Diez

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Grupo de facebook "Bookers: Lectorxs de iQueBooks" 

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Nuestro coqueteo no paró allí. Se fue extendiendo, más y más, como el color amarillo al colorear un enorme Sol. No íbamos a parar por nada del mundo; Tal vez para Astrid solo fuera una aventurilla, de esas que duran del ocaso al alba, pero no me importaba, porque para mí era algo más que eso. Para mí, Astrid se había convertido en un nuevo estilo de vida, en la inspiración de mis palabras y pinturas. Comía, rezaba y respiraba para Astrid y solo para ella.

El domingo por la noche, después de una tarde de películas con Sofía, en la cual no dejaba de imaginármela con cabello oscuro y ojos cual zafiro, escuché a mi madre llorando en su cuarto. Pensé que la había decepcionado, que por eso no me había hablado de sus errores mayores en su juventud, porque temía que su hijo quisiera probar la delicia que es ver a las personas en tonalidades distintas, mezclarse y bañarse de todos esos colores que no conocía...

No me gustaba ver a mi madre de color azul. A ella siempre la veías —la mayoría de las veces— amarilla de alegría, y el otro poco tiempo roja de los corajes que le hacía hacer. Pero más que nada a Romina siempre la veías color rosa, con corazones revoloteándole en el cuerpo, enamorada de la vida y de mi padre.

Tal vez y no fuera por mí que mi madre estuvo llorando como Magdalena hasta que se había quedado dormida. No quería entrar en el cuarto. Me aterraba la idea de que mi madre despertara y encontrara a su propio hijo catalogándola como un color, uno de los colores más triste que existe en el arcoíris. Me perturbaba la idea de que mi mamá supiera que la había visto en uno de sus peores mi momento.

Recordé como un vago recuerdo que mi padre había salido a toda prisa, enfadado... Supongo que esa era la verdadera razón por la que Romina estaba como estaba. Vi por la puerta entreabierta que estuviera bien dormida, y después abrí la puerta antes de que lograra rechinar. Tomé asiento en el filo de la cama, y la vi, todavía con el sentimiento a flor de piel, con los ojos hinchados y con ganas de querer llorar aún más. La iba a dejar, no quería que me diera explicaciones de la pelea con mi padre, pero entonces vi que sostenía unas fotos. Las sujetaba fuertemente a su pecho, como si no quisiera que se las quitaran... que las vieran.

Con delicadeza le quité las fotos que traía. No solo estaban las fotos normales, sino unas polaroids... Sus polaroids. Tragué tan fuerte a como pude, y al voltearlas vi la cara de Gabriel de joven y de su padre Daniel. En las fotos en formato normal se veía a un señor con cabello negro y ojos claros, con pecas en todas partes, era él, era Gabriel, y en la foto estaba sonriendo como nunca antes en su vida.

Mi madre había engañado a mi padre con su... No era su amor de preparatoria, porque su amor de joven era el padre del chico de la foto. En la otra foto se encontraban ambos, (Romina y Gabriel) en una cancha de tennis, sonrientes.

Romina se había convertido en el color negro, sin luz, sin vida... Ya no era una persona con turbias intenciones, sino ahora era todo lo malo que una persona podía ser muy en su interior. Me enfadaba, me entristecía, me provocaba todas esas malas emociones tan solo pensar en las fotos que sostenía en esos momentos.

DEEP COLORSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora