Epílogo

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Mi familia se distanció. La tía Estefanía tuvo una pelea muy fuerte con mi mamá, la cual no entendí del todo, ya que hablaban sobre que se volvería a repetir la separación de la familia por meterse en asuntos ajenos.

Nos distanciamos. Charlie no me hablaba, yo no le hablaba; Mamá no le hablaba a mi tía Estefanía ni a mí y nosotros mucho menos a ella. Tampoco le hablábamos a mi padre. Es decir, yo lo saludaba y no me enajenaba tanto de él, no lo quería excluir de mi vida.

Poco después de la cena en la que todo acabó tan mal para querer marcharnos de la ciudad, huir e iniciar de nuevo..., mi padre se enteró de todo. Le había dolido como no tienen idea como fue que Romina lo dejó por el hijo de su amor platónico de la preparatoria. Mi padre estaba color azul a todas horas y no había manera de salpicarlo de otro color que no fuera ese. Su tristeza parecía pegárseme con tan solo verlo, y eso no me gustaba en nada.

Hablé con mi abuela Miranda, esperando encontrar consuelo sobre la situación que vivía al querer encontrar a Astrid, hacerle saber que la quería a toda su persona y no cambiaría mi decisión; Pero lo único con lo que me encontré fue con más lágrimas al saber que su único nieto había destruido por completo su futuro, sin mencionar a una familia. Sentía que en cualquier momento mi abuela se pararía del sofá y me apuntaría con el dedo y me diría "demonio", que no me vería con otros ojos de hoy en adelante y no habría otra cosa en su vista que el color negro y la impureza que reflejaba en ese momento.

Gabriel y Romina iban de maravilla. Nos habíamos mudado a su casa, la cual era un poco más grande que la de mi padre. Tan pronto como descubrí que no sería hijo único, y que la hija de Gabriel era una completa exquisitez de piel pálida y cabello castaño, y cinco años mayor que yo, decidí huir. No quería deslavar el color amarillo de mi madre una vez más. No quería arruinarle su felicidad.

Me mudé con mi padre, esperanzado a que todo ese morbo y obsesión se drenara de mi cuerpo una vez más que volviera a la normalidad. Todo iba de maravilla. Había dejado de pensar en Astrid por un considerable tiempo; Mi padre me animaba para que tirara todos esos bocetos que alguna vez le hice para recordarla todos los días sin falta. Conservé algunos. No podía quemarlos (como los otros trece que hice junto a mi padre) y olvidar la sensación de ser gris, de no ser blanco y puro como todos creían que era. No me desharía de algo que causó un gran impactó en mi vida.

Astrid era y será la única mujer que coloreó mi vida.

—¿Preparado para la universidad, muchacho? —preguntó mi padre, estacionando el carro en frente del gran edificio que sería mi hogar por más tiempo del que yo desearía.

—Sí, seguro —le sonreí, con nervios. Le sonreí una última vez antes de bajarme el carro y experimentar esta nueva etapa de mi vida.

Bajé del carro, coloreando cada parte de adentro de mí de color amarillo, intentando ocultar mi deseo gris y las ganas que tenía de salir. Controlé mis impulsos turbios, los deseos de salir corriendo tras las chicas universitarias a punto de graduarse. No quería hacerlo, no aquí y empezando esto.

La última de mis clases parecía ser el final de esta gran prueba que parecía ser una red de colores de la que no te podrías escapar tan fácil; una obra de arte que por más rasgada que esté sigue siendo algo majestuoso.

Y de un momento a otro apareció. Ese pinchazo, esa pincelada de color gris que cubría toda la pintura que había logrado mantener colorida. Entró pavoneándose e sus tacones, con el cabello castaño lacio cayéndole por los hombros cubriendo con cautela sus bronceada piel. Y con un movimiento deleitante hizo volar su cabello hacia atrás, y pude ver sus ojos color esmeralda.

—Buenos días, tomen asiento —dijo, y su voz parecía ser una melodía nueva para mis oídos—. Soy Carolina, su profesora de derecho romano, y me tendrán que ver por el siguiente semestre.

Gris. Por más que lo quiera no puedo evitar ser color gris. 

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#Colorings HA TERMINADO LA ERA COLORS. 

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