Capítulo 4: El primer "Te morderé hasta la muerte".

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La puerta del calabozo tronó al ser abierta, asustando a Tsuna que no dejaba de temblar y sentirse ansioso.

Dino no dejaba de mirar al chico con desconfianza, pues no acababa de comprender la insistencia del castaño de ir a un lugar tan feo. Ambos caminaban observando a los presos y el castaño se abrazaba a sí mismo para detener sus ganas de correr.

—Tsuna... ¿qué necesitas ver aquí?

—Yo...

Tsuna fue interrumpido por un guardia que llamó al rubio para hablar con él, por lo que el castaño siguió sólo el camino que restaba.

Las rejas tenían moho y estaban corroídas por el tiempo que tenían, y despedían un olor terrible. Pasó por delante de una reja y se detuvo casi al instante que vio a un hombre dormido en la cama de ése lugar.

Su corazón casi se detiene al ver la imagen de esa persona.

Su llanto no se hizo esperar, despertando al hombre de un susto.



El tío de Tsuna, si bien no era su tío real, se comportaba como tal y mucho más de lo que cualquiera pensaría. Su tío era un ex soldado de la guerra que Namimori venció hace algunos años. Siempre llevaba una insignia en su cabello rubio y un traje de armas. Su nombre era Collonelo y su esposa se llamaba Lal.

Siendo sinceros, Tsuna era un chico bastante revoltoso, pero Tsuna era Tsuna y ¿quién podía enfadarse con él?

—Tío, ¿yo no tengo ningún primo? —le preguntó cuando tenía 7 años.

Lal y Collonelo se sonrojaron al instante.

—No Tsuna, no tienes ningún primo.

—¿Y cómo nacen los bebés?

El rubio no sabía cómo satisfacer a su sobrino preguntón y fue entonces que el rostro de un sádico le vino a la mente.

—Ne, Tsuna. ¿Por qué no mejor se lo preguntas a Reborn?

Al niño le pareció natural preguntarle al respecto a Reborn.



El hombre mayor que yacía dormido en la celda hace unos segundos buscó al dueño del llanto con una creciente esperanza en el fondo de su corazón. Se levantó de un salto al ver a un castaño que lloraba frente a su celda, de rodillas.

—T-Tsunayoshi-kun —dijo entrecortado para después arrodillarse él mismo frente al niño.

El castaño no paraba de llorar y sus sollozos se volvieron más y más audibles con el paso de los segundos. El hombre frente a él secó sus lágrimas con sus manos arrugadas y lo hizo mirarlo directamente a los ojos.

Dino corrió con desesperación al escuchar a alguien llorar, pero lo que estaba frente a él, nunca lo hubiese esperado.

—Perdón, perdón. Te prometí que si te volvía a ver, sería para llevarte a casa —gritó el castaño entre gemidos—. Y sólo puedo tratar de abrazarte en medio de estas rejas.

El hombre forzó una sonrisa y con esfuerzo besó su frente con cariño, lo abrazó apoyando su rostro contra el frío metal enmohecido de la celda mientras sus lágrimas también corrían.


Cuando el plazo de tiempo se terminó, Tsuna se despidió del hombre para seguir al rubio de regreso a su casa, sus ojos seguían hinchados y rojos. Dino se sentía terrible, peor que la basura. Si tan sólo hubiese sabido que el castaño iría ahí para llorar tan desconsoladamente, nunca le habría prometido tal cosa.

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