9

1.1K 70 6
                                    

Nota 9.

Un café en la mañana es igual a la paz.

Un café por la tarde es costumbre.

Un café para la noche es sinónimo melancolía.



---



Estaba caminando por un centro comercial mirando anaqueles sin ganas de comprar nada. Todo era tan bonito y yo era tan barata.

Salía todas las tardes que me daban libre para bajar estrés diario. Caminaba por centro comerciales, avenidas, plazas. Caminaba porque me gustaba hacerlo.

Mi única amiga y enemiga a la vez era mi mente, ella tenía el poder de hacerme caer al suelo de una bofetada y ayudarme a levantar con la misma mano con la que me golpeo. Caminaba para liberarme aunque sabía que no dejaría el prostíbulo, ya ninguna persona me recibiría por ser lo que soy; una prostituta.

Caminé y llegué a un cafetín al que normalmente frecuentaba para tomarme un café y panecillo mientras la noche caía.

Estaba tan distraída mirando las estrellas que no percaté que una persona estaba sentada frente a mi, mirándome directamente la cara y detallando cada una de mis facciones. Sentí algo que nunca había sentido; mariposas en el estómago como una niña de quince años. Era él.

-Nunca imaginé encontrate por aquí. -dijo con su exquisita voz ronca, una que quedó dando vueltas en mi cabeza y me enriquecía los oídos de dulzura. Era él. El hombre que no me tocó, el hombre que me admiro, el hombre por el que primera vez sentí.

-¿No puedo frecuentar estos lugares por lo que soy?

-Para nada. Sólo no imaginé que te volvería a ver.

-¿Por qué? ¿No es usted un hombre que frecuente prostíbulos?

-No, soy el hombre que frecuenta prostíbulos por ti.

-¿Acaso es usted voyeurista?

-Me gusta sólo mirarte a ti.

-No lo entiendo... -negué con la cabeza y me levante para irme rápido, pero su mano en mi muñeca me detuvo.

-No es necesario que me entiendas, amor. Pero me encantaría que me hicieras compañía.

-Si quiere que me quede tiene que atenerse a las preguntas que le haré. -le solté sin meditar y me arrepentí de inmediato. Él me sonrió y sus ojos azabache brillaron y me soltó cuando caí de vuelta en la silla. -¿Por qué quiere que le haga compañía?

-Porque no siempre es bueno estar solo.

-¿No está usted casado?

-No, amor.

-¿Qué edad tiene?

-Tengo 38 años.

-Debe de sentirse incómodo de tantas preguntas, disculpe mi impulso.

-No es molestia para mi responderte, amor.

Le sonreí y el me devolvió la sonrisa. Tomé mi taza de café y le di un sorbo para dejarla otra vez sobre la mesa y preguntarle de nuevo. -¿Podría decirme su nombre?

-Me llamo Marco Pietro, tuteame.

-Bien, Marco. Me temo que ya me tengo que ir...

-¿Puedo llevarte?

-No, no te preocupes, me gusta caminar.

-Esta bien.

Me levanté y tomé mis manos juntas frente mi abdomen y él se levantó y tomó mi mano derecha entre las de él. Comenzó a dar vueltas a el anillo que tenía en el dedo corazón, yo le susurré: -Espero volver a verte, Marco.

-Eso espero igual, Afrodita.

AFRODITADonde viven las historias. Descúbrelo ahora