Cuatro

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Ni un momento de concentración. Nada. Astrid no me dejaba concentrarme a lo que iba. No la culpo, incluso llegué a pensar que era el único que no la dejaba de ver, pero incluso su cliente lo hacía.

La tenía tan cerca que si tan solo cerrara los ojos, ella estaría marcada en mis parpados, esperando a que la plasmara en papel. El corazón se me acelera en cuanto pienso en ella, las manos me sudan cuando imagino sus labios carnosos, color rosa; la respiración se me entrecorta en cuanto revivo una vez más el azul de sus ojos, con la mirada tan feroz que da.

Mi mamá me ha preguntado qué tengo, me ve distraído, me ve diferente. ¿Cómo decirle que sus impulsos se han traspasado a mi ser? ¿Cómo decirle que quiero robarle la novia a mi primo Charlie? ¿Cómo le puedo decir a Romina que la entiendo, que sé porqué se ha interesado en personas mayor que ella?

Y cuando menos me di cuenta estoy en mi escritorio, dibujando a Astrid. Lo que no saqué de deportista, lo saqué de artístico. Me encantaba cómo la imaginación se apoderaba de mí y se mezclaba con el deseo de volver a ver a Astrid aunque sea en puntura.

—¿Te encuentras bien Miguel? —me preguntó mi mamá, angustiada, como si me hubiera pasado algo terrible.

—Sí, bien —contesté sin más.


Esperaba que las clases se fueran lo más rápido que pudiera. Quería volver a estar con ella, poder sentirla a centímetros de mí. La quería a ella y con urgencia. Me he vuelto un loco por ella en los últimos días. Ya no me siento vacío y puro como el color blanco, me siento tentado y turbio como el color gris. Pero lejos de sentirme color gris, en lo más recóndito me sentía de color morado, frustrado; Era una mezcla como el color morado, hecho de azul de tristeza y rojo de enojo. Si Astrid tan solo... Pero es de Charlie.

Ya no era una hoja blanca, Astrid me había estado escrito pasión, deseo y tentación repetitivamente desde el lunes que estuve con ella en el carro por cuarenta y cinco minutos.

Me he estado planteando si lo que siento por Astrid es deseo o amor. Quiero que sea amor, pero el deseo por ella se apodara de mí, se engrandece y se hace interminable.

Era la hora del receso, no quería estar con David ni con Kevin. No quería estar con ellos. Estaba en las bancas de afuera, en la terraza, esperanzad a que mis amigos no se dieran cuenta que estaba enfrente de ellos. Quería camuflajearme con la multitud.

Uno, dos, tres..., diez. Este era el décimo dibujo que llevaba de Astrid a la semana. Me había vuelto un loco sin remedio conocido. El único brebaje sería uno de los besos de Astrid, lento pero con ferocidad. ¿Puedo ser culpado por ello?

El papel y el lápiz se han convertido en uno solo y se ha adherido a mi mano para siempre, y parece ser que lo único que quiere recalcar es la belleza de una chica de cabello negro como la noche, lacio y suave como al algodón, y unos ojos del color del cielo claro. Me negaba a dibujar otra cosa que no fuera ella.

DEEP COLORSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora