Auschwitz: el inframundo

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Así fue como mi familia y yo llegamos al campo de concentración el 7 de noviembre de 1942, en el primer transporte de judíos polacos. El viaje fue sumamente difícil, sobre todo porque para completar el engaño y hacernos creer que llegábamos a Alemania,un trayecto de tres horas al pueblo llamado Oswiecim en la misma Polonia, que después los nazis bautizaron como Auschwitz, se convirtió en un via crucis de tres días sin aire, comida ni agua. Muchas personas murieron en el tren. 

Al bajar de los vagones vimos un letrero: "Arbeit Macht Frei" ("El trabajo os hace libres"). No tardamos mucho tiempo en descubrir la ironía que esa frase encerraba.El humo que salía de las chimeneas me hizo pensar en lo productivas que eran las fábricas a lasque nos íbamos a incorporar. ¡Qué doloroso fue descubrir que ese humo era de los cuerpos de mis hermanos que se consumían en el fuego! 

Cuando llegamos, los nazis soltaron pastores alemanes para que nos apuráramos y no huyéramos. Mujeres,niños, adultos y ancianos corrimos despavoridos.Algunos fueron atrapados por los perros, los cuales habían sido adiestrados para brincar al cuello, morder y matar. Durante mi estancia en el campo, los guardias de la ss a diario iban acompañados de sus perros cuando nos llevaban al trabajo. 

Inmediatamente después hicieron una selección rigurosa entre gritos y empujones. Los grandes reflectores nos cegaban, pero no nos impedían ver que nos amenazaban con látigo en mano. A los que consideraban débiles o enfermos y a los niños los apartaban con el pretexto de que iban a bañarlos y quitarles los piojos.A mis dos hermanos les ordenaron ir al lado izquierdo;a mi madre y a mis tres hermanas, junto con sus seis pequeños, les dijeron que subieran a un camión para que las llevaran a las casas en las que vivirían y llegaran pronto. Ese mismo día en la noche supe que sí habían llegado pronto y primero que nadie... alas cámaras de gas. Moisés e Isidor, mis hermanos mayores,y yo, corrimos con una suerte diferente. 

Los que ingresábamos éramos registrados y recibíamos un número de identificación que nos tatuaban en el antebrazo izquierdo, como animales. El mío fue el 73,670, lo que quiere decir que llegué entre los primeros 100,000. La cifra quedaba en lugar del nombre y del apellido, porque no teníamos derecho a mencionarlos. Muchos años después de la guerra, cuando me encontraba a algún sobreviviente, bromeábamos con nuestros números: él me preguntaba: "73,000, ¿cómo estas?" Y yo le respondía: "Bien 74,000, ¿a qué te dedicas...?"Pero no sabía mi nombre ni yo el suyo. Ese número pasó a ser parte de todos nosotros de por vida. 

En los campos de exterminio no sólo estábamos presos los judíos, sino todo aquel que no correspondía con el estereotipo de la superioridad aria o no comulgaba con las ideas de Hitler; es decir, había gitanos,homosexuales, presos políticos, comunistas, cristianos,sindicalistas, personas con discapacidad física e intelectual, soldados soviéticos, etcétera. Para tipificarnos,los nazis tatuaban un triángulo cambiando el coloren cada caso. Por ejemplo, el triángulo rojo se ponía a los presos políticos, verde a los criminales, negro a los presos por sabotaje, violeta a los homosexuales.Los judíos portábamos, además del número, el triángulo rojo. En mi caso, debajo del número tengo un triángulo, lo que significaba "reo peligroso", por haber estado en la resistencia. Era una marca para que tuvieran cuidado conmigo, porque tenía el antecedente de ser revoltoso.  

Con el afán de humillar y desmoralizar a los judíos,además del número y el triángulo rojo que nos diferenciaba como presos políticos, nos hicieron otro triángulo,cubriendo el primero, pero invertido y de color amarillo, con lo cual se formó la estrella de David. Esta fue una gran equivocación de Hitler, porque al tener nuestro emblema, teníamos esperanza. 

Los nuevos preguntábamos a los demás presos:"¿Cómo se hace para salir de aquí?", y la respuesta era siempre un movimiento negativo de cabeza y el dedo índice señalando a la chimenea de los crematorios, con lo cual entendíamos que no había manera de escapar.La entrada por el portón, la salida por los crematorios.Estábamos sumamente asustados. Nos contaron cómo eran las cosas en el campo y las leyes no escritas a lasque teníamos que atender para intentar sobrevivir. 

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