Ella se veía alegre, una alegría disparatada. Los efectos del cautiverio pueden desencadenar en emociones intensas, pero... ¡alegría! Me dejó saber con su mirada que sabía que la estaba observando. Sus ojos me observaban hambrientos, estaban a punto de tragarme.
Muy cerca de ella estaba mi cama, la enfermera hizo una última revisión y se marchó cerrando la puerta. Hice un ademán para llamar su atención.
- ¿Vas a estar mucho tiempo por acá?
- El cáncer es un poco caprichoso así que nunca se sabe.-respondió ella con una frescura imponente.
- Disculpa. No me tomes a mal, el sentido común me empieza a fallar; normal, con la poca humanidad que se acerca aquí.
- Yo también suelo ser muy inoportuna y te entiendo. A propósito, ¿cómo te llamas? yo me llamo Ángela.
- Mi nombre es... (joder con lo que odio este nombre), me llamo Carlos.
- Siempre piensas tanto para decir cosas tan básicas o es solo conmigo.
Alguien abrió la puerta (me libré de la pregunta filosa). Entró, como escurriéndose, una señora ya madura. Era Ana la auxiliar, como pocos allá, una buena compañía. Había trabajado desde siempre en el hospital y se conocía montones de historias. Me adelanté a presentársela a Ángela, que no había dejado de mirarla.
- Yo me encargo de la limpieza de la habitación, además cambio las sábanas y traigo las toallas limpias. La tele que vez allí no funciona, pero ya he avisado para que la reparen-dijo Ana a modo de introducción.
- ¿Y los teléfonos? Acá no hay Wifi y la señal móvil es nula - preguntó animosa Ángela.
- Están estrictamente prohibidos los teléfonos en esta sala. La Dirección dice que van en contra de la rehabilitación del paciente.-paró de hablar un momento y continuó con un guiño- pero claro, nadie tiene que saber que tú tienes uno, eso sí escóndelo bien y si ves venir a alguna enfermera...
La puerta se abrió estruendosamente; no había nadie.
- Siempre lo mismo- Grité esperando ser escuchado por alguien más que los presentes.
- Carlos, no grites que la estirada no se ha ido, más tarde llamo a nuestro experto del bricolaje para que esa puerta no se vuelva a abrir sola, ¿sabes a quién me refiero con experto, no?
- ¿Está por aquí?, ya no lo veo nunca- dije yo.
- Hola, sigo estando aquí-interrumpió Ángela- les recuerdo que soy nueva y me pueden llamar chismosa, pero es que me resulta muy incómodo escuchar de tanta gente que no conozco.
- Ya estarás al tanto de todo en menos de una semana, aquí las charlas son el único entretenimiento y el tiempo parece transcurrir más lento de lo normal. Los dejo para que conversen que aún me quedan cinco habitaciones por visitar.
Las paredes lucían un color crema muy aburrido y el techo manchado por la humedad creaba formas que se me asemejaban a rostros. En estos momentos todas las manchas me recordaban a Lucas, mi compañero anterior. Le echaba mucho de menos, pero la nueva tampoco me inspiraba desagrado. Según el inmenso reloj de la pared eran la 9 pm, allá adentro nada más aseveraba el tránsito del tiempo; bien podrían ser las doce del mediodía que en mi mente solo estaría viendo estrellas y casi oliendo el olor a viento mojado por la neblina de la noche. A esta hora se escuchó aquel grito que convulsionó los nervios de todos. Ángela me miró expectante, mas no parecía asustada o sorprendida (de que planeta había salido esta niña). Ana llegó corriendo hasta donde yo estaba, desde que la conocía jamás había notado aquella arruga que ahora marcaba con intensidad su ceño.
- Vamos te necesito, a Ale le ha dado una crisis de pánico y creo que eres el único que lo entiende lo suficiente como para calmarlo; a fin de cuentas no es muy distinto de Lucas.-dijo Ana como escupiendo palabras, sin dar pausas ni para respirar.
- Yo también quiero ir- pronunció Ángela, uniéndose a la conversación.
- ¿Segura?, los pasillos de noche son obscuros.-le hice saber esperanzado de obtener una reacción humana de ella.
- De hecho me gusta la obscuridad, mis mejores recuerdos me los ha dado la noche- dijo acompañada de una risita discreta.
No perdí más tiempo, me levanté de un tirón y salí descalzo, mi largo pijama de rayas azules rosaba el suelo de baldosas. Tras de mí salieron Ana y Ángela. Aquel era un pasillo que no parecía tener fin. Del lado derecho se encontraban las habitaciones y del izquierdo no había mucho, para ser más específico no había nada, era solo una pared sin puertas ni ventanas. A medida que pasábamos por el frente de cada una de las habitaciones podíamos escuchar la tormenta de voces resumidas en murmullos, todo el mundo comentaba acerca de aquel grito. Realmente estaba obscuro el pasillo y esto, unido a la frialdad casi húmeda de sus paredes, llegaba a resultar incómodo. Ale se encontraba en la última puerta y frente a esta, su compañero que no pudo disimular la felicidad de que hubiéramos llegado por fin.
- No pude esperar dentro, creo que si lo oigo una vez más me voy a volver loco.
Ale estaba tirado en el piso balbuceando todo tipo de incoherencias. A su alrededor había dejado todo un rastro de destrozos, tan simétricos, que daban la impresión de ser causados por una onda expansiva. Su ojos parecían querer abandonar las órbitas y su labios no se movían para hablar, solo vibraban.
- Respira Ale ya estoy aquí, respira nuevamente y dime con calma lo que te sucede.
Me miró y fui reconocido por su escáner de retina, sin embargo necesitó mucho más tiempo para dejar salir las palabras.
- La mariposa,...la mariposa negra.- dijo apuntando a la pared que rosaba su mesita.
Miré atónito a Ana, que también mostraba esa expresión de pánico. Efectivamente, adherida a la pared se encontraba la mariposa negra. Ángela no se había inmutado, a fin de cuentas debía saber unas cuantas cosas aun para experimentar el mismo trauma.
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La Mariposa Negra
Mystery / ThrillerPalpitante, acida, esa luz en mis ojos me enferma Recordándome los daños de lo estéril Sumiéndome en palabras que nadie dice y todos piensan Y si cierro la puerta, si las ventanas cubro, Si esos últimos ases de esperanza los destruyo ¿Qué sabor tend...