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Había decido terminar lo que había retomado con Sofía. ¿A quién engañaba? Mientras Astrid siguiera paseándose por mi casa como si fuera la suya no podría parar de admirarla. Lo hace adrede, claramente, pero no podía decir nada ya que Charlie la escoltaba como si le fuera a hacer daño...
No quería que se me fuera la oportunidad de poderle confesar todo lo indebido que me producía hacer con tan solo imaginarla, y vivir atormentado con todos esos sentimientos en mis adentros. No quería ahogarme en los colores profundos por siempre. Pero sabía de ante mano que ni al tener todos colores en mi sistema tendría como resultado una vida colorida, sino lo contrario... Mi vida sería gris. No había formula exacta, porque ni mi madre habría querido decírmela, así que no sé en qué parte de la ecuación estoy.
—¿Seguro que quieres acompañarlas al centro comercial? —me preguntó Romina, con cierta incertidumbre en su tono de voz—. Sería mejor que te quedaras.
—No... Pronto ya no estará Astrid, y sólo estará Sofía. Nada malo puede pasar.
—Solo no lastimes a Sofía... Es una buena niña, y me partiría el corazón verla llorando por no ser correspondida. Justo como...
—... Como Gabriel —terminé por ella—, lo sé.
Estábamos esperando a Sofía para irnos al centro comercial. Mi madre no había querido dejarme a solas con Astrid ni un segundo, y entiendo el porqué. Pero ella tiene que entender que a pesar de lo mucho que quiera alejarme de ella, siempre va a haber algo que me conduzca a ella.
—Entonces... ¿ya pronto terminas la preparatoria? —preguntó Astrid, rompiendo el silencio que había puesto mi madre entre nosotros.
—Sí... Sólo un mes más e iré a la universidad... Aunque ya soy mayor de edad.
Astrid sonrió, entendiendo la indirecta, haciéndole saber que no soy un puberto como todos los demás, que soy lo suficientemente maduro para aceptar tomar nuevos retos.
No me importaba tener que sentarme afuera de los probadores cada vez que Sofía o Astrid salían a cambiar algo por otra talla, o por más ropa para probársela. Estaba tan acostumbrado a esto desde que empecé a salir con Sofía que ya ni me inmutaba en ver el reloj para saber cuántas horas había estado sentado a lo largo del día.
Siempre esperaba que Sofía fuera a ver más vestidos, para que al momento de que Astrid saliera tuviéramos un momento en el que la pudiera observar y deleitarme con lo que veía.
Esto está mal Miguel... Lo que haces está mal...
—¿Y bien? ¿Cómo me veo? —preguntó Sofía.
Quité la mirada del celular. Para mí todos los vestidos se veían idénticos y solo cambiaba el color del mismo... Tenía que responder de inmediato. ¿Qué le diría si fuera Astrid?
—Se ve bien. Es solo que... ¿Por qué todos los vestidos que te has estado probando no salen de la gama de colores de los azules o negro?
—Astrid me dijo que al parecer —escuchar a Sofía pronunciar el nombre de la novia de Charlie me provocaba escalofríos— tus gustos por el azul y el negro han ido en aumento.
La miré con ternura. Sofía había estado tratando de complacerme con cualquier cosa, para establecer que aún me quería en su vida. Pero yo ya no la quería en la mía.
—¿Por qué no vas por otros vestidos? ¡De más colores! Tal vez un blanco, un amarillo... No sé, menos mis colores favoritos. No tolero la idea de que quieras ser Astrid.
Asintió con la cabeza. Salió del probador con todos esos vestidos que su único propósito era cautivar mi atención pero por más que quería no lo hacía. Volví a estar viendo el celular, jugando y viendo qué podría hacer para alejar las ganas de decirle a Astrid que saliera, que la quería ver... Se escuchó como las cortinas del probador se abrían. No quería alzar la mirada tan rápido, que fuera muy obvia mi urgencia por verla.
Carraspearon. Mantuve la mirada abajo, y pude ver como unos hermosos pies estaban enfrente de mí. Fui subiendo con lentitud la mirada, admirando cada centímetro de piel de las torneadas piernas de Astrid. No estaba en mis cinco sentidos, tan solo verla poco a poco me causaba una sensación extraña, que nadie en mi corta vida había podido hacerme sentir.
—¿Podrías ayudarme a subir el cierre? —preguntó Astrid.
Contente Miguel...
Tragué con ímpetu, dejé a un lado el celular, importándome poco las personas con las que hablaba, quien me viera. Caminé con precisión antes de arrepentirme. Las piernas las sentía dormidas, y el corazón me palpitaba con rapidez. Estaba atrás de ella, pegándome todo lo que podía. Olía a jazmines y su cabello negro a manzanas. Veía la caucásica piel de su espalda, deseando tocarla, pasar mis dedos con delicadeza y ferocidad.
Alzó su cabello, dejando ver el estrecho cuello que tenía. Tan exquisito como para besarlo como fervor.
—Lo hubiera hecho por mí misma, pero...
—Para eso estoy aquí —dije con voz queda, cerca de su oído.
Bajé la mirada para lograr ver en dónde quedaba el cierre con exactitud. Al agarra el cierre su piel rozó con mis dedos; Estaba fría, como si el polo norte habitara en ella, y yo, Miguel, estaba tan caliente como una supernova. No sabía cómo terminaría todo esto, pero me encantaría saberlo. Tomé su brazo izquierdo con suavidad, mientras con la otra mano subía el cierre.
—Ya está.
Giró un poco la cabeza, lo suficiente para verme por el rabillo del ojo. Aléjate lo más rápido posible de ella antes de que cometas la más grande estupidez de tu vida.
—¿Qué hacen? —la voz de Sofía se escuchó.
Me separé una distancia considerable de Astrid, agitando la cabeza de lado a lado para despabilar y esconder de nuevo mis deseos. ¡Se me habían crispado hasta las ideas!
—No podía subir el cierre del vestido, ¡me quedé atorada ya casi llegando al final! —mintió—, y le pedí a tu novio que me ayudara. Espero que no te disguste.
—Ah... no, creo que no me afecta —sonrió—. Me probaré estos vestidos.
Pasaron nulos segundos cuando Astrid se animó a hablar después del momento que tuvimos.
—Entonces... ¿crees que se me ve bien el vestido?
—Astrid, siendo sincero, a ti se te ve bien todo.
Se acercó y me quedé petrificado. ¡No sigas por favor! Me dio un ligero beso en la mejilla, tan cerca de los labios que me hubiera gustado voltearme y por fin saborear esos labios carnosos color rojo.
—Eres un encanto, Miguel —dijo, y se alejó antes de que Sofía reapareciera y nos viera en una situación un poco incómoda.
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¡No saben las ganas que tenía de escribir este capítulo! A mi parecer es el más sexy que he escrito, ¿qué piensan ustedes?
¡No olviden votar y comentar! Me encantaría ver sus comentarios acerca del capítulo, ver qué les pareció, que les gustaría que pasara en el último capítulo (el próximo).
Tambien quiero tomarme el tiempo de agradecerles por leer al hijo de Romina y su travesía color azul y negro. ¡Ya casi llegamos al 1K! y eso no se podría sin ustedes.
¡SON FABULOSOS COLORINGS!
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DEEP COLORS
Short StoryMiguel es un chico lleno de entusiasmo, pero sobre toda esa alegría siente un hueco en lo profundo de su blanca y pura alma, y no sabe qué le falta. "Se dice que los ojos son la puerta del alma, pero también son la puerta a la tentación y disco...