Capítulo 9: Mi gran culpa

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El sol brillaba entre las hojas de los árboles del parque, desapareciendo bajo un crepúsculo de otoño. Mi tiempo se había agotado, sí, y yo no estaba satisfecho. Había roto ocho de nueve corazones, ¡solamente ocho! Y ya nunca podría terminar la partida.

- Jaque mate, ¿no es eso?

Miré con desolación la fotografía de Andrea que siempre llevaba en la cartera. Me gustaba mirar al pasado y sentir que aún formaba parte de mí, pero esta vez parecía que la foto me devolvía una sonrisa triste. ¿La habría decepcionado?

«Sí. La Andrea que conocí nunca hubiera aprobado nada de esto. Ya no sé quién soy. Me siento perdido...».

- ¿Puedo sentarme?

Su voz me sobresaltó.

«No... ¡No puede ser! Es...».

Sandra tomó asiento a mi lado y se quedó en silencio, con las manos en el regazo y la mirada clavada fijamente en el suelo. Yo me tensé, pero no dije nada. Hacía varios meses que no sabía nada de ella.

- Clarisse me dio tu teléfono, pero nunca me lo coges – comentó.

Yo seguía mirando la foto de Andrea. Sandra suspiró.

- No sabía que le gustaba. Ella nunca me lo dijo.

Tragué saliva. Llevaba demasiado tiempo deseando tener esa conversación, pero nunca pensé que llegaría a hacerlo.

- Eric, tu hermana... – se interrumpió, indecisa – Tu hermana siempre fue una persona especial para mí. Era mi mejor amiga – sonrió – Pero las cosas fueron difíciles ese año, muy difíciles...

Hizo una pausa para observarme por el rabio del ojo. Sabía que había captado mi atención, así que prosiguió.

- Mis padres nunca han sido personas muy abiertas. Las normas en casa eran estrictas y la verdad es que siempre les tuve miedo – suspiró – Andrea, en cambio, era alguien diferente. No tenía miedo de nada, decía lo que pensaba, lo que sentía... siempre con una enorme sonrisa – cerró los ojos un instante, como si quisiera revivir un recuerdo, un instante – Andrea dejó que todo el mundo supiera que no le gustaban los chicos, porque ella siempre fue así, sincera. Pero los demás lo aprovecharon para burlarse de ella: Irene le robaba las cosas; Marta la encerraba en el vestuario y le pintaba los libros; Clarisse y Teresa le dieron una paliza y subieron las fotos a Facebook... Yo lo sabía todo, pero nunca tuve el valor para defenderla.

- Ahora no pareces muy cobarde – acusé. Las palabras salieron solas de mis labios, entre el dolor y el enfado.

- Ya no lo soy – aclaró – La vida me ha hecho más fuerte.

Mi respiración estaba agitada. La calma que había conseguido mantener todo aquel tiempo se esfumó en un instante. Los miedos, los recuerdos, el dolor, la furia... todo se apoderó de mí hasta romperme por completo.

- Eric...

La voz de Sandra me devolvió a la realidad. Era como un sedante que siempre me hacía volver a poner los pies en la tierra. Vi que apoyaba su mano sobre la mía, preocupada, pero me aparté con desdén.

- Me da igual tu historia, Sandra.

- Eric, por favor – suplicó – Desearía que me entendieras. La gente empezaba a pensar que yo también era como ella. Empezaron a pegarme también, y a insultarme. No tuve otra opción. La única forma de que pararan era... – tragó saliva – Yo... yo no quería, entiéndelo...

- Dilo – exigí con desprecio – ¡¡Dilo!!

- Tuve que burlarme también de ella.

La chica número nueve [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora