Me desabroché los vaqueros y los deslicé hacia abajo de mis muslos. Él estaba viendo todas mis partes más horribles, mi barriga y mis muslos, pero no me importé porque podía oír el jadeo de excitación atrapado en su garganta.
Su excitación me envalentonó. Pateé los vaqueros de mis piernas y me pregunté con que prenda continuar.
Froté una mano sobre mi pecho, y mientras la otra cosquilleada sobre mis bragas y entrepierna, mis pezones decidieron despertarse al fin. Estaban dolorosamente erectos, y el encaje de mi sostén era demasiado estimulante para ellos. Estiré la mano por mi espalda y localicé el broche. Desearía poder decir que se abrió en el primer intento, pero no, luche con él por un momento, retorciéndolo y contorsionándome hasta que un gancho cedió y logré que los otros ganchos se soltaran.
Su sonrisa demostraba su diversión, pero mientras alejaba el material de mis pechos, la sonrisa se convirtió en una mirada lasciva, y me regocijé. Pasé mis manos sobre la piel caliente, jugué con los gruesos y endurecidos pezones e hice rodar mis dedos bajando sobre mi estómago. Quería jugar con él un poco más, pero estaba demasiado excitada para ir más allá. Deslicé las bragas por mis caderas y las dejé caer a mis pies.
―Bueno, estoy desnuda. ¿Qué sigue? ―Le pregunté con un guiño descarado.
―Ponte de rodillas, bebé. Aquí, a mis pies.
―Sí, Señor. ―Susurré eso, las palabras adhiriéndose a mi garganta que ahora estaba seca por el deseo. Esto era justo lo que quería, que me ordenen y obedecer, ser deseada y cuidada. Me dejé caer sobre mis rodillas y me arrastré unos pocos centímetros hacia él, mis pechos bamboleándose con cada movimiento.
―Ahora. ―Se bajó la cremallera de su pantalón y soltó el botón. Su polla se elevó ansiosamente de entre los dientes de bronce y la humedad volvió a mi boca mientras me contenía para no babear de pura lujuria―. Chúpame la polla, mi dulce zorra.
―Sí, Amo, ―ronroneé y presioné mis labios sobre la punta, saboreando su salinidad. Mi lengua azotada y la rodeaba. Lo deseaba con desesperación. Necesitaba sentirlo en mi boca. Quería darle placer y, al hacer eso, complacerme a mí misma.
Su mano se ubicó posesivamente en la parte trasera de mi cabeza, pero no empujo ni guió mis acciones. Solo acariciaba y tiraba de mi pelo como respuesta a mis labios y lengua mientras lo exploraban. Cuando lo tomé en mi boca, su aliento siseó de entre sus dientes, y cuando deslicé mis labios más abajo, el siseo se convirtió en un gruñido. Mis sentidos estaban abrumados, su almizcle me rodeaba, su sabor llenaba mi boca y el sonido de su respiración colmaba mi mente. Su toque me producía hormigueos, y el pensamiento de lo que estaba haciendo era casi tan emocionante como el resto de todas las acciones juntas.
―Oh, eres tan buena, ―gruño―. Eres una zorra tan dulce. Me vuelves loco. Me enloqueces de lujuria.
Sonreí alrededor de su polla, complacida por su elogio. Continúe deslizándome hacia arriba y abajo por su dureza, mis labios apretándolo, mi lengua moviéndose sobre su sensible piel. Con cada balanceo de mi cabeza, intentaba tomarlo un poco más profundo. Fui desde la punta, hasta la mitad de su polla, encajándola en mi boca, hasta que estuve solo a unos escasos centímetros de tomarlo por completo.
Sus gemidos me volvían más frenética por hundir más profundamente su polla en mi garganta. Adoraba la sensación de él allí. Me hacía sentir tan atrevida, tan sucia, tan bien. El obviamente estaba de acuerdo.
―Oh, ___________, cariño, voy a correrme.
Intenté esforzarme más para tomarlo todo cuando mis labios cayeron sobre su polla otra vez, y fui recompensada con el cosquilleo de sus vellos púbicos sobre mis labios y sus calientes y salados jugos derramándose en la parte trasera de mi garganta.
Lo succioné cariñosamente mientras me alejaba del después de beber sus jugos. Me relamí los labios y sonreí levantando la vista.
―Joder, eres tan buena. ―El sonrió, y me sonroje de placer―. Ven encima del sofá ahora, por favor.
―Sí, Amo. ―Le guiñe un ojo, y el sonrió.
―Impertinente. ―Me beso. Sus manos vagaron por mi cuerpo desnudo, y mi placer retumbo desde la parte trasera de mi garganta. Sus caricias encendieron mi cuerpo. Me sentía como si me estuviera consumiendo en llamas. Mi piel se sentía tirante, y mis entrañas burbujeaban como agua hirviendo.
―Mi turno, ―susurró en mi oído y entonces se deslizo del sofá hacia el piso a mis pies. Me arrastró las piernas separándolas y se acomodó de rodillas entre ellas.
Con fuerza, me arrastró por las caderas hasta que quedé ubicada en el mismo borde del sofá. Entonces empujo mis muslos hasta que quedaron completamente estirados y abiertos, mi coño absolutamente expuesto a su vista. Caí hacia atrás, mis hombros descansando sobre el respaldar del sofá, dejando un profundo hueco entre mi espalda arqueada y el sofá mismo.