a hacer.

La Menta del DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora