Capítulo III

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Cuenta una leyenda la historia de un amor prohibido, condenado por los entes del bien y del mal.

Se dice que durante un eclipse solar que opacó la luz en la tierra, salieron demonios a causar estragos a la humanidad. Por una pequeña abertura que provocó el fenómeno, escaparon todo tipo de seres malignos y huyeron a todos los rincones del planeta a propagar su voluntad sobre los hombres. Robaron, mataron, violaron y bebieron tanta sangre como pudieron.

En el cielo se preparó el ataque, dividieron a ángeles y arcángeles en los pueblos a liberar al hombre de la brutalidad de los hijos de satán, Raphael fue el encargado de las vastas tierras de Irlanda y Londrés, en las cuales desenvainó su espada con orgullo devolviendo a los malignos a su lugar de origen.

Fue en un pueblo donde se maquiló su maldición. La gente corría por todos lados huyendo de los agresores, Raphael mató a tantos demonios como para formar un río con su sangre. En una choza que ardía con inmensos fuegos encontró a una joven que luchaba contra una bestia casi del doble de su tamaño, cuando esta cayó mal herida él hizo lo suyo salvándola de un destino cruel. Al mirarle a los ojos selló la perdición para ambos, el amor del que tanto oían en el paraíso pero del que nunca había experimentado le golpeó con fuerza. Con el beso más dulce perdió sus alas y la inmortalidad con la que había nacido. Juntos, reconstruyeron el pueblo y más tarde celebraron la unión. Pasó el tiempo, todo parecía ir bien, del producto de su amor se formó un bebé en el vientre de ella.

Mientras tanto en el cielo y el infierno ángeles y demonios condenaban la acción, ningún hijo de la luz podría estar nunca con alguno de la oscuridad, el heredero de ellos sería la perdición para ambos lados al dominar las dos fuerzas. Haciendo una tregua decidieron a darles caza; si no entregaban al bebé que nacería en el equinoccio de otoño sus cabezas rodarían como pago por su insolencia.

El Ángel y la mujer fueron advertidos por el arcángel Gabriel del destino que les esperaba. No querían dejar a su hijo a aquellos que les perseguían por lo que el arcángel les recomendó esconderlo entre los mortales y sellar sus poderes mediante un collar que formarían mezclando la sangre de los tres, sin embargo eso no aseguraría larga vida para ellos. Aceptando, le pidieron a Gabriel tiempo para llevar a cabo el nacimiento de su retoño.

Pero nada era seguro para ellos, poco después de que su hija naciera Raphael fue emboscado y asesinado, dándoles apenas oportunidad de huir a algún pueblo. La mujer envolvió con un hechizo a la bebé para ocultar su esencia y le colocó el collar que la mantendría segura hasta su cumpleaños veintiuno que es la edad que su madre tendría al morir. Con lágrimas en los ojos dejó a la criatura en la puerta de una familia de alta cuna, jurándole amor eterno y disculpándose por no poder estar nunca para ella. Sin más, se entregó al destino en un bosque oscuro donde sus lágrimas formaron flores violetas al momento de dar el último suspiro.

La niña creció ajena al mundo de sus progenitores, siendo la bella y amada hija de una pareja de ricos. Vivió en paz gran parte de su vida hasta que una noche se encontró con un ángel que intentó por todos los medios dañarle. Su cumpleaños veintiuno lo pasó huyendo de los seres que en adelante harían su vida un martirio.

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