Yo, Salvador

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¿Que "cuántos nazis maté"? Es la pregunta que más me ha molestado en todos los años que llevo dando conferencias, pláticas y entrevistas sobre el holocausto.Haber estado preso en Auschwitz, el campo de exterminio judío, no me puso en una posición privilegiada para matar a mis verdugos. Aunque tuve la oportunidad,no soy como ellos, no soy un hombre de venganza.Simplemente me di la media vuelta. 

Joshua, Salvador, simplemente Shie. El polaco, el judío,el mexicano, el número 73670. Ése soy yo. El que sobrevivió a la matanza producto del odio y la discriminación.El mismo que nació en un poblado cerca de Varsovia y alguna vez tuvo padres, hermanos, sobrinos. El que los vio llegar al matadero en el primer trenque arribó a Auschwitz con judíos polacos, llenos de temor, engañados. 

Polonia era mi hogar, el de la gran mayoría de los judíos europeos en la década de los 30. El 10% de la población no parecía significativo; sin embargo, tres millones y medio de judíos no es poca cantidad. Los más con un oficio: artesanos, albañiles, electricistas,plomeros, mecánicos. Mi familia se dedicaba a los muebles:mis padres, dos hermanos, tres hermanas y yo. En ese tiempo se acostumbraba así, heredar el oficio del progenitor. Los mayores trabajaban en la fábrica mientras mi hermana menor y yo incursionábamos en escuelas de profesión. La preparación de oficio tenía su chiste, estaba controlada y era muy requerida. El que se dedicaba a los muebles tenía que cursar cuatro años en una escuela especial para después presentar un diploma que lo avalara. ¡Qué poco sabíamos entonces de las circunstancias tan duras que tendríamos que vivir! 

Joshua, el que recuerda los tiempos cuando convivíamos los polacos: católicos, judíos, comunistas, mujeres,hombres. Claro que había diferencias, pero nos respetábamos. ¡Qué importaba la religión si podíamos jugar futbol, compartir en la escuela, hacer bromas sobre las cosas que nos hacían distintos! Como cuando de camino al colegio los colegas cargaban las mochilas de las muchachas sin interesar las particularidades;a lo más, cuando los celos lo requerían, les gritábamos entre risas: "¡Es judío, de todos modos note vas a casar con él!" O cuando en el futbol nos enfrentábamos en un partido de primera división un equipo judío con uno católico, después del juego la rivalidad pasaba al plano de lo no trascendente. 

En el colegio todo era normal. La religión era una materia como cualquier otra, se impartía a los judíos y católicos por separado y hasta nos hacían examen: el que no lo aprobaba no pasaba de año. Pero esa no era una razón suficiente para odiarnos, mucho menos para hacernos daño. En el trabajo, el comercio, con los vecinos, era igual. ¡Qué le importaba al mecánico o al carnicero que el cliente fuera de tal o cual creencia!No se tomaba en cuenta. Si bien algunos discutían sobre asuntos religiosos, sólo quedaba en el ámbito de la palabra, de los conceptos. No faltaba quien dijera: "Mi Dios es más fuerte que tu Dios", cosas de esas que no salían de las charlas de sala. 

Polonia tiene una tierra muy fértil, por eso los polacos siempre fuimos muy cuidadosos de la agricultura.Sin embargo, existía la desventaja de tener vecinos como los alemanes y los rusos, dos pueblos beligerantes.Por tal motivo ya estábamos acostumbrados a los ataques, aunque nunca tuvimos mucha experiencia militar. Pero no nos imaginábamos que la Segunda Guerra Mundial nos iba a afectar en tal magnitud. 

La palabra holocausto viene del idioma antiguo y por ella se entiende cuando un pueblo más fuerte y de mayor número de habitantes ataca a otro más débil y menos preparado para la guerra; cuando la discriminación llega a tal grado que se propone aniquilar a toda una raza. Los judíos hemos tenido varios holocaustos,pero nunca uno parecido a éste.  

Hitler, el austriaco que llegó a Alemania con pocos estudios y mucha astucia, aplicó el conocido y muy efectivo refrán "divide y vencerás". Él sabía el riesgo que representaba un ataque cara a cara, así que preparó el plan de aniquilamiento de los judíos con la discriminación,los guetos y los campos de concentración.Todo comenzó con propaganda oculta en las estaciones de radio: en primera instancia insultos y amenazas de muerte si cruzábamos la frontera. Hacía correr rumores sobre nuestras costumbres y tradiciones: que si el pan especial que comemos en las pascuas estaba hecho con sangre de niños católicos, que si éramos tan sucios que necesitábamos una limpieza a fondo. Pensó que el camino para destruirnos era que las personas tuvieran aversión hacia nosotros. Los comentarios en la radio eran muy fuertes, decían que no teníamos derecho a vivir, que los judíos éramos los culpables delos males de la humanidad y por eso debíamos morir. Hitler fue un hombre sin ninguna educación, no terminó ni siquiera la primaria, pero fue tan hábil que involucró al pueblo alemán en un genocidio que de otro modo su cultura nunca hubiera permitido. 

¿Teníamos miedo? ¡Claro que teníamos miedo! El führer amenazaba con exterminar a todos los judíos,pero nosotros pensábamos que tal locura no era posible:¡nada más de escolares había un millón y medio!Nos preguntábamos: "¿Cómo va a matar a tanta gente?" Nadie le creía, pero en el fondo teníamos temor.Los chicos de mi edad, es decir, los que rondábamos los 19 años, estábamos más dispuestos a la defensa personal que los mayores, quienes estaban casados,tenían familia y debían preocuparse por ella. 

En ese tiempo pensamos en defendernos y los que teníamos oficios nos pusimos de acuerdo. Por ejemplo,como yo era carpintero y trabajaba con muebles,sabía manejar el hacha, y con eso podía protegerme.De la misma manera el sastre con sus tijeras, el mecánico con sus pinzas o el carnicero con su cuchillo. Nos hicimos el propósito de vivir y resistir hasta donde pudiéramos.En la calle se podía ver a las niñitas portando sus tijeras de juguete para defender a sus padres si venían los nazis a matarlos. Estábamos dispuestos a enfrentarlos hasta con los dientes y a llevarnos por lo menos a uno de ellos por delante antes de rendirnos.Por supuesto que ocultamos esta actitud para no parecer sospechosos ni amedrentados, pero no contábamos con que Hitler era tan maquiavélico que cuando los nazis invadieron Polonia dejaron de amenazarnos de muerte, con el objetivo de que bajáramos la guardia y atacarnos de otra manera.

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