Capítulo 3: A cualquier lugar.

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Nadie tenía conocimiento del día en que nació, de su cumpleaños. Por suerte o por azares del destino, una pareja de aldeanos lo encontraron frente a su casa, desamparado y con frío.

Sawada Iemitsu y su esposa le dieron un cobijo en su pequeño hogar. Nana siempre le decía que era una bendición de las alturas, que el día que lo encontró fue el más feliz que tuvo.

Pero su padre adoptivo era un soldado que fue asesinado en batalla, Nana había muerto de un ataque al corazón al saber la noticia.

—Tsuna no llores, pequeño... tus padres sólo...

El tío de Tsuna pensó con rapidez.

—Verás, el corazón de mamá era muy grande y latía muy rápido aquí adentro —señaló su pecho—. Su corazón amó tanto que se detuvo y papá está vigilándola. Tsuna hay penas del corazón que nadie puede curar.

—¿Y por qué no las puede curar nadie? ¿Ni un médico?

—No Tsuna, no las puede curar un médico —lo dijo con tal tristeza que se la contagió al niño—. Él único que lo puede calmar eres tú Tsuna.

Ahora que Tsuna se ponía a pensarlo, su tío era una persona maravillosa. Para un niño, lo que le había dicho era algo que tranquilizaría sus penas.



Caminaba de camino al palacio para llevar los postres que se comerían en la cena, pero lo hacía con cierto nerviosismo. No quería toparse con esos ojos penetrantes y profundos que le oprimían el pecho al recordar lo que le dijo el día anterior.

"Todo es tan complicado"- se dijo a sí mismo.

Iba tan descuidado que tropezó con una ramilla, pero con una agilidad algo impresionante atrapó la canasta en la que yacían los postres.

—No estás tan indefenso cómo yo creía —comentó el mayor de los príncipes—. Tsuna, ¿cierto?

—Tsunayoshi, pero todos me llaman Tsuna —contestó un poco incómodo.

Dino miró al chico de arriba hacia abajo, estudiándolo. Levantó su mano, sorprendiendo al castaño que tapó su rostro creyendo que el rubio lo golpearía. Cosa que no sucedió.

—Tranquilo, Tsuna —calmó Dino—. ¡Nunca te haría daño! ¿Cómo hacerle daño a alguien cómo tú?

Acarició la cabellera del más chico y lo ayudó con una canasta para que le fuese más fácil caminar.

Todo bajo la atenta mirada del azabache, que detuvo su impulso de correr y morder hasta la muerte a su hermano por "coquetear" con el castaño.

Tsuna y Dino depositaron las canastas en la cocina y cuando el castaño ya se iba, el mayor le hizo una propuesta muy interesante.

—Te propongo un trato. Hay muchos caballos en el establo del palacio; y hay uno muy huraño, ¿sabes? Si logras domarlo te prometo llevarte a cualquier lugar que quieras ir, fuera o dentro del reino.

Tsuna abrió los ojos desmesuradamente y lo miró cómo si fuera algo impensable. Pero, eso le daba una oportunidad que no podía renunciar.

—Yo... —cerró los ojos y los volvió a abrir con determinación—. ¡Acepto!

Dino le dio palmadas en la espalda al chico mientras reía a carcajada suelta.

—Eso suena bien, nos veremos mañana, Tsuna.

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