Meses antes.
Una adolescente de diecisiete años iba apurada al cumpleaños de su mejor amiga. El sombrero, estilo bombín de color negro le tapaba el sol y con un vestido rojo de puntos negros recorría las calles de París. Cargada con una tarta de la pastelería de sus padres y la bolsa en la que llevaba el regalo. La joven maldecía por lo bajo al no haberse acordado de poner la alarma antes de echarse una pequeña siesta al principio. Estaban en plenas vacaciones de verano y ella esa tarde después de comer había decidido echarse una cabezada aprovechando el fresquito que hacía en su habitación.
Cruzó el parque, esquivando torpemente la gente que paseaba y los niños que jugaban por ahí libremente. Iba tan metida en la escusa que le tenía que dar a su amiga por su retraso que no vio la pelota que se acercaba a ella. Un tirón de su brazo derecho la sacó de su propio mundo y la salvó del posible golpe.
Subió la cabeza extrañada, encontrándose con unos ojos verdes color esmeralda y un cabello tan rubio como el oro. Iba vestido con unos vaqueros negros y camiseta de manga corta del mismo color, con un pequeño adorno de una garra de color verde lima y un cascabel amarillo en la parte de arriba, cerca del cuello de pico. Le observó otra vez detenidamente curiosa. Era la primera vez que le veía, pero de alguna parte le sonaba. Tal vez se hubiera cruzado con él por la calle...o puede que hubiera comprado alguna vez en la pastelería...No lo sabía, pero sí sabía que ese muchacho debía de haber caído del cielo para estar ante ella.
Veía que hablaba con unos niños y que tenía una pelota en la mano. Pero no sabía de qué hablaban ni por qué en su rostro había una mueca de seriedad. Ella se encontraba en su mundo, creando sus propias ensoñaciones con el ángel de ojos verdes.
—Hola —saludó con una gran sonrisa cuando volvió a clavar la vista en ella, tras haberse alejado de los niños—. Soy Adrien. Y mi opinión es que debes tener cuidado con las pelotas voladoras mon petite coccinelle*.
Ella abrió los ojos con sorpresa al atar cabos. ¿Gracias a él había esquivado la pelota?
—Soy Marinette —dijo levemente sonrojada al escuchar su voz—. Muchas gracias por salvar la tarta áng...¡Adrien!—corrigió la última palabra al darse cuenta de lo que iba a decir—; ahora, si me disculpas, debo darme prisa para llegar cuanto antes al cumpleaños de mi mejor amiga.
—Entonces hasta que nos volvamos a encontrar my lady.
—Hasta pronto chaton.
Adrien rió y Marinette empezó a caminar no sin antes esbozar una tímida sonrisa a lo que él se la devolvió. Los dos suspiraron felices cuando ya estuvieron a una gran distancia el uno del otro. Y los dos tenían el mismo deseo: volver a verse.
Marinette volvió a su recorrido con la misma rapidez de antes, deseando ya librarse del peso de esa tarta. Diez minutos después llegó al lugar de encuentro con la misma sonrisa que había dedicado al chico de ojos verdes. Alya se emocionó cuando la contó toda la historia en poco tiempo. ¿Y cómo no? Era la primera vez que su amiga veía a un chico como algo más. Aunque, conociendo a Marinette, Alya sabía que su amiga no iba a darse cuenta de cómo empezaba a surgir ese sentimiento hasta que fuera muy tarde... Tras dejar la tarta en la mesa y el regalo junto a los otros, Marinette se unió a la pista de baile donde sus amigos y compañeros de colegio se encontraban.
Los minutos, las horas y los días pasaban acercándose cada vez más el comienzo del curso. Marinette cada día paseaba por la ciudad en cada momento que no estaba ayudando a sus padres o diseñando, acompañada o sola le daba igual. Ella tenía la esperanza de que en alguno de sus paseos se encontrara con el muchacho de ojos verdes, con su ángel. Por otra parte, a Adrien le era imposible salir, no tenía tanta posibilidad como la de su lady. Pasaba los días aburrido en su casa, en sesiones de fotos o en algún evento social al cual su padre le obligaba a ir. Ninguno podía negar que no hicieran actividades propias del verano o que se quisieran volver a ver, pero la diferencia entre ellos era muy simple: Marinette lo hacía con amigos, Adrien sólo podía contar raramente con Chloe.
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Sólo él. «Adrinette»
RomansaÉl era el chico con el que soñaba cada día. Su amor platónico. Quien la enamoró. Y el que, sin darse cuenta, la rompió el corazón. Todos los personajes pertenecen a Thomas Astruc, creador de Miraculous Ladybug.