―Me encanta esta mesa. ―Pasé la mano a lo largo del caliente y suave borde.
Sentí la ondulación de las vetas gastadas por el paso del tiempo debajo de mis dedos, el ligero barniz y la mesa obviamente antigua.
Justo cuando contemplaba preguntar acerca de su historia, mi mano se resbaló, golpeando un tazón plateado que hizo un ruido metálico y derramó el contenido completamente sobre la mesa.
―Oh, maldición, lo siento. ―El untuoso y brillante chocolate de buena calidad se desparramo por completo sobre la limpia superficie y formo un enorme lago de desastre pegajoso. La cálida y envolvente esencia lleno el aire y me hizo desear saborearlo―. Déjame limpiarlo. ¿Tienes algo que pueda usar?
―Sí, ―dijo, quitando el tazón plateado de la parte superior de la mesa―. Tu lengua. Puedes lamerlo.
Lo miré. No estaba bromeando. Su rostro estaba serio. Era una orden, pero vi un indicio de diversión en las verdes profundidades de sus ojos. Estaba jugando conmigo.
―Espera, sin embargo. No quiero que te ensucies con este hermoso desastre―. Me volteó para enfrentarlo, sus manos en mis caderas. Levantó mi remera, y yo levanté los brazos para que pudiera quitarla completamente. No sé por qué le permití desvestirme de esa manera. Tal vez no había sido miedo lo que aporreaba en mi pecho sino excitación―. Oh, guau, ese es un hermoso sostén, ―susurró cuando bajé mis brazos―. Mejor lo quitamos, también.
―Pero, ―comencé a protestar pero él me detuvo con su severa mirada, y me mordí los labios para callarme. Mis pechos son grandes, redondos, y suaves, pero no son perfectos. Contuve el aliento cuando él se movió detrás de mí y desabrochó el ganchito, entonces deslizó las correas hacia abajo por mis brazos. Sus fuertes manos excitando cada punto de piel que rozaban. Mis pechos cayeron a su posición más natural, al ser eliminada su vivacidad artificial. Cuando se paró delante de mí y me devoró con los ojos, no detecté un solo signo de desaprobación. Enderece mi espalda y saqué mis pechos. Disfruté de la objetivación de su mirada.
―Ahora limpia el desorden que hiciste. Vamos. No tengo todo el día.
Mire de él hacia la mesa enfrente de mí. El charco estaba ubicado hacia la mitad de la mesa. Aspire profundamente y obedecí su orden. Tuve que moverme para acercarme al borde de la mesa e inclinarme justo sobre este para llevar mi lengua al charco de chocolate. Olía cremoso pero amargo, la lechosa suavidad interrumpida por un borde brusco de cacao que parecía exótico y tentador, y cuando lamí, me di cuenta de que era una mezcla de un buen chocolate amargo y suave y sedosa crema. Sabía bien e imaginé que este brebaje terminaría en muchas de sus dulces creaciones.
Era extrañamente erótico, la madera debajo de mis pechos y estomago, el chocolate embarrando mi piel donde la tocaba, y la acción de lamer hacia que varias imágenes sexualmente explicitas se proyectaran en la mente. Abrí los ojos y miré directamente hacia adelante. Harry estaba allí, arrodillándose o poniéndose en cuclillas para que su cara quedara al nivel del borde de la mesa, y clavó fijamente los ojos sobre mi lengua.
Me sonrojé pero continué lamiendo el delicioso chocolate escurridizo delante de mí. Él se acarició los labios con su lengua y yo sentí a mi coño contraerse de placer. Qué zorra era.
―Sigue lamiendo, ―él ordenó y se corrió de la vista. Me preguntaba qué estaba haciendo. Continué la rítmica lamida, imaginando que era su pecho, su muslo, su polla, entonces grité por la sorpresa cuando sus manos asieron mis caderas.
Bajó la cremallera de mi falda, y esta cayó al piso. Estaba a punto de protestar, pero él me silenció con una fuerte orden.
―Silencio.
Siseó cuando su mano hizo contacto con mi trasero con una pesada palmada.
Deseé haberme puesto unas bragas diferentes, la parte trasera de estas no proveían ninguna protección en absoluto a mis nalgas.
―Silencio, dije. Voy a castigarte si haces ruido.
Era lo que yo siempre había querido. El encarnizado aguijón de su mano golpeando sobre la tierna carne de mi trasero y cambiando a placer por la avidez ronroneando en mi coño. Sus palmadas llovieron abajo más duras, e intenté lo mejor que pude para no hacer ningún sonido.
Dolía sin embargo, y pronto, estaba llevando las manos hacia abajo, a mi trasero, en un intento de escudarlo de sus golpes.
―No, ―chasqueó―. Quita esas manos, señorita. Ahora.
Lo hice, y el continuó golpeando mi carne caliente. A pesar de que estaba excitada al punto de la saturación, no pude tomar el amargo aguijón y moví mis manos para desviarlo otra vez.
―Correcto, bien, ―gruñó―. Estira los brazos directamente delante de ti.
Vacilé.
―Ahora, ―ladró, y accedí, el chocolate adhiriéndose y resbalándose a lo largo de cada extremidad cuando las extendí hacia adelante a través de lo que quedaba del charco de chocolate. Caminó a mi alrededor hasta detenerse frente a mi otra vez, su delantal en su mano. Enrolló la tela de algodón alrededor de mis muñecas y la ato con un nudo de manera que mis manos quedaran inmóviles por encima de mi cabeza.
―Bien. ―Levantó una espátula de madera de la mesa de enfrente, la de la clase con pequeños huecos rectangulares bajando hacia el centro. Y volvió a dar media vuelta otra vez saliendo de mi vista.