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El demonio arrastraba a Mino cada noche entre sueños, vagaba por su cuerpo y su alma, acechando el mal, pero encandilado por su placer era presa de sus brazos, entregaba la posesividad de su pasión cada noche y le robaba la paz de sus días, caía como al vacío ante los ojos de Mino, y aunque a veces lo evitaba, aun con los ojos cerrados podía ver hasta su alma. Al principio se veía hambriento de sangre, gozoso de la pasión y con la ayuda de su hechizo robaba vidas para alimentar su existencia; en su profundidad buscaba esa ternura y calidez que ningún fuego perverso de sus mil pasiones le había dado antes y que Mino fue el único mortal que se lo concedió.

El chico que nunca encontró algo interesante en su vida, ahora ansiaba desesperadamente continuar sintiendo los latidos de su corazón, latidos que al pasar de los días se debilitaban, era consciente de sus ardientes sueños, le dolía estar bajo el hechizo, admitía que había perdido el cielo, si en algún momento le había pertenecido y aceptaba en su lugar el infierno, pero a pesar de todo no podía dejarlo ir, porque amaba demasiado a su demonio amante.

Cautivado por la belleza animal, quería amanecer cansado de tanto amarlo, despertar su locura, su osadía, sumergido en las aguas del apetito, propagar en su cuerpo la expiación de su decoro y su angustia de dominarlo sin sosiego, entregar el dolor, las cuerdas vibrantes y el suspiro que tae extraía al palpar lo escondido, cuando salía y regresaba. No necesitaba más que oír su voz para serenar su vicio, tocarlo para apagar su frío.

-Solo ver tu silueta entre mis brazos, la forma en la que nuestros horizontes se unen.



Incubo (Namsong)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora