- Capítulo 9 -

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Dante procedió a pasar por la puerta, pero aún estando algo lejos detrás de Eric, no pudo salvar el globo de agua fría que le cayó en la cabeza, empapándole el cabello que tanto se había esmerado en despeinar. Un segundo globo cayó en su hombro izquierdo, empapándole de igual manera la camisa. El chico no dijo una palabra. Se limitó a soltar un suspiro y a secar los lentes con los últimos centímetros del faldón que aún no goteaban. No quedaron perfectos, pero el resto se secaría por sí sólo.

-¡¿Pero qué demonios?! -exclamó Eric al verlo y se acercó rápidamente. Se oyeron risas que venían de algún lugar sobre ellos-. No puede ser... ¡Laura! -gritó.

Dos pequeñas cabezas aparecieron por la barandilla de la azotea. En cuanto vieron que el suelo no estaba mojado alrededor de la persona que esperaban, las risas se detuvieron y las niñas se fueron por donde habían venido.

Eric hizo pasar al chico y desapareció por la puerta de la derecha para reaparecer unos momentos después con una toalla limpia.

-Dante, lo siento mucho.

-No, está bien. Agradece a mi mala suerte que no fuiste tú -dijo el otro, secándose el cabello descuidadamente, de modo que quedó bastante despeinado.

-¿Mala suerte?

-Esta clase de cosas me ocurren con frecuencia.

-Tu ropa está empapada. Anda, te prestaré algo.

Dan lo siguió por las escaleras hasta el tercer piso y hacia su habitación. El lugar era luminoso y bastante amplio, estaba muy limpio y ordenado; incluso el suelo de madera parecía haber sido encerado esa misma mañana. Quizá el camino de la medicina si fuera el correcto para Eric, aunque se tratara sólo de un estereotipo.

-Guau.

Eric no dijo nada al respecto, comenzando a rebuscar entre su ropa.

-Creo que te quedará algo grande, pero servirá mientras se seca la otra -dijo Eric, emergiendo del armario con una camiseta de color azul oscuro en las manos. Dan dejó la mochila a un lado y comenzó a deshacer los botones de su camisa-. Ah, iré a ver a Laura un momento. Regreso en seguida.

«¿Qué le pasa? No es como si no me hubiera visto sin camisa antes. De hecho, aquel día... tampoco... la llevaba puesta...» Dan comprendió como se sentía Eric y se apresuró a ponerse la camiseta, que aún olía a suavizante para ropa. No le quedaba un poco grande, más bien le colgaba de los hombros. Se maldijo por no ser un tanto más alto cuando Eric llegó con unas bebidas y tuvo que contener la risa, sin embargo, se la guardó para después, pues venía acompañado. Las dos niñas entraron detrás de él.

La niña más baja tenía las mejillas cubiertas de pecas y aquel adorable cabello castaño rojizo. Obviamente, era la hermana de Eric. La otra niña era completamente diferente, lucía un cabello negro y rizado que le llegaba por la cintura, llevaba un vestido blanco sencillo y sus ojos de color chocolate evitaban los de Dante con completa timidez.

Eric se paró detrás de ellas y, señalándolas respectivamente dijo:- Ella es mi hermana Laura, y ella es Ana, nuestra vecina.

-Hola -saludó Dan con la mejor sonrisa que tuvo en ese momento.

Las niñas no dijeron una palabra, pero Eric puso las manos en sus hombros evitando sus planes de huída. -Niñas, ¿no tienen nada que decirle a Dante?

-L-lo sentimos, señor - «¡¿Señor?!» -, no fue nuestra intención mojarlo. Debía ser mi hermano.

Eric hizo una mueca al respecto y Dan les devolvió una sonrisa que provocó que el otro chico se sonrojara-. Está bien. Un poco de agua no hace daño a nadie. Pero, por favor, no me llamen señor. Me llamo Dante -dijo, estrechando las manitas de las niñas.

-Bueno, ya pueden volver a jugar. Tenemos mucho que estudiar, pero si necesitan algo, avísenme -declaró Eric, soltándolas, y pronto estuvieron los dos solos.

