Cuando era pequeño, quería ser militar. No porque le gustara su país ni porque viniera de una familia patriota sino porque soñaba con tirarse en paracaídas y salvar al resto del mundo de la gente mala que invadía sus casas. Aquel sueño le había durado poco tiempo; hasta que comprendió que pocos saltaban en paracaídas, que el resto del mundo no necesitaba a personas armadas que salvasen a unos y mataran a otros, porque eso solo creaba más dolor y sufrimiento. Una vez comprendido aquello, pensó en ser médico —en aquella época, no sabía todo lo que había que estudiar para conseguir el título— y salvar vidas. Pero estudiar nunca había sido lo suyo, así que lo olvidó pronto. Luego se propuso ser maestro, pero desistió cuando su tía le dejó a su primo pequeño una noche para que le cuidara: si no podía con uno solo, ¿cómo iba a manejar a treinta a la vez? En realidad, él había querido serlo todo. Cualquier cosa le atraía y le interesaba. Sin embargo, como nunca había sido una persona demasiado constante, siempre dejaba todo a la mitad. Se había sacado los estudios mínimos a duras penas. Tenía un trabajo mediocre que había conseguido porque el jefe era amigo de su madre. Seguía tocando la guitarra, pero nunca sería realmente bueno. Mantenía a los amigos de siempre, pero les veía menos. Y... Karina. Llevaban juntos tanto tiempo que, a veces, no recordaba lo que era estar sin ella ni tampoco la época en la que eran amigos y solo se acostaban. A menudo, se preguntaba qué hubiera pasado si las cosas hubieran sido diferentes, si no se hubiera declarado, si ella le hubiera rechazado, si Anais no hubiera aparecido en su vida volviéndola patas arriba.
Cuando era pequeño, soñaba con el amor. Sí; había sido un romántico hasta bien entrado en la adolescencia. Soñaba con ese amor verdadero, el que lo cambia todo, el que nunca desaparece de tu vida y, si lo hace, te destroza. Había pensado que Karina era su gran amor, la única en si vida, la mujer definitiva, la futura madre de sus supuestos hijos, con la que compartiría alegrías y penas y con la que, algún día, se casaría —eso sí, por lo civil—. Pero ella le había puesto los cuernos, había aparecido Anais, él había pasado una de las peores épocas de su vida. Y había dejado de creer en el amor eterno. Anais, tan pequeña y graciosa, inocente, a ratos bastante ingenua, le había enamorado, porque para ella todo era nuevo, porque le admiraba, porque no le juzgaba. Pero había seguido queriendo a Karina con toda su alma, porque era mayor, responsable, porque le conocía sin admirarle y tenía tanto fuerza y las opiniones tan claras que estar a su lado era sentirse seguro y recogido. Había tenido que elegir y aún, a veces, se preguntaba si había acertado. Y, ahora, Anais había vuelto como un torbellino, más mayor, más fuerte, más enigmática, la misma niña que conoció convertida en mujer. Y, ahora, amaba a Karina más que nunca, porque confiaba más en sí mismo y, por lo tanto, en sus sentimientos. Y, ahora, Anais le había puesto contra la espada y la pared. Y, ahora, no podía elegir entre ella y Karina de nuevo. Esta vez, Anais no estaba dispuesta a dejarse llevar.
El humo del cigarro le desconcentró durante unos segundos. Cuando era pequeño, se había prometido mil veces que no iba a fumar. Sin embargo, había tardado poco en romper aquella promesa. Ni siquiera se acordaba ya de su primer cigarro; había pasado demasiado tiempo y algunos recuerdos los tenía borrosos. A menudo, le costaba aceptar que ya no volvería ser pequeño ni a soñar como entonces.
Llevaba varias horas mirando al vacío, sentado en la cama, con una botella de agua a un lado y el cenicero al otro. No le apetecía moverse ni hacer nada. No sabía muy bien cómo se encontraba; quizás estaba triste, quizás confundido. Puede que fuera una mezcla de todo. Estaba cansado, agobiado. Y, por mucho que le costara aceptarlo, tenía miedo. Le daba miedo Anais, la reacción de Karina, no ser capaz de manejar aquella situación, perder a alguna de ellas o, peor, a las dos. Después de tantos años, la idea de estar solo le resultaba aterradora.

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Anais
Ficción GeneralErik nunca fue el típico chico malo que juega con las mujeres para luego abandonarlas. Y, sin embargo, acabó utilizando a ambas, atrapado en un triángulo amoroso del que jamás quiso formar parte. Karina siempre había sido una mujer independiente que...