Capítulo 7.

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Poitiers, 28 de marzo de 2.123. 02:31 pm.



-Un... un respiro, lo ruego, un respiro. -la sal quemaba mi boca y mi piel ardía por el sol que daba directo en ella, sin que el agua mitigara nada de la sensación en mi piel. 

-Sólo han sido... dos horas nada más -Lord Charles reía desde su bote mirando al cronómetro en su muñeca-, todavía debemos dar otra vuelta a la isla de Ré, tocar Fort Boyard, luego a Fort Enet y de regreso al faro. 

-¿Qué? -esto es inaudito, era una puta broma de mal gusto-, lo siento, pero no: ¡me niego! -grité. Antes de poder nadar hacia el bote este arrancó a todo poder con la risa de Lord Charles de fondo. ¡Me cago en la puta! 

Ahí varado en la costa de atlántico me encontraba exhausto y hastiado: aunque mis músculos fueron reemplazados por polímeros y las sensación de cansancio era mínima por un par de inhibidores, mi corazón no fue reemplazado y tal cual el humano que soy, ardía, latía furioso y quería salir por mi boca. 

Avancé poco a poco hasta la Isla de Ré, dos o tres kilómetros al norte de donde estaba: Lord Charles estaba convencido de que entrenarme de esta forma prepararía mi físico de verdad para poder acceder a utilizar todo lo que me metieron en el cuerpo. ¡Que le den! Ya habían pasado dos semanas de haber llegado y solo recuerdo haber descansado aquella noche que conversé con milord. 

Vamos, vamos, un poco más -era el mantra que podía repetir mientras luchaba contra las corrientes e intentaba llegar a la isla. Brazada tras brazada, respiro tras respiro y con el corazón por reventar, la playa de La Salée se veía clara en el horizonte así como toda a isla. Un par de minutos más, al sentir la arena tocando mis pies, me forcé a correr y salir de las aguas como pude. 

Mi cadera no había terminado de salir cuando ya mi traje de neopreno estaba cayendo de mi cuerpo, mojado hasta la última hebra, nada más de llegar a la orilla y dejarme caer sobre mi espalda agotado, muerto de cansancio. Por mi boca y nariz entraban bocanadas enormes de aire, mi cuerpo temblaba fuertemente a pesar de que había llevado el traje y mi pecho parecía un carnaval de Río. 

-No más, no, no puedo, suficiente -susurré al aire, como si de conversar con las olas se tratara-, lo siento pero no, no puedo. ¡Esto es demasiado, siento que me voy a...! -Y vino a mi la misma sensación de incertidumbre recurrente de las últimas semanas. Mis palabras eran solo un refrán, me sentía mal, me dolía mucho pero... ¿Es acaso "morir" una palabra exagerada o acertada para mi? Me reí, es absurdo estar pensando en esto.

Respiré profundo y miré a mi alrededor: más allá de la arena había rocas, muchas rocas y estaban cubiertas de alga roja o parecido. Al otro lado, muy a la distancia, habían personas en la playa y uno que otro curioso que ya notó mi presencia. Sonreí y saludé a la distancia, donde risas y saludos de vuelta se devolvieron. Y miré al frente, al mar azul e inmenso que se perdía hasta donde la vista alcanzaba, con la brisa acariciando mi rostro y el escozor del sol ya picando en mi piel. 

-Mi respiración y las olas del mar suena igual -murmuré al viento, cerrando los ojos e intentando identificar qué pregunta había surgido en mi de nuevo-, la arena es suave, cálida y gentil como... su piel.  -me dejé caer en la arena con un brazo sobre mis ojos y mi mente voló directo a los brazos de ella. Brazos que no podían ser míos, un pecho donde no debía encontrar calor o labios donde no debería desear tener los míos... capitana, ¿qué ha hecho conmigo? 

-No -le dije al mar-, esa no es mi duda, ni ha de pasar nunca más: mi corazón es de alguien más, al igual que el de ella, y esta definitivamente no es mi pregunta. -intentaba convencerme en vano. Físicamente, mi corazón yacía calmo y acompasado, pero mis emociones corrían dentro de él y dentro de mi estómago queriendo salir de allí. Era eso o las ganas de vomitar por el esfuerzo de nadar tanto. 

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