-¿Seguro que puedes ir solo?
La enfermera había insistido demasiado en llamar a sus padres para recogerlo, pero Dan no quería molestarles por algo tan estúpido. Sólo estaba mareado, sólo eso.
-No se preocupe, señora. Vivo cerca de aquí, así que estaré perfectamente bien - le aseguró Dan.
-Muy bien, chico, te dejaré ir. Cuídate y descansa. No comas nada demasiado pesado.
Dan intentó caminar hacia el salón de clases otra vez. Simplemente un paso delante del otro. La cabeza aún le dolía un poco, pero sólo quedaban cinco minutos de clase, así que espero a Sam fuera.
-¡Dan! ¿Estás bien? -dijo cuando salió.
-Estoy bien, sólo un poco mareado. Sabes que nunca me gustó la sangre.
-Te llevaré a casa, entonces.
-No. Tú vives en la dirección opuesta y sé que tienes una cita esta tarde. Estoy bien -le aseguró.
-Oh, vamos, Dan, ¿a quién le importa todo eso? Caminaré contigo.
-¿Sí? ¿Pero no quieres ver a tu novia? Estoy seguro de que se molestará si llegas tarde. Sabes que Joan no es una persona muy paciente.
Sam lo miró. Desde sus casi seis pies de altura, examinó profundo en sus ojos. Ni siquiera las gafas le dieron alguna protección de esa mirada intensa. Eran como dos gemas grises escarbando en su alma. Sam se quedó en silencio un momento, luego suspiró.
-Bien. Te llamaré más tarde. Cuídate -. El chico sólo le devolvió su mochila y se alejó.
Sam no era ciego. A pesar de ser muy educado para decirlo en voz alta, conocía a Dan lo suficiente como para saber cuándo mentía. Obviamente captó que esas excusas no eran más que una proclamación de soledad. El chico se sintió mal por rechazar la ayuda de su amigo, pero necesitaba pensar en muchas cosas.
«No, no quiero pensar en eso».
Derecho. Izquierdo. Derecho. Izquierdo. Derecho. Izquierdo.
Sus pasos eran lentos mientras lo llevaban por los pasillos, hacia la biblioteca.
La bibliotecaria, una anciana de enormes ojos azules y voz ronca reinaba en el lugar pacíficamente, manteniendo a todo el mundo en silencio, cada libro escondido en las estanterías que brillaban bajo la suave luz del sol que se colaba en las cortinas blancas. Ella recibió el libro que dan había venido a devolver con dedos temblorosos.
-¿Ocurre algo, jovencito?
-Oh, no, Señora Minchin, su libro está en perfecto estado.
-No me refiero al libro. ¿Estás bien?
-Ah, sí, sólo algo mareado.
-Creo que hay algo más -comentó ella, arrugando su ya arrugada frente. Como siempre, sus ojos no se perdían una. Siempre sabía, igual que Sam, cuando él mentía, especialmente si se trataba de sus libros. Pero aún tenía una oportunidad. Dan podía hacerse el tono un rato.
-No, señora, eso es todo. Tomaré un libro nuevo, si no le importa.
Rápido, Dan atravesó la biblioteca vacía y llegó a las estanterías, en la sección de fantasía. Últimamente se había interesado en Julio Verne, y había mucho material para ocupar su mente en las horas de soledad. Quizás podría llevarse más de un libro... Terminó tomando los tres más coloridos que pudo encontrar, pero la bibliotecaria no le dejó llevárselos todos.
-Puedes reservar tres para la escuela, pero sólo uno para llevarte a casa, jovencito.
-OK -suspiró, tomando uno al azar.
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Amo a mi bully.
Teen FictionDan vive en un mundo donde encontrar a tu alma gemela es una de las cosas más importantes que una persona puede llegar a realizar, pero el sistema no es perfecto y, desde luego, su mala suerte no hace las cosas más fáciles. ¿Cómo pudo esperar otra c...