Mis padres me cuentan la tradición.

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Nicolás se incorporó y fue corriendo hasta su padre Dan para ayudarlo.

-Dan, padre, ¿estás bien?-Dijo Nicolás

-Auch, qu... ¿qué paso?

-Te desmayaste, creo que una embestida de 30 toneladas no te dejaría muy bien.

-Espera y ¿el oso?-Intentó incorporarse, pero no lo consiguió y volvió a caer. Lo que aumentó su dolor de cabeza.

-Está muerto. Una chica pelirro...-Dijo Nicolás girando para ver a la mujer, pero ya no estaba ahí. Eso hizo que a Nicolás también le diera vueltas la cabeza.

-¿Chica?,  ¿Y dónde está?- Le preguntó Dan.

-No lo sé... hace estaba allí- Dijo mientras señalaba el borde de un árbol a la distancia.

Luego de eso seguro que Nicolás se consideraría dos veces, el insomnio, para salir a practicar en la noche.

-Papá, no te muevas estás sangrando- Dan tenía un gran golpe en la cabeza, ya empeza a sangrarle a borbotones.

Dan palideció.

-Déjame ayudarte tengo que llevarte a casa, para que mamá atienda tus heridas.



Dan se quejaba mientras su esposa Julia le agarraba puntos a la herida y la suturaba. Mamá era una estupenda enfermera y médico, siempre que papá o yo nos habíamos hecho alguna herida ella nos trataba y sanaba la herida. Julia en particular era una maravillosa mujer, pero le molestaba cuando mi padre se hacía heridas por su orgullo. A Dan en particular no le gustaba pedir ayuda casi para nada. Era un hombre soberbio y tosco en la mayoría de los casos.

-Oh! oh aunch! Por favor, Julia podrías hacerlo con más cuidado, eso duele.-Dijo Dan con desden.

-Pues si te duele, que duela. Seguro que fue tu culpa. Causarte semejante herida y en una cacería con Nico. Sí! Que te duela!- Julia tomó alcohol y le limpió la herida suturada.

-Vamos, Julia, Nicolás ya no es un niño. En tres días cumplirá 17 y el consejo de la ciudad...

-Dan!-Le regañó Julia- Se supone que no debe saberlo aún.

-Saber ¿qué?- Les espetó Nicolás a sus padres. Ambos se miraron y decidieron decirle.

-Sabes, Nicolás, tu madre y yo estábamos esperando a decírtelo... ehm... en tres días, en tu cumpleaños, el consejo de la ciudad llevará a cabo una celebración que ha sido parte de la tradición por siete décadas.

-¿Una celebración por mi cumpleaños?-Preguntó Nicolás.

-No, Nico.-Respondió su madre- El consejo prensentará a los jóvenes que cumplieron 17 en los últimos seis meses. Los enviarán de viaje a algún lugar del mundo, seguro uno no muy habitado ni civilizado. Allí serán probados. Y estarán allí sobreviviendo por al menos un año, luego tendrán que encontrar la manera de volver sin ayuda. Si lo logras te darán honores y un regalo especial que decidirá el consejo. Con este viaje aprenderás a ser un verdadero guerrero o morirás en el intento.

-Pero... no pueden hacer eso. No pueden dejarme ir.-Dijo Nicolás inquieto. Le enojaba que no le hubieran contado antes.

-Nicolás, nosotros no podemos hacer nada. Es una tradición que cada miembro de la ciudad ha jurado cumplir y llevar a cabo sin protesta. Desde que nuestra ciudad entró en una debastadora guerra con una nación al otro lado del mar, muchos murieron y por poco también tu madre y yo. La ciudad no estaba preparada para una guerra, eramos pacíficos y ninguno de nosotros habíamos manejado un arma salvo para matar algún animal. La nación se vio obligada a ceder a la guerra, parte porque nuestra ciudad está cerca del mar y con el tiempo aprendimos a destruir sus barcos antes de que llegaran a puerto. Y parte porque les pasaban cosas extrañas a sus soldados. Algunos aparecían degollados en postes o mutilados y compactados en una caja. Esto sin duda asustó a los Ikor. Los Ikor, es decir, los jefes de la nación. No eran crueles, pero tan ambiciosos que le quitarían una prenda de oro a su propia madre.

-Bien, entonces quieren que estemos preparados por si algo así como una guerra vuelva a suceder- Dijo Nicolás suspicaz.

-Exactamente, Nico, lo malo de las guerras es que nunca sabes cuando alguien de poder decide hacer el mal suficiente como para arrasar una ciudad, nuestra ciudad de Kirintor.

-Bueno, si es tan necesario... creo que no tengo opción.-Cedió Nicolás.



Nicolás esperó a que sus padres estuvieran bien dormidos. Fue a la habitación de sus padres se posó en el umbral de la puerta, sin abrirla, escuchó los ronquidos de su padre. Satisfecho, tomó su arco y daga, llenó su aljaba con flechas y se fue al bosque.

Nicolás aceleró corriendo, disparó a una diana en un árbol a su izquierda y se escondió rápidamente. A él le gustaba hacer como si estuviera cazando de verdad. Pero el sigilo en particular no era su fuerte. 

Pasó unas horas más dándole a las dianas con sus flechas. Esta vez todas dieron en el blanco. La vista de Nicolás era algo sorprendente, sus ojos amarillos brillaban en la oscuridad. Cosa que él aún no comprendía, pero no se quejaba, era como si pudiera ver mucho mejor en la noche que en el día. Como si la luz del sol estropeara su vista.

Al terminar, recogió las flechas y las guardó en su carcaj. Se subió a el árbol más alto y se posó en la copa admirando la ciudad. Sintió el viento en su cara y se ralajó, pero este traía un fuerte olor a galletas de chispas con chocolate, cosa que le extrañó muchísimo, nadie haría galletas con chispas de chocolate a las 3 AM en medio de un bosque.

Se giró tratando de buscar de dónde venía el olor y entonces la vio. Posada en un árbol a lo lejos, comiendo galletas, estaba la chica pelirroja.

 Posada en un árbol a lo lejos, comiendo galletas, estaba la chica pelirroja

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