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Había llorado, había orado para que el pecado se saliera de mí. Quería volver a ser el mismo Miguel blanco, pálido, sin una gota de color... Pero no podía.
Mi abuela, Miranda, no sabía cómo hacerme entender que lo que hacía estaba mal. No sabía cómo explicarme que no quería que me convirtiera en mi mamá y me alejara de todos por algo que nunca pasaría ni en mis más remotos sueños.
No soy Romina, ella no es como mi Daniel... Astrid no es... mía. Astrid no es...
—¿Te encuentras bien? —me preguntó Sofía, agarrándome con suavidad el brazo.
Al parecer me encuentro evasivo con todos hoy. Mi madre quiere hablar conmigo, y en realidad no sé si pueda hablar con ella después de que supe que Daniel le triplicaba la edad, y que ahora, yo me veo envuelto en una situación similar que la de ella cuando tenía mi edad...
¿Por qué me has contagiado madre? ¿Por qué me enfermaste sabiendo que no hay cura para esto?
—Sí, me encuentro bien, ¿por qué me lo preguntas?
—Bueno, David te ha notado algo raro desde la mañana —rodé los ojos al escuchar semejante verdad—, y me hizo que te preguntara si estás bien. La verdad es que no quería hacerlo, para no empezarte a atosigar tanto... Sé que quieres tu espacio, así que trato de respetarlo.
Mi pequeña Sofía, siempre tan indecisa, cautivante e insegura... ¡Ay Sofía! Si tan solo supieras que tu cabello ya no brilla como el sol, que tus ojos pasaron de ser dos lindas almendras a ser dos granos de café sin vida...
—... ¿Miguel?
—¿Qué pasa? —pregunté, volviendo a la absorta realidad—. ¿Te encuentras bien?
—Sí —soltó una ligera carcajada—. Es solo que... No sé si tu madre te lo recordó... —la miré, con una ceja encarnada— Sobre que le harán una pequeña celebración a tu primo en cuanto termine su caso, y me preguntaba si...
—¿Si estás todavía invitada? ¡Seguro! ¿No acaso volvimos a retomar nuestra relación? —la tomé de la mano, y me di cuenta que ya me había acostumbrado a tocar otras manos que no eran las de Sofía—. Pero dudo que eso me quisieras decir.
—Bueno si decías que seguía invitada, te iba a pedir de favor si me acompañabas a comprar un vestido para esa noche.
—¿Un vestido? No va a ser tan formal, ¿sabes? Será en mi casa, sólo mi tía y mi abuelo vendrán... pero...
—Por favor, quiero verme linda esa noche... Para ti.
Tenía que hablar con mi madre, no podía seguir así. No podía seguir relacionando todas las cosas con Astrid, imaginándome sus ojos viéndome con esa mirada especial, o haciendo más bocetos de ella. Mi cuarto estaba atiborrado de su rostro por doquier. Y si alguien sabía la forma en la que olvidaría a Astrid de una vez por todas, esa sería Romina.
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DEEP COLORS
Short StoryMiguel es un chico lleno de entusiasmo, pero sobre toda esa alegría siente un hueco en lo profundo de su blanca y pura alma, y no sabe qué le falta. "Se dice que los ojos son la puerta del alma, pero también son la puerta a la tentación y disco...