Capítulo 2.

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Montes Urales, Siberia, 5 de febrero de 2123. 08:19 am.


Siempre me gustó la sensación del viento en mi cara ante una caída, siempre y cuando esta no supusiera congelarme el rostro al hacerlo. Estoy a 12.000 pies de altura y cayendo, a mi derecha un par de metros más allá estaba Carine. El cielo Siberiano relucía en un perfecto arrebol naranja y cobalto simplemente... Embriagadores.

Miré a la distancia a nuestro alrededor y la inmensidad de blanco, grises y azules se extendía por doquier, dejando a duras penas entrever las espesas hondonadas plagadas de altos abetos, abedules y pinos cubiertos de varios metros de nieve seguramente. Miré el reloj que indicaban las 9 de la mañana y una temperatura de -16 grados celsius en el exterior y ya marcando los 8.000 pies de altura y descendiendo. 

A nuestros pies y hacia el noroeste se encontraba el Monte Narodnaya entre marrones y grises, con empinados riscos llenos de nieve y más vegetación. La baliza se encontraba al norte de nosotros a unos 11 kilómetros de distancia: habíamos acordado reducir la cantidad de personas presentes y cubrir más terreno desde diferentes ángulos.

5.500 pies.

Aún puedo sentir la fuerza del viento por fuera del traje, su movimiento grácil por todos los pliegues y la resistencia que este hacía contra mi, las mariposas que se sienten revolotear en el estómago pasaron apenas me dejé caer más la sensación de paz no se había desvanecido hasta que, en un breve momento de distracción, volvió a mi la escena de un destello escarlata proviniendo de la cabeza del teniente.

No sé por qué tengo un mal presentimiento -susurraba a la nada-, siento que algo no anda en absoluto bien, y es más que obvio, pero... ¿pero qué? ¿qué nos está esperando, quién vendrá por nosotros? -Era lo único que podía preguntarme. 

-Alejandro a tu izquierda, unos kilómetros más allá de aquel pico, ajusta la lente. -Escuché desde el auricular. Me volví a Carinne quién me señaló a nuestra izquierda: me volví a ver a dónde señalaba y ahí, a la distancia, muy claramente podía verse como había una batalla en sus anchas en lo que parecía ser una pequeña llanura en un Valle. 

-Parece que el RIHNNO está teniendo problemas. -Dije. 

-No sólo el RIHNNO -contestó-, unos metros más arriba hay un helicóptero quemándose y hacia adentro algo más parece arder, pero no se alcanza a ver qué. A juzgar por los vehículos y los deslizadores de aire y un... ¿un transporte a fusión? 

-No... no lo había notado tampoco. 

Amplié un poco mi mira hacia los atacantes y ahí, sobre el aire, flotaba entre llamas azules el enorme avión disparando sin tregua todo tipo de proyectiles y rayos hacia el RIHNNO. Poco más allá, sobre el oeste se veía la leve silueta de lo que eran varios aviones probablemente.

-¿Ahí había una baliza? -Pregunté a Cirene, que se encogió de hombros. 

-Lo que sea que les haya sucedido, es su problema -Habló-, pero dudo que los hayan matado todavía, no es tan fácil matarnos. 

No, ciertamente no -Pensé. 2.000 pies.

Desplegamos la ligera membrana de los trajes para empezar a planear hacia un  pequeño claro en el tope de una colina que parecía estar cubierta por un banco de nieve. Arriesgándonos a todo, nos dejamos caer con rapidez. 

Caí golpeando una roca justo debajo de la capa de nieve, sacándome de equilibrio para hacerme caer de rostro en la nieve. Mi casco por un momento pierde sus cálculos y entra en fallo antes de poder recuperarme de la caída. 

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