23. "Abandono"

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Una mano grande y cálida ahueca un lado de mi rostro y, en ese instante, doy un brinco en mi lugar. Me aparto, medio asustada y medio aturdida, pero el tacto no se va. No vacila ni un segundo.

Me toma un momento registrar que Mikhail está acuclillado frente a mí y que es su mano la que me toca. El nudo que se ha instalado en mi garganta desde que abandonamos el viejo patio de la casa de las brujas, se aprieta un poco más. Un escalofrío me recorre el cuerpo cuando noto cómo estudia mi rostro con preocupación, pero no aparto la vista. No dejo de mirarlo directo a los ojos.

— ¿Cómo te sientes? —Su voz es un susurro ronco y profundo, y las ganas que tengo de echarme a llorar aumentan. Me abrazo a mí misma con mucha fuerza.

— ¿Qué pasó? —Evado su pregunta con otra y él aprieta la mandíbula antes de tragar duro. Soy plenamente consciente del sonido desgastado y rasposo que tiene mi voz.

— ¿No lo recuerdas?

—No —digo, pero la realidad es que sí lo hago.

Recuerdo haber estado aterrada. Furiosa... Recuerdo a los ángeles matando a las brujas en su propia casa; a la abuela y la madre de Daialee, quienes se encontraban dentro cuando su pequeño mundo colapsaba; recuerdo, también, a Karen -la joven bruja que fue asesinada frente a mis ojos-, y también soy capaz de evocar a las decenas y decenas de ángeles cayeron al suelo y se desintegraron cuando grité. Lo recuerdo absolutamente todo.


Mikhail estudia mi mirada unos segundos más antes de hablar de nuevo—: ¿No recuerdas ni siquiera un poco de lo que pasó, Bess?

—Recuerdo a los ángeles —le concedo—. Recuerdo que nos seguían —hago una pequeña pausa—. Y también recuerdo que estaba furiosa...

Él asiente antes de apartar su mano de mi rostro para girarse a encarar a toda la gente que se encuentra en la reducida estancia en la que nos encontramos.


Después de que Mikhail salió del aquelarre con tres brujas a cuestas, nos subió a un taxi y nos trajo al lugar donde vive. Al llegar aquí, lo primero que hizo fue depositarme sobre su cama –porque aún no podía moverme-, colocar torniquetes en las heridas de mis muñecas abiertas y dar órdenes expresas a las brujas de no acercarse a mí si no querían morir de manera lenta y dolorosa. Entonces -sólo entonces-, se marchó y no regresó hasta unas horas después.

En el transcurso de ese tiempo, no me moví. Y no porque no pudiera hacerlo, sino porque sabía que las brujas estaban al pendiente de cada uno de mis imperceptibles movimientos: el parpadeo de mis ojos, el subir y bajar de mi pecho con mi respiración acompasada; las lágrimas silenciosas deslizándose por el puente de mi nariz hasta el colchón mullido...

Nadie habló. Nadie dijo nada.

Las cuatro brujas sobrevivientes -Daialee, Niara y las dos mujeres ligadas- se sumieron en un silencio sepulcral hasta que Mikhail -seguido de cuatro personas más-, apareció de nuevo.

Entonces, el caos comenzó.


Las acaloradas discusiones, los tonos elevados de voz, el llanto de Daialee, la ira desmedida en las voces de las brujas ligadas... Todo me llevó a deslizarme por la cama, fuera del alcance de todo mundo, hasta aovillarme en un rincón de la habitación -fuera del campo de visión de todas estas personas-.

No fue hasta ahora que los ánimos se han calmado, que Mikhail se ha puesto a buscarme. No tardó mucho en dar conmigo. ¿Cómo iba a hacerlo cuando su improvisado apartamento es apenas un poco más grande que la sala del apartamento de Dahlia?...

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