Mi vida en manos de otros.

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Nicolás escuchaba voces hablar alrededor de él, estaba en un largo pasillo recostado en una camilla. Las luces pasaban una y otra vez sobre él. Le fallaba la vista y no sabía en dónde estaba. Sentía cómo su cuerpo luchaba por sanar las heridas de bala. Perdió el conocimiento de nuevo.

Los doctores se apresuraban a llevarlo a la sala de cirugía. Si no actuaban rápido, Nicolás moriría. Tanto esfuerzo por defender a Dan, todos esos años de preparación y de cacería se irían al olvido, si no lograban parar la hemorragia. La ciudad de Kirintor no contaba con los mejores cirujanos, muchos habían muerto en las últimas décadas.

Todo por fin estaba listo y la operación estaba a punto de comenzar. Habían tres atendiendo las heridas y cubriéndolas para calmar el sangrado.

El pulso de Nicolás se aceleró bruscamente y todo se puso contracorriente. En la pantalla sus pulsaciones aumentaban muy rápido. Los cirujanos lo anestesiaron y comenzaron la cirugía. Nicolás puede que no sintiera el dolor del bisturí, pero todo dependía de esos cirujanos. Todos ellos se veían muy preocupados, estaban seguros de cómo atender sus heridas. Eran tantas que apenas se atendía una otra le causaría la hemorragia que lo mataría.

En la sala entró una mujer con bata blanca y guantes quirúrgicos. Su gran cabellera roja sorprendió a todos en la habitación. El sonido de la máquina, indicando que el ritmo cardíaco de Nicolás había sobrepasado los estándares normales llamó la atención de todos y los devolvió al ruedo. La pelirroja se acercó a todo estaba Nicolás, lo miró con desdén y empezó a sacar las balas introducidas. Con ligereza en sus manos, y sorprendiendo a los otros cuatro cirujanos, desechó las balas y suturó las heridas. Uno de los cirujanos notó un brillo peculiar en los ojos de la pelirroja. Los cuatro se miraban extrañados, quién sería aquella mujer, pues aparentemente no pertenecía al personal del hospital.

El pulso de Nicolás empezó a normalizarse, bajaron la dosis de la anestesia. La operación había terminado.

-Señores, denle para el dolor de cabeza, no debemos arriesgarnos a que pueda sufrir traumatismo. Eso lo mantendrá relajado cuando despierte.

-Eh.. claro-respondió uno de los cirujanos- Pero disculpe, ¿quién es usted?

Nicolás empezó a despertar, lo primero que sus ojos vieron fue una sombras fugaz, como una silueta rojiza, aguzó la vista y entonces la vio. Era la misma mujer que lo había salvado la otra vez. Todos los cirujanos dirigieron su atención a Nicolás. Al parecer ninguno de ellos sabía quién era él, de otra forma quizás él no hubiese estado con vida. Pero había alguien que sí. La mujer.

-¿Cómo se siente?- Preguntó uno de ellos a Nicolás.

-Me duele un poco la cabeza- Respondió Nicolás, intentando moverse, lo que le propició un poco de molestia.

-No se mueva o las heridas po...-Los cirujanos miraron incrédulos el torso de Nicolás, todas las heridas habían cicatrizado y a penas se veían.- Pero qué demonios! Tus heridas sanaron, todas.

Nicolás ajustó la camilla y el espaldar se elevó. Entonces vio pequeños círculos en su vientre y pecho, en ellos sólo se veían capaz de piel. Cualquiera diría que esas hubiesen tardado al menos un montón de meses, pero Nicolás no era una persona cualquiera.

-Señorita, ¿qué hizo...?-Dijo un cirujano, volviéndose hacia donde antes estaba la pelirroja. Ya no estaba. Nicolás pudo verla abrir la ventana, quitarse la bata blanca y los guantes y saltar por la ventana.- Ok... creo que este ha sido un día bastante extraño, ¿a dónde se fue?

-Tal vez la espantó tu horrenda cara- Comentó en tono burlón otro de los cirujanos.- Sino, seguro deberías de dejar de fumar antes de cada cirugía. Sabes que ese tipo de comportamiento no es permitido. Algunos dicen que se vería como un mal ejemplo que bajaría nuestro prestigioso talento.

Entonces los cirujanos comenzaron una charla, sobre las advertencias de la esposa de uno y lo racista que era otro. Hasta que uno de ellos comentó un chiste de médicos, que obviamente a Nicolás no le causó la menor gracia.