Cuando Margaret llegó a casa, encontró el suelo ligeramente mojado. Al parecer lo habían limpiado hacía tiempo, pero la ventana estaba cerrada, así que aún había humedad en distintas zonas del pasillo. Cuidando no manchar el suelo de nuevo, llegó hasta la cocina y descargó las bolsas que traía en brazos. No tardó en escuchar unos rápidos pasos bajando por la escalera, mientras que otros, arrítmicos, los seguían con lentitud. Laura apareció como una flecha y se aferró a su cintura, mientras Ana se quedaba un par de metros atrás, saludando tímidamente a la mujer con la mano.

-¿Cómo están, niñas? ¿Dónde está su hermano?

-Eric está en su habitación. Dijo que tenían que estudiar mucho.

-¿Tenían? -repitió la mujer, parpadeando un par de veces.

-Sí. Sin querer, mojamos a su amigo cuando estaban en el jardín.

Margaret se quedó callada, ignorando por completo el hecho de que las niñas habían estado lanzando globos de agua desde la azotea de nuevo. Porque justo ahora Eric estaba con un chico. Ese chico era su alma gemela. Habían llegado temprano sin que ella lo supiera. Estaban estudiando, a solas. «¡¿Se creen que nací ayer?!»

Las venas le quemaban en el cuerpo mientras subía las escaleras tan rápido como le era posible sin hacer demasiado ruido. Cuando alcanzó el tercer piso, se detuvo un momento a tomar un respiro y se acercó a la habitación de su hijo. Desde el pasillo pudo escuchar que los dos chicos conversaban. Como no podía entender las palabras, Margaret posó la oreja sobre la puerta.

-Oye, no pienso hacer el trabajo por ti -declaró una voz desconocida.

-¡Ya lo sé! Cállate y déjame hacerme responsable, ¿quieres?

Imaginando la peor de las situaciones posibles, Margaret llamó un par de veces y, sin esperar respuesta, abrió la puerta a toda velocidad, golpeando la cómoda que había junto a la entrada. Fue el sonido de la bombilla de la lámpara chocando contra el suelo lo que le aclaró los sentidos de nuevo.

Los chicos estaban petrificados, mirándola. Al fijarse, Margaret notó que estaban sentados en la alfombra, al menos dos metros ocupados por libros abiertos y montañas de notas entre ellos. El desconocido muchacho sostenía un examen con una calificación de D- con la letra de Eric en él, señalando alguna de las líneas con un lápiz; las gafas le colgaban torcidas de la nariz y su mirada era de sorpresa pura. Eric por otro lado, tenía el seño tan fruncido que casi parecía no haber ni un milímetro de espacio entre sus cejas.

-¡Madre! -bufó.

-Oh, no me dijiste que tendríamos visitas tan temprano, Eric -dijo ella, apartando el pensamiento con un ademán de la mano y sonriendo inocentemente.

En cuanto los escasos vellos de sus brazos estuvieran de vuelta en su lugar, Dan se ajustó las gafas en el puente de la nariz, apartó el libro que reposaba abierto sobre sus piernas y se levantó, acercándose a la mujer.

-Buenas tardes, señora Richmond -dijo, tendiendo la mano. Ella la estrechó, mirándolo fijamente a los ojos, sus ya veinte años como abogada firmes en cada una de sus maneras, que hacían sentir a Dante claramente alarmado-. Mi nombre es Dante Henson.

-Es todo un gusto, jovencito -respondió ella, aflojando un poco la tensión en su mano y dejando escapar una convincente sonrisa.

Cuando Margaret preguntó por qué Dante llevaba la camiseta de su hijo, Eric la sacó de la habitación, alegando que debía hablar con ella a solas un minuto. El chico se excusó y cerró la puerta tras de sí.

Estando solo, Dante respiró lentamente, procesando lo que acababa de pasar y sospechó que la cena sería más complicada que su último paseo por el parque.

Amo a mi bully.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora