Tres

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Me había guardado mis opiniones en lo más recóndito de la mente

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Me había guardado mis opiniones en lo más recóndito de la mente. ¿Mi madre con un hombre mayor? ¡Pero que..! Ah maldición... no puedo recriminarle nada ahora. Pero... ¿En serio? ¿Mi madre con... con alguien mayor? Lo que más me sorprendió fue su adicción con Daniel. Pudiera ser que lo fijara con mi abuela, no obstante era a mi mamá a la que le gustaba más que a mi abuela Miranda.

Me sentía mal. Me sentía mal por la abuela y por mi forma de ser con mi madre. En mis dieciocho años, siempre que les digo la edad de mis padres me hacen sentir mal por saber que o mi mamá es una asalta-tumbas o mi papá es un asalta-cunas.

¿Será que simplemente ya lo traigo en los genes?

Bien, en realidad no lo sé, pero lo único que sabía era que mi amor con Astrid podría ser. Podría ser uno platónico que nunca se mencionara y se diera, pero aún así lo quería con urgencia. Porque... de una cosa estoy muy seguro, Astrid ha cambiado mi panorama de una forma insólita.

Todo lo que quería en ese momento era besar los labios de Astrid, que figuraban ser de algodón, y perderme en el horizonte de sus ojos azules. Astrid era una tentación tan grande como las llamas del fuego vivo, que ni el viento más fuerte podría apagarla.

Estuve un rato más con mi abuela, después de las fotos me sentía incómodo al estar con ella. Sentía que aparte de volverla ser infeliz, le faltaba al respeto al empezar a comprender a mi madre y todas sus locuras. Empezaba a sentir la obsesión como una extensión de mi cuerpo, a ver la vida como lo hacía mi madre. Estaba siendo mi madre, Romina.

Bien dicen que <<De tal palo, tal astilla>>. Y vaya astilla... Me siento culpable, me siento sucio, pero en el fondo se sentía bien. Es decir, ¿qué hay de malo sentirse atraído a alguien... mucho mayor que tú?

Me fui directo a casa cuando el reloj marcaba el cuarto para las nueve. No quería que mi padre me regañara, o me saliera conque mi madre había llegado antes y no había podido avisarme, ya saben... cosas por el estilo. Para mi suerte la casa se encontraba en silencio, con el vago sonido de la televisión prendida en el cuarto de mis padres.

Qué alivio...

No es como que mi padre se arrepienta de haberme dejado visitar a la abuela, pero sin tan solo mi madre se enterara... ¡Ah! ¡Y no hablar del abuelo Alejandro (padre de Romina)! Él pensaba que la locura de su ex esposa se me pegaría y estaría viendo la vida en los dos bandos que ella decía que había en este mundo. Ahora creo que mi abuelo, Alejandro, en verdad no sabe cómo es su hija en realidad... ¡Ahhh! ¡Y vaya que la locura se hereda!



El domingo me la pasé sentado en el sillón de la sala, con el control de la televisión en la mano y sólo moviendo los dedos para cambiarle de canal cuando habían comerciales. Evitaba a toda costa el contacto con el mundo exterior, y sobre todo con el celular. Sofía me llamaba cada cinco minutos, y si la mandaba a buzón me mandaba mensajes para saber si estaba bien, si ella había hecho algo que me enojara...

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