capitulo 16

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Harry apretó mi muslo pero continúo sencillamente escuchando.
―Pensé que él era el mismo con quien me casaría. Él que me enseñaría a disfrutar del sexo “normal”. Lo disfrutaba, pero siempre sentía que faltaba algo. De cualquier manera, el caso es que John ya no está en mi vida. Hace aproximadamente un año, murió en un accidente de tránsito en el que el conductor se dio a la fuga. Él murió. Yo sobreviví.
―Oh, ___________, ―exclamó Harry. Sacudió la cabeza y pasó su mano apaciguadoramente de arriba hacia abajo por mi pierna.
―Estuve hecha un desastre, física, mental y emotivamente. Todavía lo estoy, en realidad. Por eso no trabajo. Por eso no salí de mi apartamento durante seis meses.
Fue el olor de esta tienda el que me ayudo a salir de mi casa. Un día, decidí que tenía que salir. No podía seguir encerrada por más tiempo. No había llegado lejos cuando mis piernas comenzaron a temblar, y mi corazón comenzó a acelerarse. Me sentí tan asustada solo por caminar algunos metros lejos de mi apartamento. Capté el perfume de este lugar, y me empujó hacia adelante. Quise saber de dónde venía ese olor delicioso, y terminé afuera de tu vidriera. Repetí ese paseo cada día, disfrutando del aroma y luego deleitándome visualmente con los pasteles de tu vidriera.
―Siempre me lo pregunté, ―él murmuró y luego sonrió alentadoramente.
―Y entonces te conocí. Ese día, había oído algo que me llevó de regreso al accidente. Estaba perdiendo la cabeza. Tú fuiste tan bueno conmigo, y yo me sentí, bueno, Harry… ―vacilé. Era difícil expresar mis emociones hacia él. Era mucho más personal que contarle sobre mi vida anterior a Harold’s y a Harry―. Me sentí atraída por ti. Sentí todas clases de culpas por eso, pero entonces cuando tú, cuando nosotros, cuando estuvimos juntos en tu mesa y aquí arriba y tú me dominaste… me ataste, me castigaste y me hiciste llamarte Amo. Hiciste que la culpa simplemente aumentara. Eso estaba mal. Tenía que estar mal. John siempre dijo que estaba mal. ¿Y que había hecho? Había traicionado a su recuerdo por follar con algún hombre que me hizo volver a mis días anteriores. Me gusta ser sumisa. ―Suspiré y me relamí los labios―. Me asusté otra vez e intenté escaparme, pero finalmente, me di cuenta de que no quiero escaparme. Esta es mi vida, ahora. No puedo vivir en el pasado. No me importa si lo que quiero me convierte en una condenada pervertida. Quiero ser dominada. Y quiero ser dominada por ti. ―Agregué la última declaración por lo bajo, todavía asustada de admitirlo en voz alta.
Él me empujó dentro de su afectuoso abrazo y me beso. Su reacción me tomó por sorpresa, pero disfrutó de ella, y pude sentir la intensa emoción en su beso.
―Dulzura, ―dijo―. Oh, cariño, desearía haberlo sabido. Habría intentado hacer las cosas de manera muy diferente, más lentamente. Yo adoro tu sumisión. Me encanta dominarte. Te he extrañado mucho estos días. Eso me asustó un poco a mí también. Recién nos conocemos, pero encajo contigo. Me sentí muy bien contigo, y quiero que continuemos.
―También yo, ―estuve de acuerdo―, pero entendería si quisieras terminar aquí. Tengo una carga pesada.
―No, te quiero, ___________, con carga o sin ella. Haces que mi cuerpo se incendie, y estas en mis pensamientos todo el tiempo. Te deseo, ___________, mucho.
― ¿Aunque no tenga experiencia? No sé si puedo ser una buena sumisa.
―Bah, no me importa eso. ―Se encogió de hombros―. De cualquier manera, lo has hecho realmente bien hasta ahora. Nunca llevaré eso más allá de lo que sea cómodo para ti. Lo prometo. Además te quiero a ti, no a tu sumisión.
Nos besamos otra vez. Esta vez nuestros cuerpos se unieron por completo, apretándose y presionándose como si fueran labios unidos en la lujuria.
Me sentía mareada por la excitación y el alivio. Él no me había rechazado. Me quería. Esto era asombroso y también lo era el toque de sus manos cuando vagaban de arriba hacia abajo por mi cuerpo. Se deslizaron debajo de mi remera, y sus dedos ligeramente fríos me hicieron jadear, pero enseguida se calentaron al frotar mi piel.
Quería sentirlo, también, así que le levanté de un tirón la camiseta para pasar mis dedos por su espalda y empujarlo más cerca.
―Desnúdate para mí, ―jadeó.
―¿Qué? ―Lo miré de reojo.
―Desnúdate para mí, bebé. Quiero observarte mientras te quitas la ropa. Te quiero desnuda.
―Pero, yo…
―No pongas excusas. Por favor, bebé, para mí.
Me derretí. El tono suplicante de su voz combinado con la desesperación en sus ojos habría hecho ceder incluso a la persona más determinada.
Me puse de pie, mi corazón aporreando, y levanté mi remera sobre mi cabeza.
Pensé que me sentiría incomoda, que me sentiría rígida y asustada, pero su mirada me calentaba, y su obvia lujuria fomentaba mi confianza. Cuando me saqué las botas, me tambaleé, y me quité los calcetines, inclinándome sobre su hombro, dejando que mis pechos encerrados en su sujetador colgaran en su rostro. Él gimió, y sentí el aire fresco sobre mi piel, pero ese fue el único contacto. Deseaba ardientemente su toque, y sabía que necesitaba lograr desnudarme antes de que lo sintiera.

Sumisión y otros placeresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora