24. "Mentira"

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Un hueco se ha instalado en mi pecho y no puedo hacer nada para llenarlo. La sensación pesarosa que se ha apoderado de mi cuerpo, entumece mis extremidades y me hace sentir lánguida y débil.

Hace rato que he dejado de llorar, pero mis ojos arden debido a la hinchazón que las lágrimas han provocado. Hace rato que he dejado de sollozar como una idiota y, a pesar de eso, no he podido apartar de mí el nudo que se ha instalado en mi garganta.


Ahora mismo me encuentro aovillada, recargada sobre la puerta. Mi cuerpo sirve de tranca para evitar que Mikhail entre; aunque tampoco es como si pudiese evitar que la derribe si desea hacerlo. Estar aquí hace que me sienta un poco más segura, sin embargo.

Él no ha hecho nada por hablar conmigo. No ha llamado a la puerta, ni me ha pedido que salga, como hace unos días habría hecho y eso me desmoraliza por completo. No puedo creer que las cosas hayan cambiado tanto en cuestión de horas. Hace un rato, ni siquiera me pasó por la cabeza que Mikhail tomaría la decisión de dejarme por mi cuenta; y no es, tampoco, que esté culpándolo.

A pesar de que quiero detestarlo y sentir que es el ser más despreciable que ha pisado la tierra; simplemente, no puedo odiarlo. No puedo culparlo. De hecho, me atrevo a decir que lo entiendo. Él nunca ha querido ser un demonio y, aunque nunca haya hablado de eso conmigo, sé que esto que está pasándole es lo que siempre quiso.

Volver a casa es lo que todo el mundo quiere. ¿Cómo puedo culparlo por querer volver al lugar al que siempre ha pertenecido?...


Un suspiro entrecortado brota de mi garganta y pego las rodillas a mi pecho aún más. Entonces, me abrazo a mí misma con fuerza. Hace rato que lancé lejos el cabestrillo que sostenía mi hombro porque me incomodaba. Hace rato que decidí que no lo necesito más porque el brazo ya no me duele; así que es fácil sostenerme a mí misma para ayudarme a dejar de temblar.

El escozor punzante estalla en mis muñecas en el momento en el que mis brazos se enredan en mis rodillas, y hago una mueca al sentir cómo la tela de los vendajes improvisados me roza las heridas abiertas. Tomo una inspiración profunda para aminorar la sensación nauseabunda que me invade y me trago el gemido adolorido que amenaza con escaparse de mi boca.

El frío ha comenzado a colarse a través de la ventanilla alta que descansa cerca de la regadera, así que me encojo un poco para guardar algo de calor.

Al cabo de un rato, empiezo a tiritar. Mis dientes castañean casi por voluntad propia y siento como las puntas de mis dedos se hielan debido a la baja temperatura. Mi nariz está congelada, también, y la mezclilla de mis vaqueros deja que todo el frío se cuele en mis muslos.

Está helando.

Me pongo de pie con lentitud y dejo escapar un poco de mi aliento en mis manos ahuecadas. La sensación cálida del pequeño vapor es bien recibida, pero no es suficiente.


Cierro los ojos con fuerza. No quiero salir de aquí. No quiero enfrentarme a Mikhail. No quiero tener que mirarlo a los ojos cuando me siento así de traicionada. Así de herida...

Quiero ir a casa. Quiero volver al apartamento de mi tía Dahlia y acurrucarme en mi cama para esperar un día de escuela, encontrarme con Emily en la cafetería y escucharla hablar incansablemente sobre los chicos que le gustan, mordisquear el pan de dudosa procedencia que dan en el comedor y perderme entre el gentío de los pasillos mientras que me escabullo rumbo a mi siguiente clase...

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