-Disculpen que los interrumpa, ¿pero creen que ya podría irme?-Dijo Nicolás cansado de escucharlos.

-De ninguna manera, aún tenemos que hacerte unos cuantos análisis más. 

Las puertas de la sala de operaciones se abrieron se par en par. El teniente de la policía, el mismo que le había disparado entró con otros dos policías. Su gesto era cruel y divertido.

-Vaya, con que conseguiste sobrevivir... muy impresionante, pequeña sabandija. Entonces ya es momento de llevarte.

-¿Llevarme a dónde?- Preguntó Nicolás molesto, recordando el mal trato que la habían dado a su padrastro Dan.

-A la cárcel por supuesto. No creías que porque te disparé te escaparías de una linda y mugrienta celda.

-Teniente Carter, debería de dejar de mandarnos pacientes con heridas demasiado graves, no siempre podremos salvarlos.-Dijo el cirujano encargado.

-Éste en especial hubiese preferido que muriera-Dijo el Teniente Carter.- Es uno de ellos.

Todos miraron a Nicolás con un poco de curiosidad y cambiando a miedo, y luego a odio. Nicolás no soportó las miradas  e intentó levantarse, una pierna le falló al apoyarse y calló de la camilla dándose contra el piso. Al instante todos rieron.

-Ni siquiera puedes mantenerte en pie, no entiendo cómo conseguiste plantarle cara al Sr. Drake y a los hermanos Poull.

Nicolás consiguió ponerse de pie. Estaba enojado de nuevo, desde que había llegado a la ciudad lo único que había conseguido es meterse en problemas y fallar en el intento de salvar a su padre... Al recordar la imagen de Dan herida y con feos moretones, en ese callejón, la llama en su interior se apagó y una lágrima surcó su mejilla. Dan debía estar muerto, nadie podría soportar tanto, ni siquiera él. Cómo le explicaría a su madre Julia, que no pudo salvar a Dan, que lo llevarían a la cárcel. Cómo podría mirarla a los ojos de nuevo, cuando la persona que los había ayudado todos estos años, que les había dado una casa y lo había criado a él ahora estaba muerta... simplemente no podría.

Tal vez, la cárcel sería lo que se merecía, quizás sí era el fenómeno que decían que era... pensó Nicolás. El semblante de la pelirroja en su mente iluminó su mirada y calmó un poco su dolor. Se aferraría a la pequeña luz de esperanza que le quedaba, su madre Julia y aquella pelirroja que ya le había salvado la vida en dos ocasiones.

Los policías se acercaron y lo esposaron, él no puso la más mínima oposición. Sabía que así como estaba no podría hacer mucho, decidió esperar el momento indicado. Entonces escaparía y entrenaría para proteger a su madre con su vida. Se lo prometió a sí mismo.

***

Su celda estaba mugrienta, no tenía cama y había un balde como retrete. El lugar olía a diablos. Pasaron las horas y pudo ver las estrellas por un agujero con barrotes en la pared.

Consiguió dormir dejando sus cargas a la deriva, para otro momento. Necesitaba descansar.

Esa noche Nicolás soñó.

Se encontraba en una planicie asolada por los rayos del sol, a donde quiera que mirara todo era baldío y agreste. El sueño cambió y se vio en medio de una guerra desatada, hombres en armadura luchaban por sus vidas, contra las peores bestias y horrores que pudieron rondar la tierra. Monstruos con grandes colmillos y garras con una fuerza incontenible.

La guerra se estaba declinando y la matanza era enorme. Los hombres estaban perdidos, pero del norte apareció una hueste de guerreros en ataviados con las mejores armaduras que Nicolás había visto jamás, tan ajustada y ligeras que les permitía moverse libremente sin miramientos. Aquella hueste de hombres y mujeres tenían ojos brillantes, diversas tonalidades y colores. Con una alta gamma de fuerza pusieron fin a la batalla y la humanidad pudo salvarse.

El sueño de Nicolás cambió y vio un escudo en tierras desérticas, tenía un emblema que era muy familiar para él. El emblema de una pantera. Ese era el emblema de su ciudad y de su pueblo.

El sueño terminó y las luces del alba rasgaron por el agujero en la pared despertando a Nicolás de su sueño empuñado con poder y leyenda.

La Verdad de un GuerreroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora