Solté su mano y me alejé de ella. Me alejé del banco, del parque, de mi cartera con la foto de Andrea. Me alejé de todo mi pasado y del mundo y la gente que alguna vez había conocido. Adiós, Sandra. Adiós, Andrea. Adiós odiosas chicas de la uno a la ocho. ¡Mirad lo que me hicisteis! ¡Mirad el monstruo en el que me habéis convertido!
- ¡Andrea! ¡Te quiero!
«¿Qué?».
Sandra llegó a la carrera con mi cartera y mi foto.
- Te quiero, Andrea. ¡Te quiero, joder! Te he querido siempre.
Llegó hasta mí y, sin darme opción a réplica, posó sus labios sobre los míos y me besó. Lento, temblorosa, aterrada, desesperada... Siempre había querido saber a qué sabía su boca. La había imaginado cientos de veces en mis sueños, abrazándola, besándola, poseyéndola. Ni siquiera encontraba respuesta a la pregunta de a qué sabían sus labios. Sabían ella, a Sandra. Era lo único en lo que podía pensar. En sus labios, en sus ojos las mil veces que me habían mirado, en las mil ciento una sonrisas que le había dedicado a Andrea, a aquella Andrea lejana y tierna que parecía querer florecer de repente bajo mi piel.
Se separó de mí para mirarme, jadeante. Pude leer en sus pupilas la vergüenza y la culpabilidad, pero también otra cosa: osadía.
- Sé que nunca podrás perdonarme, yo nunca podré. Y también sé que la chica que conocí ya no existe, y en parte es por mi culpa. Pero perdí a Andrea una vez, no quiero perder también a Eric.
No sabía qué decir. Estaba totalmente asombrado. Nunca nadie en toda mi vida me había pillado tan desprevenido como lo había hecho ella en ese preciso instante. Separé los labios para responder, nervioso, pero me ordenó callar con un dedo.
- No, escúchame – exigió – Quiero que lo sepas: me da igual tu aspecto exterior; me da igual si eres hombre o mujer; me da igual si eras una mujer que se sentía hombre y yo una mujer a la que le atraen las mujeres. ¡Qué más dará! Me gustas tú, como persona, seas como seas por fuera. Y si algún día consigues perdonarme, estaré encantada de conocerte, Eric. Pero no al Eric roto y vengativo, no. Al Eric de verdad, al que lleva dentro a mi Andrea.
Y se alejó despacio, poco a poco, caminando a través del camino de grava que separaba el parque de la esquina por la que cruzó. Se alejó de Andrea, se alejó del pasado, y yo sonreí, sin palabras, sin capacidad para moverme. Pero sonreí, porque Sandra me había salvado, porque había redimido mi pobre alma torturada. ¿Cómo es posible que una sola persona pueda cambiarte hasta tal punto? ¿Cómo puede cambiar tanto el mundo en un solo instante? Ese día, sí, ese día aprendí dos cosas: vengarse te convierte en un monstruo, pero el amor... el amor tiene el poder de salvarte.
«Hasta pronto, chica número... No», negué. «Hasta mañana, mi querida Sandra».
FIN
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La chica número nueve [COMPLETA]
Ficțiune adolescențiA veces suceden cosas en la vida que nos cambian por completo, haciéndonos más fuertes o arrastrándonos hasta el abismo más profundo. Eric, un joven de 21 años atractivo y seductor, deja que su oscuro pasado lo convierta en alguien que no es. Conqui...