La carta

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En Italia se desarrolló una mecánica muy interesante con respecto a los refugiados. Como nosotros no teníamos una dirección fija, en las oficinas de correo sacaban listas de gente que buscaba a otras personas.Diariamente nos deteníamos a ver si alguien nos buscaba.Yo no lo hacía con regularidad porque había perdido a toda mi familia, no había nadie que me buscara. Sin embargo, ayudaba a un amigo mío de apellido Goldstein a buscar en las listas, porque él ya había encontrado a su familia en Estados Unidos y le mandaban sobre todo comida y eso era más caro que el oro... cuando llegaba el cargamento nos repartía. 

Mi apellido, Gilbert, también empezaba con G y en una ocasión, buscando "Goldstein" en las listas, hallé mi nombre. Me sorprendí mucho y pensé que eso no podía ser. Les platiqué a mis amigos y fuimos al correo, porque ahí tenían una carta para mí. Yo les dije la verdad, que no tenía familia ni nadie que me buscara. Ellos, con el afán de ayudarme, me preguntaron si no tendría algún familiar que se hubiera ido a América –nosotros escuchábamos "América" e inmediatamente decíamos que sí, todos queríamos ir allá porque Europa estaba llena de guerra. Los del correo se dieron cuenta y me dijeron que no sabían lo que decía la carta, pero que me la iban a dar de todos modos. Me pidieron que recordara si algún pariente se había ido a América Latina. Fue en ese momento cuando recordé a una tía, hermana de mi madre, que se casó y emigró a Latinoamérica por la situación económica.Cuando ella partió yo tenía sólo cuatro años,¡qué iba yo a saber de ella! Sin embargo, sí recordaba que cuando llegaban sus cartas a la casa mi mamá las leía y lloraba porque su hermana se había ido, como decía ella, a "lugares donde tiembla". Ya tenía un dato –"donde tiembla"–, aunque no lograba recordar el país. 

Los del correo mencionaban nombres de países y cuando dijeron "Honduras", grité: "Sí, Honduras.Recuerdo que fue Honduras". Se miraron y me entregaron la carta; cuando la miré decía "México". Al cuestionarles por qué me daban la carta si el país que dije no coincidía, me pidieron que mirara bien. En la carta la dirección decía: "Honduras número 35".¡Qué curioso, me acordé de la calle y no del país! No sé la razón, pero a la distancia creo que el motivo es que "México" en polaco se escribe diferente, Mexic,en cambio "Honduras" se escribe igual. 

A final de cuentas la carta llegó a mis manos y yo me puse en contacto con mi tía. Me preguntaba cómo fue que esa carta había llegado, cómo se había enterado mi tía de que yo estaba vivo. En esos años los periódicos publicaban listas de los nombres y ciudades natales delos sobrevivientes, con la esperanza de que las familias pudieran reunirse. Pues resulta que en Estados Unidos un paisano mío, es decir, alguien oriundo de mi pueblo natal, vio mi nombre en un diario y como él sabía que mi tía vivía en México le mandó el periódico. Así fue como ella se enteró que yo radicaba en Italia. 

Mi tía me propuso venir a México, previa advertencia de que "nada de temblores". Me dijo que acá conocería a mis primos. De cualquier manera yo no tenía más familia y los ingleses no me dejaban entrar a Israel,así que decidí visitar este país por dos meses. No pensaba hacer una vida aquí porque tenía toda la intención de luchar por el Estado israelí en vistas de las difíciles circunstancias que nuestro pueblo había tenido que pasar, empezando por su dispersión alrededor del mundo y el holocausto. Estaba convencido deque tenía que llegar a Israel. 

La despedida que me hicieron en Italia fue maravillosa.Mis amigos se ataviaron con mantas blancas,sombreros de paja y huaraches, corrían alrededor de mí y gritaban: "¡Ajúa!" Esa era la imagen que ellos tenían de México. Cuando llegué les mandé fotografías y les expliqué que la ciudad era grande y preciosa. Nadie me creía. 

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